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Recuperar el fuego


Rudolf Steiner
Gary Lachman

Atalanta, 2012

ISBN: 978-84-939635-3-8

264 páginas

23 €

Traducción de Bárbara Mingo


Manolo Haro

Alguna vez Georges Simenon comentó que como método compositivo de las novelas de Maigret echaba mano a la ayuda del azar: en una bolsa colocaba una serie de nombres y situaciones que poco a poco iban saliendo a la luz con la colaboración de su mano. Si entre los hipotéticos nombres creados por la imaginación del belga hubieran figurado el de Jacobo Fitz-James Stuart (a la sazón editor de Atalanta), Gary Valentine (a la sazón Gary Lachman en la vida doméstica y bajista del grupo norteamericano Blondie) y Rudolf Steiner (antropósofo, entre otras muchas cosas) incluso la fortuita fuerza del destino se habría quebrado en una extraña mueca. El caso es que el nombre del editor ligado al del músico ya le da la suficiente consistencia a un libro que cuenta admirablemente la vida y obra de un hombre que la historia de la filosofía, la medicina, la arquitectura, la pedagogía y el arte han relegado por mera superstición, desconocimiento o cortedad de miras a lo más recóndito del re-conocimiento humano. Que la editorial Atalanta coloque entre su prestigioso catálogo una obra dedicada a Steiner y que esta venga firmada por una pluma como la de Lachman –inteligente, versátil y conocedora como pocas del legado steineriano, sin caer además en la solfatara hagiográfica propia de los descubridores de genios olvidados– es una gran noticia.

El trabajo de Lachman reúne en apenas 250 páginas una condensada narración de la vida, la obra y las bases filosóficas de un hombre al que no se ha leído o, si se ha hecho, pocos han sabido hacerlo como para otorgarle un lugar en la historia de las ciencias humanas y, como sería más apropiado decir, en las ciencias del espíritu. Steiner por nacimiento y formación, en un primer momento, es hijo del Romanticismo. El XIX combinó, como hábil artesano de la taracea, el incipiente materialismo con la pujante necesidad de liberar el espíritu del empuje del filisteísmo burgués. En ese ambiente crece y se forma el joven Steiner. Su instrucción filosófica le permitió poner en solfa muchos de los pilares que el pensamiento de Occidente ha dado como fundacionales para su andadura en la historia de la civilización. La afirmación de Kant de que no podemos conocer el mundo tal como es le parecía un anatema. Tampoco participaba del pesimismo de  Schopenhauer. Éste admitía esencialmente que toda la existencia es una ilusión y que habría sido preferible para los seres humanos no haber nacido. Lejos de casarse con la filosofía especulativa de sofá, Steiner prefería comulgar con pensadores como Fichte, que había situado el ego humano en el centro de su sistema filosófico y añadía que la percepción de la realidad no era un ejercicio racional al que se llega por medio de la contemplación sino por medio de la acción, pero una acción meditada, alejada de los levantiscos paisajes de las pinturas de Friedrich. El romanticismo del que bebió venía con el marchamo clasicista de Goethe. A éste alcanzó a conocerlo de manera intensa al hacerse cargo en su juventud de su archivo en la ciudad de Weimar, hecho que lo consagraría como investigador del genio alemán. Entre estos brillos tornasolados llegó también la luz de Friedrich Schiller, de quien interiorizó sus enseñanzas: sostenía que el desarrollo humano está fundamentado en conseguir un equilibrio entre el pensamiento y los sentidos, entre el espíritu y la naturaleza. Con este empeño anduvo por el mundo todos los días de su vida.

Lachman apunta a La filosofía de la libertad como la mejor obra de Rudolf Steiner, un estimulante ensayo en torno al pensamiento, donde el autor manifestaba la certeza de haber llevado a Nietzsche a sus cotas más altas. Su idea fundamental es que lo que percibimos como mundo exterior está condicionado por nuestra conciencia. El libro es un ataque a los que él llamó «materialistas ingenuos». Steiner entendía que el pensamiento no es una posesión privada sino parte del propio proceso cósmico. El mundo solo alcanza su compleción a través del acto del conocimiento. Por tanto, somos «co-creadores» en la evolución de ese mundo.

Pero, ¿qué contribución de Rudolf Steiner alienta las mañanas del planeta hoy día? Pues su mayor  tributo viene de la cristalización de sus experiencias e intuiciones en lo que él mismo dio en llamar «antroposofía«. Steiner tuvo el firme convencimiento de que estaba enunciando las bases ideológicas y metodológicas de una verdadera ciencia del espíritu, frente al conocimiento revelado del que partía la teosofía y la mayoría de las religiones consolidadas. El conocimiento era alcanzado por el propio esfuerzo. De ahí que se le haya tachado de teósofo y de místico sin cuestionar esta retahíla de epítetos a partir de una lectura atenta de sus innúmeros escritos. Su intuición e imaginación, sumadas al hecho de que se le fueran cruzando por el camino personas que determinarían la deriva de sus capacidades, dejaron desarrolladas o esbozadas disciplinas que hoy día están de manera manifiesta presentes en muchos rincones del mundo. Fundamentalmente la ‘praxis’ steineriana desembocó en lo pedagógico. Este trabajo en el orden pedagógico se inició a petición de una escuela de formación de obreros de Berlín, participando así de un proyecto que ya tenía hitos en ciudades como Nueva York y Londres. Emil Molt, propietario de la compañía de cigarrillos Waldorf-Astoria de Stuttgart, asociado al industrial Carl Unger y el economista político Roman Boos, se interesaron vivamente por las teorías de Steiner. Este contacto con Molt cristalizaría en el método pedagógico Waldorf, pues fue este hombre de negocios el que le planteó al filósofo la posibilidad de crear una escuela para los hijos de los empleados. Nació así la escuela Waldorf de Stuttgart con doce profesores y 253  alumnos. Esta educación está basada en el desarrollo de la vida espiritual del estudiante; contra la formación convencional (que a juicio de Steiner era pobre, abocaba al pensamiento muerto y abstracto, y a la vida atrofiada por el materialismo), la propuesta era la observancia del individuo en septenios hasta los 21 años, relacionando estos con el desarrollo del cuerpo etérico, el astral y el Yo, respectivamente. Había que afanarse por construir un entorno de aprendizaje que motivara el pensamiento vivo y la imaginación activa, en lugar de hacer repetir conceptos mecánicamente. El mayor movimiento aconfesional e independiente del mundo. Como comprenderán, en estas horas bajas de la educación reglada y administrada por el Estado, oír un mensaje tan ilusionante como éste no deja de ser una invitación a plantearse ciertas preguntas.

De las muchas personas que le regalaron al pensador el fuego para indagar en otros campos del saber en los que tuviera cabida su proyecto antroposófico, se encontraban Marie von Sivers (rusa, talento del arte dramático, la actuación y la declamación) e Ita Wegman. Ita Wegman, joven alemana a la que animó a estudiar medicina y la que se convertiría en su médica personal, fundó el Instituto Clínico-Terapéutico y un laboratorio al que daría el nombre de Weleda (como la línea de productos para el bienestar que hoy se comercializa con notable éxito). Esta medicina antroposófica tiene en cuenta los sistemas nervioso, rítmico y metabólico del cuerpo, así como las fuerzas etéricas y astrales. El tratamiento recaía sobre la persona, no sobre la enfermedad, por lo que no tenía sentido el uso estereotipado de medios. Incorporaba la música, el color, la música, el arte y la danza (“euritmia curativa”, que hoy día se sigue practicando en los colegios Waldorf). Conectaba las potencias del alma (pensamiento, sentimiento y voluntad) con el cuerpo humano: el pensamiento (sistema nervioso) a la cabeza; el sentimiento (sistema rítmico) a la respiración, la circulación y el ritmo cardíaco; y la voluntad (sistema metabólico) a las extremidades. Al igual que en el campo de la pedagogía, este modelo se utilizaría para su filosofía social, emparentada con los principios de la Revolución Francesa de libertad, igualdad y fraternidad: el mundo de la cultura y de la creatividad humana habrían de ser libres; la política estaría relacionada con los aspectos circulatorios y emocionales de la sociedad, luchando por conseguir la igualdad entre todos; y lo económico se conectaría con lo metabólico, que desembocaría en la fraternidad entre individuos.

Otro de sus títulos trascendentales fue Teosofía, en el que expone que los seres humanos, lejos de la bipartición platónica y cristiana, estamos conformados por cuerpo, alma y espíritu, parte esta última que la iglesia desestimó en el siglo IX por considerarla parte de una visión herética. A estos tres elementos Steiner sumaba el cuerpo etérico y el astral. El autor tomó contacto con teósofos de libro en diferentes congresos y encuentros. Su forma de entender la teosofía distaba bastante del enfoque orientalista de Madame Blavatsky. El tamiz cristiano que a simple vista podía haber filtrado las ideas personales de Steiner hizo que muchos aquellos teósofos ‘stricto sensu’ desconfiaran de su figura.

Después de haber levantado la suspicacias de esos teósofos de libro, de haber comparecido ante cientos de auditorios para llevar a diferentes rincones de Europa su pensamiento y de lograr una aceptación cada vez mayor por parte de su público, Rudolf Steiner sintió que debía anclar su proyecto vital en un lugar. Es así como nace el Goetheanum en Dornach (Suiza).  Asombra observar como un hombre cuya formación arquitectónica era más intuitiva que técnica, pudo construir un edificio que hoy, si es que aún existiera (el Goetheanum ardería la noche del 31 de diciembre de 1922), seguiría admirando por su bizarría. Hoy el Segundo Goetheanum se muestra como otra joya de la arquitectura antroposófica, que tiene rasgos claramente vinculables a las construcciones orgánicas y al modernismo que estaba en el ambiente del momento.

Gary Lachman, como dijimos arriba, no es un hagiógrafo entregado a repartir estampitas. Su relato resulta tan apasionante como las peripecias vitales de Steiner. El olfato del norteamericano para introducir vivaces lecturas del presente entre sus párrafos a la luz de lo vivido en la época de su biografiado harán disfrutar al lector más aún. Claro que aquéllos que estén interesados en tomar  contacto directo con la obra de Steiner se preguntará dónde están sus libros. No se cansen en vano. Pocas librerías de nuestra geografía colocan en los anaqueles títulos del antropósofo, a pesar de que el trabajo de la editorial madrileña Rudolf Steinertraduce y publica con denodado esfuerzo su legado intelectual.

Rudolf Steiner ha sido alineado con filósofos y pensadores como Henri Bergson, Edmund Husserl o Karl Popper. Su ingente obra es un monumento al espíritu y a la esperanza. Creo que hay que saludar el libro de Gary Lachman con total entusiasmo, no sólo porque su lectura es un disfrute absoluto sino porque supone una invitación a tirar del cabo de una cuerda que sigue dando claves para dirigirse en un mundo como el nuestro. Steiner colocó las bases de la agricultura biodinámica hace casi un siglo, donde el respeto a la tierra, entendiéndola como un organismo vivo en el que participan muchas fuerzas externas, hace que la relación de respeto entre hombre y cosmos dé resultados dignos de admiración. El mundo contemporáneo es probable que esté necesitando acercarse a su obra, pues, como el mismo admitía, se debería lograr articular la forma de dotar a las condiciones de la vida moderna de una verdadera relación consigo misma y con el cosmos, hasta tal punto que pueda generar en su interior la fuerza para no seguir descendiendo. Nada más. Busquen el libro de Lachman porque lo gozarán. Lo mejor, si gustan, viene luego.

admin

5 comentarios

  1. «…la propuesta era la observancia del individuo en septenios hasta los 21 años, relacionando estos con el desarrollo del cuerpo etérico, el astral y el Yo […] en estas horas bajas de la educación reglada y administrada por el Estado, oír un mensaje tan ilusionante como éste no deja de ser una invitación a plantearse ciertas preguntas.» (las negritas son mías)

    Joder, como la solución ilusionante de la educación sea la sarta de chorradas pseudocientíficas de Steiner (y por supueso no sólo incontrastables sino directamente absurdas. En caso de duda lean sobre la «medicina antroposófica» o la «agrigultura biodinámica») mezcladas con la dosis justas de un pensamiento irracional basado en creencias astrales, vamos apañados…

    Como contrapunto a lo explicado aquí por el reseñista propongo otra visión de la antroposofia (y de paso, de su curiosa relación con Triodos, «el banco ético» de moda) a través del siguiente artículo que intenta investigar sus presupuestos desde una visión racional y crítica

    http://charlatanes.blogspot.com.es/2012/08/antroposofia-la-secta-y-su-banco.html

    • Saludos
      Apreciado José, permita que le diga que erró el lugar dónde dejar tal comentario. Ello no hace más que demostrar una perfecta ignorancia. Lástima de tiempo perdido.

  2. Hace unos meses descubrí a Steiner, este personaje tan curioso. Por una parte, su pensamiento tiene cosas muy sugerentes: tanto la reseña del sr. Haro como el propio libro de Lachman (que terminé hace poco) inciden en ello.

    Pero por otro lado, están todos esos abalorios del karma, la reencarnación, el cuerpo astral, la Atlántida,… que uno no sabe cómo tomarse. Lachman no lo aclara. Y después de echar una ojeada a la vieja enciclopedia Espasa, para ver qué se escribía sobre Steiner en su época, la cosa no mejora. En resumen, que me he quedado con ganas de que me expliquen de dónde sacó Steiner esos conocimientos. ¿Llegó a ellos a través de su llamada ciencia espiritual? ¿Fueron revelaciones de un «maestro» no desvelado? ¿O, sencillamente, son fruto de su fantasía, o peor aún, de una demencia? Me dolería pensar que Steiner solo fue un charlatán ilustrado o un orate.

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