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Realidad y realismo mágico en la Sevilla de principios del siglo XX

REYES GARCÍA-DONCEL |Cuando alguien tiene alma y mente de novelista cualquier suceso, historia, incluso un lugar, le sirve para desplegar la imaginación y fabular una historia de cincuenta capítulos. Y si a esto le unimos la confluencia con territorios míticos de la infancia ligados a la memoria, el resultado es una novela que abarca desde la primera década del siglo XX, continúa con los años veinte, la dictadura de Primo de Rivera, y termina en el comienzo de la guerra civil.

Los personajes principales de Yo maté a facundo Varela son un grupo de anarquistas, los fundadores de la Federación anarquista de Sevilla. El autor no sólo, aunque preferentemente, se centra en la lucha sindical, sino que también analiza otros aspectos de la historia de Sevilla como el origen de la Feria de abril y de la Exposición Iberoamericana del 29. La Sevilla de esos años anteriores a la guerra estuvo agitada por múltiples conflictos sociales, y actos de lucha callejera como sabotajes, incendios de tranvías, bombas…, represaliados por la policía y con sus correspondientes ajustes de cuentas en ambos sentidos —el Somatén fue muy potenciado durante la dictadura— de forma que los tiroteos se producían en cualquier punto de la ciudad. Todo ello unido al incremento de la población necesitada por la inmigración desde el campo, hace que se produzca la radicalización de los trabajadores y su sindicalización masiva.

La historia está construida por dos protagonistas principales cuyas narraciones discurren en paralelo: Facundo Varela, apodado el Cojo, y el Torero. Este es quien decide contar los hechos como redención por el asesinato de su compañero —nos lo dice el título y aparece en el primer párrafo— y lo hace en primera persona, a modo de confesión. El Cojo sin embargo nos habla en segunda, como si ese fuera su fantasma que desde la ultratumba se ha unido para susurrar la narración. Él mismo nos lo dice tras una de sus incursiones nocturnas: «Matar es fabricarte tu propio fantasma». Además ambos personajes presentan caracteres opuestos: uno es cobarde, dubitativo y receloso, la lectora se pregunta en ocasiones qué hace luchando con los anarquistas; mientras que Facundo es pendenciero, impulsivo, fanático y hace gala de una temeridad rayana en la locura.

Esta dualidad también se manifiesta en el resto de militantes anarquistas; en el grupo nos encontramos idealistas que defienden la educación como motor del cambio social, por ejemplo el maestro Perea: «obsesionado con que la enseñanza era el arma revolucionaria más eficaz»; contrarios al uso de la violencia « ¡Somos anarquistas, coño, no matarifes! », protesta el doctor Caldera en una de las numerosas reuniones del grupo; idealistas hacia la utopía que no son bien recibidos por los otros: para el Torero son una «ilusión beata»; y el Cojo apuesta por empuñar las armas e implantar el comunismo libertario. Sin embargo, a pesar de la violencia y crímenes continuos, el autor hace a Facundo estudiar la carrera de Magisterio —¿es quizás un alter ego?— y dar clases a diario a los más necesitados. Los anarquistas aparecen como gente curtida, valiente, correosa, dura: «Tipos cuyo aliciente era el dolor, como si buscaran la redención a través del padecimiento. Abrazar la muerte era para ellos una forma nueva de nacer».

Se podría clasificar a Yo maté a Facundo Varela en la categoría de novela histórica por el trabajo de documentación sobre el desastre social en que vivía España. La descripción de los hechos es pormenorizada y creíble, por ejemplo el mitin político en la antigua plaza de toros La Monumental, que acabó con carga policial, heridos y muertos. En otras escenas, a los hechos conocidos, como no podía ser de otra manera, el autor añade ficción: la huelga de panaderos en Sevilla y la llegada de pan de Alcalá de Guadaíra para abastecerla. Hay una clara voluntad de denuncia de las condiciones en las que se vivía en los barrios obreros en este periodo: «una ciudad derrotada por el peso del tiempo, la tristeza y la corrupción, encorsetada en un ceñidor de pobreza» «Sevilla tiene un aspecto desolador», se lamenta el Cojo; y también del abandono por parte de las autoridades a sus habitantes: «Un pueblo inmerso en un proceso de degradación. Un pueblo analfabeto».

Pero en absoluto es estrictamente histórica pues Gregorio Verdugo ha viajado a su conocido Macondo particular: el barrio de Ciudad Jardín, a sus comienzos, es decir, una Ciudad Jardín recién hecha ya que se construyó para la exposición de 29, con casas sin terminar, calles sin alumbrado… —imagino lo que el autor ha debido disfrutar reproduciendo el origen de su mito literario—, que describe como un lugar amable donde vivir y donde, por supuesto, se renombran plazas y aparece la de Cervantes. La imaginación y el impulso novelesco no se resiste a aportar una marca de realismo mágico: a Facundo Varela, el Cojo, las balas no le tocan pues, de manera inexplicable, se desvían cuando llegan a unos centímetros de su cuerpo. Parece un ser inexpugnable, lo que unido a su dedicación a los débiles, lo convierte en una especie de superhéroe: «Durante aquellas, luchas se cimentó la leyenda de su inmunidad contra los enemigos y las balas de su pistolas».

¿Pero de dónde le viene al Cojo esa fuerza luchadora, ese idealismo exaltado? En la profundización psicológica del personaje el autor nos muestra un hombre atormentado desde la infancia por un accidente que lo dejó cojo de por vida: «El dolor es la mejor autopista hacia el odio, la cojera la candela en la que se cocina a fuego lento tu rencor al mundo». Y su propia debilidad le impulsa a defender a los débiles, en este caso a los desahuciados, los hambrientos, los parados…: «Te cuesta un mundo digerir el escarnio contra el débil». El odio es su emoción dominante y la agresividad su mecanismo de defensa, dos condicionantes para toda su vida que irán creciendo en su interior como si solo pudiera redimirse defendiendo al débil: «El mundo es tu enemigo. Odias a quien no sufre como tú». Él también es víctima, de su propia ira.

La novela, estructurada en tres partes y un epílogo, está escrita con un lenguaje rápido y directo, que recupera términos en desuso o concernientes a oficios: alarife, ollero, garapullo… La mayoría de sus personajes tienen apodo: la Gorda, el Dedos… y sus diálogos están repletos de máximas como forma de sabiduría popular: «En tales manos, no les arriendo las ganancias, Bailaor». Una novela sobre idealismos y lucha, sobre darle un sentido a la vida; también sobre amistad, amor y lealtad. Un acercamiento a lo que fuimos: «Aquellos tiempos duros nos transformaban en criaturas del dolor».

Yo maté a Facundo Varela (Ediciones En Huida 2023)| Gregorio Verdugo|338 páginas|20 €

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