P. G. Wodehouse
Anagrama, 2011. Colección «Otra vuelta de tuerca»
ISBN: 978-84-339-7603-1
608 páginas
24,90 €
Traducciones de Emilia Bartel, Manuel Bosch Barrett y Luis Jordá Cardona
José María Moraga
Hace un año ya que Anagrama se decidió a editar en España las colecciones de historias de P. G. Wodehouse conocidas como The Jeeves Omnibus. Estos libros, que compilan las novelas y relatos protagonizados por Bertie Wooster (el señorito botarate) y Reggie Jeeves (su brillante ayuda de cámara), recogen algunas de las más memorables historias del humor inglés del siglo XX. Así de simple. Aparece ahora el Tomo II, que incluye las novelas De acuerdo, Jeeves (1934), Júbilo matinal (1946) y la colección de cuentos Adelante, Jeeves (1925).
En la reseña del Tomo I ya dediqué bastantes líneas a presentar a un autor y a unos personajes cuyo contexto sociocultural -tan preciso- parecía destinarlos necesariamente a quedar olvidados en una estantería, como una curiosidad de época. Todo se recupera, empero, obsérvese si no el caso de Jardiel Poncela en España (por citar a otro culto escritor humorista), pero la principal diferencia entre la obra de P. G. Wodehouse y la de otros autores “de época” rescatados o reivindicados con el paso de las décadas es que a Wodehouse no ha hecho falta desempolvarlo. En otras palabras, sus obras no han dejado de publicarse, reeditarse en diversos formatos (están disponibles en inglés en varias editoriales simultáneamente, a ambos lados del Atlántico) y leerse en el mundo angloparlante desde que aparecieron por primera vez: tal ha sido siempre la vigencia de la obra wodehousiana.
Para otras coordenadas, me remito a los primeros párrafos de la reseña del Tomo I de este Ómnibus Jeeves, pues no es cuestión de repetir lo ya dicho. Baste añadir que si Jeeves y Wooster, la mejor pareja cómica salida de las mientes de Wodehouse, es también la más memorable, esto se debe sin duda a la química que se establece entre ambos, llegando a redefinirse la relación amo-criado. Algo que hemos visto ya muchas veces (de El conde Lucanor a El sirviente de Harold Pinter y Joseph Losey), pero lo que convierte en excepcional al dúo que nos ocupa es su manejo de la comicidad.
Hay comicidad de situaciones y también de personajes, qué duda cabe, pero la estrella aquí es el lenguaje. Incluso en traducción, el imposiblemente fácil lenguaje de Bertie (obtuso pero con un barniz de cultura y fondo de buena persona) y el enciclopédico caudal de Jeeves (el sirviente erudito, que habla con citas de Shakespeare y lee a Spinoza en sus ratos libres) es la mayor fuente de deleite para los lectores, dada la cantidad de ironía, sofisticación y ‘understatement’ puramente británico que despliega. Dijo Sam Leith (editor de The Telegraph) que la pareja Wooster-Jeeves se alinea junto a los grandes dúos cómicos de la historia, como Bouvard y Pécuchet, Don Quijote y Sancho, Laurel y Hardy, Blackadder y Baldrick. Parece difícil negar esta aseveración, pero no debe perderse de vista que si esto es así, lo es en un 75% (me atrevería a decir) gracias a lo que estos personajes llegan a soltar por esas boquitas.
Ignoro cuál ha sido el criterio para agrupar y ordenar las obras seleccionadas en estos tomos, como no sea seguir a la editorial Hutchinson, que los editó así por primera vez hace más de veinte años. En cualquier caso, una vez más recomiendo la lectura de las piezas que componen el tomo en orden cronológico, lo que facilitará el disfrute (ya que la comprensión no se ve comprometida) y permitirá al lector hacerse una mejor idea del canon de Jeeves y Wooster.
Adelante, Jeeves es una colección de diez relatos aparecidos antes de 1925 (y reciclados, en algunos casos) que cuenta con la ventaja de presentarnos la primera aparición de Jeeves en la vida de su señorito Bertie. Este, desolado por la resaca y sufridor de un ayuda de cámara inepto, saluda como una bendición la llegada de este resolutivo sirviente, quien de un plumazo le quita la resaca con un cóctel secreto y -contratado inmediatamente- le resuelve una papeleta gorda: librarle de un molesto compromiso matrimonial con la formidable Florence Craye, en la historia “Jeeves se hace cargo”. Otros relatos memorables incluyen “La carrera artística de Corky” (comedia de costumbres y sátira del arte moderno) y “Bertie cambia de opinión”, donde se explica el origen al miedo a hablar en público que aqueja a Bertie.
De acuerdo, Jeeves es tal vez, la más graciosa novela de Wooster y Jeeves, y rivaliza con El código de los Wooster (1938, incluida en el Tomo I) como la más conseguida literariamente. Contiene el que quizá sea el pasaje más antologado de Wodehouse: un discurso de entrega de premios en un colegio, a cargo del inefable Gussie Fink-Knottle, un pusilánime personaje que para la ocasión lleva una curda de campeonato. Tímido patológico, Fink-Knottle es un viejo amigo de Wooster, más ducho en criar salamandras que en ligar con chicas, y enrola a Bertie cual Cyrano para conseguir que su pretendida se enamore de él, con el desastroso resultado de que ella se cree que el enamorado es el propio Wooster.
Júbilo matinal, aparecida antes en los EEUU que en Gran Bretaña, es testimonio de que la fama de Wodehouse fue y es fenomenal en América. El autor vivió allí durante muchos años, y muchas de sus obras se ambientan en Nueva York (varios cuentos de Adelante, Jeeves, sin ir más lejos). Esta novela muestra cómo, una vez pasada la 2ª Guerra Mundial, el universo ficticio de Jeeves y Wooster permanece ajeno al tiempo, más de tres décadas después de crear a estos personajes su mundo sigue intacto. Aquí Bertie Wooster es objeto de las intrigas de su terrible Tía Agatha, quien trata de juntarlo de nuevo con la arriba mencionada Florence Craye, para irritación de su actual prometido -“Stilton” Cheesewright-, quien amenaza la integridad física de Bertie. Una vez más, solo el cerebro de Jeeves será capaz de desenredar la trama y repartir -como en todas las obras- un poco de justicia poética de entreguerras.
A la espera de la aparición de los siguientes volúmenes de este hilarante Ómnibus, solo me resta recomendar la lectura de P. G. Wodehouse a todo aquel incauto que no la haya probado nunca. Aunque… pensándolo bien, os envidio: ¡quién pudiera volver a leerse estos libros por primera vez!