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Rapsodia bohemia

reivindicacion-don-pedro-luis-galvez-L-fTQYcmReivindicación de Don Pedro Luis de Gálvez a través de sus úlceras, sables y sonetos

Francisco Rivas

Zut, 2014

ISBN: 978-84-616-8893-7

381 páginas

22,50 €

Edición de Juan Bonilla

 

 

Fran G. Matute

Todavía recuerda mi por aquel entonces joven rostro el hostiazo de literatura que se llevó tras leer las primeras cuarenta y cinco páginas de Las máscaras del héroe (1996) de Juan Manuel de Prada. En ellas se incluía una carta -¡una sola carta de esa longitud!- escrita el 14 de octubre de 1908 por un tal Pedro Luis de Gálvez que, desde su desquiciado cautiverio en el penal de Ocaña, le contaba su vida, con pelos y señales, a su carcelero: y todo para zamparle, en el último momento, la forma en que iba a ser extorsionado si no lo liberaba pronto de aquel presidio. Si el comienzo de la novela me dejó turulato, una vez acabada, el personaje de Gálvez se me hizo repugnante a más no poder. Sobre todo cuando supe que aquel bohemio de bajísima estofa que Prada retrataba en su magna obra había sido una persona de carne y hueso, y que sus correrías tenían más de un poso de realidad.

Los que, como yo, no vivimos en el mundo de Andrés Trapiello, hemos de asumir nuestras lagunas. No solo reconozco que cuando leí la primera novela de Prada desconocía que existía el tal Gálvez sino que toda esa bohemia recalcitrante que salía en ella me era completamente ajena. Lo importante del caso, pienso, es que la cuestión me interesó mucho entonces y si Francisco Rivas hubiera publicado en aquellos días esta Reivindicación de Don Pedro Luis de Gálvez a través de sus úlceras, sables y sonetos, como así parece que estaba previsto, casi seguro que hubiera ido corriendo a por ella a la librería más cercana. Pero en lugar de animarse con el hecho de que la exitosa novela de Prada había puesto de nuevo en el mapa a semejante fantoche de nuestras letras, según cuenta la leyenda, el biógrafo de Gálvez se chafó y su texto fue a parar a un cajón. A Rivas, entre tanto, le dio tiempo a morirse y la obra quedó perdida hasta que Juan Bonilla se la encontró; o eso dice él en la nota que principia esta edición, en una historia tan rocambolesca que uno, puesto ya en aviso acerca de su tendencia a fabular, termina creyendo a duras penas.

Al margen de estas suspicacias, lo cierto es que no resulta muy extraño ver el nombre de Bonilla asociado a esta recuperación, ya que el personaje de Gálvez se me antoja enormemente «bonillesco» en el sentido de que aúna en su figura lo excéntrico de las vanguardias y de la vida desordenada, como en sus admirados Maiakovski y Wyndham Lewis. Pedro Luis de Gálvez se muestra así como el ejemplo patrio perfecto de modernista sin carné, cuya obra y milagros terminaron resultando más interesantes que su propia creación artística.

El título de esta biografía -o ‘quest’, como píjamente se atreve el editor a calificarlo- resulta acertadísimo, pues Rivas se «arremanga» a conciencia para sonsacarle a sus escritos, y a los que otros que lo padecieron en sus carnes escribieron sobre él (que no fueron pocos, pero tampoco muchos), la historia más veraz posible de la vida de Gálvez. La labor de desbroce es espectacular y la inmersión de Rivas, a pulmón, en la canallería de la época termina ofreciendo un relato abracadabrante (por usar una expresión común de entonces). Se puede decir hasta que la lustrosa prosa que gasta Rivas en este texto se encuentra a la altura, en sinvergonzonería, de los tiempos literarios que analiza y termina siendo tan hipnotizante que hasta yo mismo me estoy viendo impregnado por ella, como un idiota, al redactar esta reseña.

A Pedro Luis de Gálvez se le llama en su biografía de todo, desde “harapo humano” a “melenudo y sucio de cuerpo y de alma”. Su fama de hampón, sablista y titiritero le precede, y el anecdotario de la criatura no cesa a medida que avanza uno las páginas de esta Reivindicación. La escena que se llevará a la tumba será en la que se pasea por los madriles, de tasca en tasca, con el cadáver de un niño muerto metido en una caja, limosnando entre lágrimas para su entierro. Habiendo supuestamente robado el cadáver del niño, que claramente no era suyo, y quedándose luego los dineros para vino, la leyenda rufianesca de Gálvez se escribe con letras de fuego. Si solo esto hubiera pasado, ya tendría el malagueño para que se le recordase con saña de por vida, pero Rivas nos regala mil y una miserias que uno termina aceptando entre risas con tal de no echarse a vomitar.

Son, de todas formas, los principios del siglo XX tiempos que acompañan, que habilitan la formación y perpetuación en este país de una serie de “literatos de avería”, de “caballeros de la Trampa Andante”, de “alegres Cofrades de la Pirueta”… de tal forma que, contando Rivas la de Gálvez, terminan apareciendo por estas páginas las vidas y leyendas de tantos otros, de ahí que este texto no sea solo un cántico al que posiblemente sea el mayor gañán que han dado las letras hispanas, sino que se trata de toda una rapsodia a esa bohemia literaria que con tanto lirismo elogió, por ejemplo, a la tostadita:

Ella es la inseparable de nuestros lastimosos años juveniles, la rubia compañera de esta bohemia sin Mimí. Los burgueses, gordos y bobinos, no conocen su encanto; pero quizás a ella, la divina tostada, deben las letras patrias algunas de sus más intensas páginas artísticas.”

Esto es de Emilio Carrere. ¿Se puede ser más chusquero?

Coñas al margen, si algo se le puede achacar al ‘quest’ de Rivas es, precisamente, que se le olvida que lo es. Comienza el biógrafo inmiscuyéndose entre las páginas de Gálvez, contando sus periplos con tal o cual descubrimiento y, en un momento dado, cesa de hacerlo, dedicándose en cuerpo y alma a fusilar textos que dan fe de sus indagaciones. Es probable que Rivas abuse del texto primigenio. Hay, quizás, en esta Reivindicación un exceso de academicismo que no le termina de pegar del todo. A mí así me lo ha parecido, aturullándoseme en ocasiones la lectura con tanta y larga cursiva; lo que es una pena, más cuando la prosa de Rivas se presenta tan grácil y luminosa.

En todo caso, siguen sin cuadrarme los motivos por los que esta obra, seria y divertida, no terminó de ver la luz en su día. Insisto en la creencia de que el éxito de Las máscaras del héroe debiera haber sido visto más como oportunidad que como acicate. Y cree uno que a Rivas lo que le jodió fue lo que vulgarmente se denomina “la pisada de la gallina”: que llegara un niñato como Prada y se le adelantara como reivindicador de la figura de Pedro Luis. Al poco de todo esto apareció Montero Glez recordando unos versos del Gálvez, que lo mismo sirven para entender mejor lo que a mi juicio pasó con Rivas y esta biografía maldita: “No tiene sed de agua ni hambre de pan / Tiene hambre de oro y sed de champán”.

Dicho lo cual, aprovechen ahora y bébanse el champán, que por fin se nos sirve a Don Pedro Luis de Gálvez; ¡y bien fresquito que está!

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