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¿Sabemos quiénes somos?

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La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez 1964-1980

Susan Sontag

Literatura Random House, 2014

ISBN: 978-44-397-2562-6

516 páginas

21,90 €

Traducido por Aurelio Major

Editado por David Rieff

 

 

Rafael Suárez Plácido

Hay dos tipos de diarios: aquellos que el autor usa como vehículo para su lucimiento personal y aquellos en los que el autor necesita “dejar constancia” (utilizo la expresión de Susan Sontag) de todo aquello importante que rodea su vida y su obra. En general, puede decirse que los primeros están escritos para ser inmediatamente publicados y se esperan como un acontecimiento literario que ocurre cada cierto intervalo regular de tiempo. Pueden ser muy interesantes, por el punto de vista del autor o por su prosa o por la afinidad, ideológica o estética o por ambas, que el lector pueda tener con él. Pero la expectativa de la publicación más o menos inmediata está siempre presente en la voluntad creadora y dificulta la sinceridad o el atrevimiento de lo que allí se expone. En general, estos diarios son meras repeticiones, con mejor o peor prosa, de las opiniones que se leen en la prensa o se escuchan en otros medios; en general, pierden todo su interés unos años después en el mejor de los casos. Pero cuando alguien “se encierra” de manera semiclandestina con sus fantasmas, los invoca para sí mismo y los expone, quedando la mayoría de las veces al descubierto, con el riesgo de ofender a los que más quiere, con el riesgo de quedar en evidencia él mismo antes que nada y poniendo en juego su vida, el documento que genera es, cuando menos, interesante. Si el sujeto creador tiene ideas propias y se las está cuestionando continuamente, el texto puede marcar una época y ese interés permanece siempre. Este es el caso de los diarios de la escritora norteamericana Susan Sontag, la más universal de las escritoras de su país.

La conciencia uncida a la carne es el segundo tomo de sus diarios, los que recogen anotaciones que van de 1964 a 1980, la época no solo de madurez de la autora, que nació en 1933, sino también de su consagración como una de las intelectuales más importantes y, desde luego, influyentes del mundo. El primer volumen apareció en España en 2011, con el título Renacida. El editor, David Rieff, que además es su hijo, cuenta que su publicación le produjo un serio dilema moral, ya que aunque el círculo íntimo de la escritora sabía que existían esos cuadernos, ella nunca publicó ni dio a conocer ninguna parte de su contenido, ni tampoco hizo ninguna referencia a qué deseaba que se hiciera con ellos. Así pues, la decisión de publicar los más de cien cuadernos que se encontraron tras su fallecimiento fue solo suya, sin tener claro en ningún momento cuál era el deseo al respecto de su madre. Una decisión difícil que se hace mayor al leerlos, porque en ellos Susan Sontag no esconde nada de lo que piensa ni de lo que siente en ningún momento. Me la imagino escribiendo en esos cuadernos constantemente: tras un desayuno en un hotel en Karlovy Vary, anotando la lista de las películas que ha visto los días anteriores en el festival de cine, o en una cafetería de París, contando lo que había dicho alguien la noche anterior, o en su propia casa en Nueva York, pero siempre celosa de que nadie leyera lo que escribía en ellos. Entiendo la dificultad del hijo, pues en estos textos se ven los momentos de felicidad de su madre pero, especialmente, las dudas, los temores y los complejos que la asolaban, por no hablar de las opiniones que tenía de los que la rodearon, la amaron y la traicionaron, o de aquellos a los que ella amó y traicionó. Es cierto que había dos opciones: o publicarlos o quemarlos, como confiesa que alguna vez pensó hacer. Pero, tras leerlos, quemarlos habría sido un error garrafal. Estos diarios son Susan Sontag.

No es frecuente encontrarse con una niña que a los trece años ya ingresara en la universidad y que, tan joven, tuviese tan claro a qué podía aspirar y a qué no; “A los cinco años anuncié a Mabel que iba a obtener el Premio Nobel. Yo sabía que sería reconocida. Y supe también -a medida que pasaban los años- que no era lo bastante inteligente para ser Schopenhauer o Nietzsche o Wittgenstein o Sartre o Simone Weil. Me propuse merecer su compañía, como discípula, trabajar en su rango. También, supe que tengo una buena cabeza, incluso con gran alcance. Soy buena para comprender las cosas, ordenarlas, usarlas. (Mi mente cartográfica). Pero no soy un genio. Siempre lo he sabido.” Es curioso el caso de Simone Weil, la escritora a la que más admira durante estos años. Todo son elogios hacia su obra, hasta que lee una biografía que la presenta como una persona que ansía una pureza casi divina renunciando a su cuerpo, lo que le provoca un enorme rechazo y una serie de entradas devastadoras. Hay que entender que su vida giraba entre el doble deseo de ser reconocida como artista e intelectual, a la vez que como persona. Su otro gran tema es ser admitida como persona, sin renunciar a su cuerpo. En ese sentido habría sido más comprensible que sus halagos fueran hacia la otra gran pensadora del siglo XX, Hanna Arendt, sin embargo a esta dedica muy pocos comentarios.

Poco antes de 1964 había publicado su primera novela, El benefactor, y en 1966 le llegó el éxito mundial con los ensayos de Contra la interpretación. En una de las primeras entradas del libro cita a Nietzsche: “Nada es real. Todo es interpretación.” Es fácil relacionar el fragmento con el título de su reconocido ensayo. A partir de ahí comienza la vorágine de éxito que la consumiría el resto de su vida. Sus opiniones son escuchadas en todo el mundo. Pero, aunque esto es parte de lo que pretendía desde pequeña, apenas le procuró felicidad. Y esto le atormentaba. El tomo comienza con el dolor por la separación de su pareja anterior. Constantemente analizaba las causas de esta aflicción. Reflexiones sobre el papel en su vida de sus padres o su hijo, pasando por algunas de sus parejas. Asistimos en primera persona a lo que pasa por la cabeza de Susan Sontag y es cierto, como escribe su hijo, que hay momentos en que queremos avisarle de posibles errores o de decisiones arriesgadas. No podemos vivir la vida de otras personas y, quizá, menos la de alguien como Sontag, pero durante las horas o los días en que leemos sus diarios hay momentos en que sentimos que nos lo está contando a nosotros, en cierta intimidad. ¿Es esa una de las finalidades del arte? Si es así, lo ha conseguido plena e involuntariamente con este libro que ni tan siquiera está claro que llegara a concebir como tal.

Referencias a la cultura española hay varias: desde su admiración por el teatro de Calderón, alguna lectura de Ortega y, más que nada, el arte de Picasso y el cine de Buñuel, que sigue con interés. Supongo que en el tercer tomo aparecerá Juan Goytisolo, con quien comparte una experiencia personal en Sarajevo. En este, aparece su amiga Monique Lange, y su amigo, el argentino Edgardo Cozarinsky. Uno de sus contemporáneos a quien más admiró fue Borges, a quien cita constantemente y a quien ha dedicado ensayos y alguna entrevista. Los franceses Beckett, Blanchot y, especialmente, Sartre, Beauvoir y su amigo Barthes, son otros de sus escritores de cabecera, junto a la ya nombrada Simone Weil. Con estas credenciales es fácil comprender que siempre nadó a contracorriente. Recibió premios importantes, pero también fue censurada por sus opiniones radicales, y si lo fue por sus artículos, declaraciones o ensayos, es obvio concluir que sus diarios no publicados escondían ideas más duras aún. En este libro aparecen entradas referidas a viajes a Vietnam, justo después de la guerra a la que opuso tajantemente, a Cuba y a China. Escribe también, con mezcla de fascinación y temor, como ya hizo Beauvoir, de la aparentemente contradictoria relación entre sus ideas feministas y su interés por las relaciones sadomasoquistas. Fue una mujer de su tiempo. Mientras estalló el “Mayo del 68” en Paris, ella estaba en Vietnam del Norte. En las listas que llenan páginas del libro menciona China como uno de los temas que siempre le han interesado más, quizá porque su padre murió allí siendo ella muy niña. Se adelantó a su tiempo, analizando su propia experiencia y cómo hubo de ser madre de su madre, para que ella la aceptase, teoría que años después desarrollaría la psicoanalista Anne Miller, en El drama del niño dotado, aunque Sontag escribió que “el psicoanálisis me parece humillante (entre otras cosas); me avergüenza mi propia trivialidad. Me siento reducida.”

Es posible que más adelante esta primera edición de los Diarios de Susan Sontag se perfeccione, se complete la selección de los fragmentos o se añadan cuadros cronológicos que sitúen mejor al lector en el contexto de estas páginas, pero eso no quita que ya sea un libro básico y vivo, una auténtica autobiografía de la autora, que entusiasmará a sus lectores y a los interesados en conocer algo más de Susan Sontag, de la literatura, de las artes, del pensamiento, en definitiva, de la historia de la segunda mitad del siglo XX contada por una de sus protagonistas más inquietantes.

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