JORGE ANDREU | En una extraordinaria y turbadora película, una chica tiene que afrontar la pérdida de sus seres queridos en un viaje que su novio y unos amigos emprenden a un poblado de Suecia con el objetivo de realizar un estudio antropológico del entorno. La experiencia de Dani, protagonista de la película, pasa por una serie de estadios cada vez más dolorosos que la llevan a fundirse con la naturaleza y la sociedad en la que se ha encontrado de pronto atrapada. Me refiero, claro está, a Midsommar (2019), de Ari Aster, un ejemplo estremecedor de terror slasher a plena luz del día.
Fundirse con la naturaleza, prender el miedo al aire libre y al mismo tiempo encontrarse encerrada en un espacio claustrofóbico son quizá tres de los pilares sobre los que se sustenta la última novela de Pilar Adón: De bestias y aves. La conexión, no sé si por pareidolia, me lleva a pensar en una doble lectura: una aventura desde fuera hacia dentro, una explosión desde lo más inconsciente hacia lo puramente corporal. Porque el viaje de Coro en la novela y el de Dani en la película son metáforas de una necesidad: la de superar el duelo y fundirse con el mundo para seguir adelante, pues no queda más remedio.
Tras un primer capítulo lleno de una extraña armonía, que parece pertenecer a una situación futura, encontramos a una artista, Coro, que conduce perdida por una carretera en busca de un lugar donde repostar, y que no alcanza a encontrar gasolinera cuando se encuentra frente a la puerta de una casa de campo. Betania se llama el lugar donde la protagonista, con el recuerdo de una hermana ahogada cuando era pequeña, con la necesidad de reparar el vehículo sin combustible, se adentra junto a un grupo de mujeres que viven en una suerte de comunidad alternativa: «¿por qué no iban a hacerlo si estaban en su territorio?» (Pág. 66). Autoabastecida y autorregulada, con una matriarca y una especie de chamana, esta comunidad femenina servirá a Coro para emprender un viaje iniciático de dolor hasta encontrarse a sí misma en el seno de un ambiente natural donde las bestias y las aves se funden en uno, porque «también ella era fruto de la tierra. Un elemento más del universo» (pág. 189). Tal proceso ritual no deja de evocarme, salvando las distancias −poética cinematográfica, poética narrativa−, el rito de paso de Dani Ardor en la película de Ari Aster.
Y lejos ya de tanta comparación cinéfilo-bibliófila, pongamos sobre la mesa los valores que hacen de esta novela digna merecedora del Premio de la Crítica de la lengua castellana en la modalidad de narrativa en el año 2023. Una mirada poética, cargada de referencias implícitas a las grandes tradiciones, una tensión narrativa permanente donde parece que no suceden grandes cosas pero el hilo se extiende cada vez más hasta romper sobre un lago, como una piedra lanzada al centro y extendiendo círculos a su alrededor. Un personaje individual que se hace colectivo conforme se adentra en la comunidad. Un armazón narrativo sencillo en apariencia pero que ofrece, en una segunda, recomendada lectura, el martillo y el cincel para esculpir una figura geométrica compuesta de mil caras.
Condenada quizá a un público minoritario por lo poético de su prosa, De bestias y aves compone un fresco donde la mujer se hace a sí misma, donde el arte cobra un papel crucial para filtrar sus experiencias, donde el dolor se aparta a base de cotidianidad. Dentro de una casa alejada del mundanal ruido. junto a una roca que parece un tótem. En una fusión totalizadora con la naturaleza.
De bestias y aves (Galaxia Gutenberg, 2022) | Pilar Adón | 208 páginas | 18,50 euros