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Rabelaisiano, casi punk

La cena con la reinaALEJANDRO LUQUE | Hablar de Rutu Modan –sombreros fuera– exige retrotraerse a diez años atrás, cuando la dibujante israelí se dio a conocer en todo el mundo con Metralla. Aquellas viñetas, deudoras sin disimulo de la línea clara, con sus colores planos pero con una enorme capacidad para plasmar escenarios muy reconocibles, y lo que era más importante, una penetración psicológica que amplificaba y sofisticaba enormemente una historia en apariencia sencilla, bastaban para dar la bienvenida a una nueva maestra de la novela gráfica.

Con sus siguientes entregas, La propiedad y Jamilti, descubrimos a una artista que, además de dibujar muy bien e indagar críticamente en el tiempo que le había tocado vivir, quería esforzarse en no parecerse demasiado a nadie, ni siquiera a ella misma. Y sigue haciéndolo en su último trabajo publicado en España, La cena con la reina.

Sería una descortesía imperdonable escribir una reseña más extensa que la obra que se quiere comentar, de modo que seré breve: La cena con la reina no tiene nada que ver con lo que hayan leído anteriormente de Modan. Se diría a bote pronto que es un divertimento, una anécdota, aunque se le puede sacar mucha punta. La historia que cuenta es sencilla: la hija de la narradora –trasunto de la propia dibujante– no obedece ninguna de las instrucciones que se le dan en cuanto a su comportamiento en la mesa. No hay modo de hacerle observar una mínima etiqueta.

Entonces la madre le formula una pregunta de madre: ¿Qué harías si la reina te invitara a cenar en palacio? La reina de Inglaterra, se entiende, la reina por antonomasia en la actualidad, porque en Israel lo de los reyes coge muy lejos, y lo de las reinas ni se sabe. Todo es, claro, una excusa: por un lado, para introducir al lector –infantil o adulto– en la fantasía de la corte, y por otro para permitir al artista abandonarse a un juego rabelaisiano de abundancia y desmesura, retomando un elemento que ha asomado muy tímidamente en la obra de Modan: lo grotesco, o si se quiere, lo esperpéntico.

He dicho que se trataba de un divertimento, pero un divertimento que tiene su chicha. La cena con la reina podría ser en cierto modo un anticuento, un desafío a esas historias con moraleja que siempre cierran como quieren los guardianes de la ley: en este caso, con la niña entrando en cintura y aprendiendo que no hay nada como la urbanidad para vivir en sociedad. No, Modan ha hecho un cómic casi punk, un divertido canto a la insubordinación o, cuando menos, a la insumisión ante las normas como simples limitaciones de la libertad individual.

Un mensaje que no va tan dirigido a los niños, destinatarios teóricos de estas viñetas, como a los padres: eduquen a sus hijos sin acosarlos con códigos de conducta. Den ejemplo, llévenlos por el buen camino, pero no a fuerza de remachar leyes. Tan importante es conocerlas como saber de su elasticidad, incluso de la posibilidad de saltárselas de vez en cuando sin que por ello se caiga el mundo. Tanta seguridad da a los chavales saber que hay un entorno normativo consistente como angustia provoca creer que todo lo que nos gusta está prohibido. Y traten de hacerles la vida grata y placentera, ya sea una cena o la lectura de un cómic. Dicho así suena fácil, pero intentarlo es mejor que pasarse la vida haciendo de señorita, o señorito, Rottenmeier.

Rutu Modan. La cena con la reina (Fulgencio Pimentel, 2017), de Rutu Modan | 32 páginas | 15,95 euros | Traducción de Jorge Rozemblum

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