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Revelación de la belleza

volver-y-cantar-de-luis-suc3b1c3a9nCORADINO VEGA | El que está acostumbrado a escuchar la voz de Luis Suñén en ese reducto de cordialidad y disfrute que es el programa de Radio Clásica Juego de espejos, lee sus poemas con el mismo timbre de alegría apacible en la mente y en el oído. No en vano Luis Suñén es un poeta afirmativo, de una celebración serena y sobria que viene de Fray Luis de León y pasa por Jorge Guillén, quien es quizás el poeta español, junto con Pedro Salinas, que más resuena en sus versos. Sin embargo, Suñén tiene una voz propia reconocible de inmediato, personalísima, que parte del ángulo desde el que fija su mirada para contemplar el mundo y la utilización del lenguaje, más deudora si acaso en este último poemario de la flexibilidad expresiva de autores en inglés como Philip Larkin, John Ashbery, Mark Strand o Robert Lowell. Que esa nómina combine la contención y la austeridad con la desmesura, o los rasgos coloquiales con lo que de esencia trascendente guarda la palabra, no es una mera coincidencia, puesto que Suñén ofrece una versatilidad de temas y formas que lo convierten en una especie de ‘maverick’ dentro del panorama poético actual, en una de esos raros que van por su cuenta al margen de generaciones y escuelas.     

La música en la poesía de Suñén, más que en su temática, está en la dicción y en las estructuras de estos poemas que, quizás por la disposición cronológica de su escritura durante ocho años, acrecienta la variedad de asuntos como el paso del tiempo, las despedidas, el cuidado, las creencias, la experiencia inmediata, la amistad, la dicha o la nostalgia. De una elegancia afable y precisa que combina el humor con la referencia culta, la ironía con la gravedad, o las expresiones del habla cotidiana con el recurso estilístico, su resultado es el de una naturalidad ágil que oculta un haz complejo de matices tras un lenguaje fluido y claro. Pero su culteranismo, aunque sea tan selecto y minoritario, nunca es pedante; ni su ironía alcanza jamás el sarcasmo. Y aunque la felicidad que deja su lectura se extienda de una manera sutil y luminosa, en Volver y cantar también hay una tristeza que a veces se vuelve sombría pero no amarga, sobre todo en la comprobación melancólica de que, llegada una edad, quizás lo que quede sólo sea lo que fuimos. Esa percepción del tiempo que nunca volverá, transida de un dolor atemperado por la comprensión de quien la acepta sin aspavientos ni narcisismos, no excluye tampoco la gratitud por lo que depara la vida, la rebeldía por que se acabe, incluso la esperanza de que tras la muerte pueda haber algo que no sea del todo desagradable, como ocurre en el poema dedicado al cuadro The Resurrection de Stanley Spencer, que en su contraste hilvana una visión apocalíptica, como de escatología y delirio y aquelarre, a una fiesta cómica semejante a las de esas fanfarrias que irrumpen en las sinfonías de Mahler: a esos versos últimos que esperan que el final acabe siendo un “principio para siempre”.

En Volver y cantar hay estampas narrativas que hacen de un asunto corriente, aparentemente trivial, un momento sagrado por medio de una transfiguración casi mística que sortea lo rutinario. Son poemas breves, de verso corto, en los que se sugiere más que lo que se dice, y que muestran la doble habilidad de concentrar la sabiduría en un instante y la de la concisión, como en esas piezas perfectas de Debussy y Ravel en las que parece que no falta ni sobra ninguna nota. Estos poemas difieren por eso aún más de aquellos otros, como “Melville en Madrid”, que en su dejarse llevar por el rapto onírico y la imagen irracional alcanzan un grado visionario de lucidez y tensión, de libertad absoluta y simultaneidad, que recuerdan en cambio al Beethoven de las sonatas y los cuartetos finales.    

Luis Suñén, además de uno de los editores españoles más importantes de los últimos tiempos, es director de la revista Scherzo y ha sido crítico musical y literario. Sin embargo, uno tiene la sospecha de que, por mucho que se considere a sí mismo un “poeta menor”, casi secreto o clandestino; por mucho que se aleje por temperamento de los “poetas profesionales”; por encima de todo, percibe la vida de una manera poética. Hace poco, en una entrevista, se le escapó que incluso estaba dispuesto a dar una mano por escribir un buen poema. Y yo, tras conmoverme tanto con la belleza de Volver y cantar, tras llorar incluso con escenas como las de “La sagrada familia”, al leer esa conversación sólo pude pensar cómo era que, en la fotografía que la acompañaba, se le apreciaban ambas extremidades superiores en perfecto estado.

Volver y cantar (Trotta, 2015), de Luis Suñén | 72 páginas | 12 €

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