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Semilla

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Ceremonias

Ednodio Quintero

Candaya, 2013

ISBN: 978-84-15934-00-4

237 páginas

16 €

Prólogo de Carlos Pacheco

 

 

Sara Mesa

No sé si la narrativa venezolana está bien editada en España ni si sus autores contemporáneos fundamentales llegan a nuestras mesas de novedades. He oído hablar, y bien, de Israel Centeno (1958),  Juan Carlos Méndez Guédez (1967), Juan Carlos Chirinos (1967) y Alberto Barrera Tyszka (1960), aunque reconozco que aún no los he leído. Y también habían llegado a mí, tras el más que meritorio esfuerzo de la editorial Candaya por publicarlo y darlo a conocer en España, muy buenas referencias de Ednodio Quintero (1947, Las Mesitas, Trujillo), autor prolífico de una generación anterior a los mencionados. Digo que parto de este desconocimiento sobre la verdadera dimensión de la narrativa venezolana porque para mí no es fácil incardinar la escritura de Quintero en una tradición reconocible actual. Su obra más bien parece beber de un mundo anterior, más cercano al de los cuentos fantásticos de Horacio Quiroga y los ambientados en la pampa de su admirado Borges, así como de parte de Cortázar y de Carpentier, pero esto, claro, es arriesgado afirmarlo sin más. Lo que sí puedo al menos asegurar, por un lado, es que al leer este Ceremonias se me venían a la cabeza, insistentemente, estos autores, y por otro, que he oído afirmar al mismo Quintero su gusto por esta narrativa onírica, atemporal, que hunde sus raíces en la tradición oral (aunque reformulándola), antes que por la narrativa de corte realista, social, urbano o ubicada en escenarios contemporáneos reconocibles.

Ceremonias viene a completar la publicación de la narrativa breve casi completa de Quintero, tras el anterior Combates (Candaya, 2009), que abarcaba la producción más reciente (1995-2000). En Ceremonias se recogen cuentos escritos entre 1974 y 1994, pertenecientes, entre otros, a sus libros Volveré con mis perros, El agresor cotidiano, La línea de la vida y Cabeza de cabra. Esta decisión editorial, válida como cualquier otra, puede tener sin embargo un efecto no deseado: cierta decepción ante estos relatos (en gran parte primerizos, de un autor todavía muy joven que reproducía a los modelos que admiraba) para aquellos que habíamos leído con interés Combates, donde sí encontramos madurez narrativa y una apabullante voz propia (además de uno de los cuentos más inquietantes y de mejor factura que he leído nunca: “El combate”). Dicho esto, conviene matizarlo para no caer en una crítica de trazo grueso.

Los 45 relatos que conforman estas Ceremonias, generalmente muy breves, van desde el tono lírico al simbolista y están ambientados casi en su totalidad en un paisaje natural o rural no identificado y narrados, en su gran mayoría, por una primera persona masculina poseída por la fuerza del destino. No son infrecuentes las metamorfosis y los desdoblamientos, los atributos míticos, las alucinaciones y delirios. Dentro de tal conjunto, obligadamente desigual, llaman la atención algunos relatos tan impactantes como “La puerta”, que explora una sexualidad grandiosa y brutal de tono mítico o el muy interesante “El caballo amarillo”, en el que se rastrean ecos beckettianos (esa desubicación narrativa de la que tanto gusta el autor). De hecho, se ha vinculado frecuentemente la narrativa del venezolano a la de Beckett y también a la de Kafka, aunque yo esa similitud la veo más en términos estructurales (personajes, escenarios o acciones) que en su finalidad (no hay tanto una voluntad de reflejar el absurdo, sino de encontrar un orden; tampoco hay sentido del humor, sino una solemnidad más propia del relato fabulístico… con la excepción del último relato del volumen, “Cabeza de cabra”, singular y diferente al resto en muchos aspectos).

Los cuentos de Ceremonias son a menudo piezas perfectas, de orfebrería o, para decirlo más claramente, de taller: sonoros, bien construidos, con finales sorprendentes -aunque, a veces, poco originales-, pero también, al menos para mí, fríos, rígidos y ceremoniosos. Mientras que en Combates asoma un narrador que explora un universo regido por sus propias leyes -un mundo acendrado, telúrico, poblado de caballos y perros temibles, de jinetes y muchachas misteriosas, de violencia y de sexo-, en Ceremonias lo que tenemos es a ese escritor que empieza a construir esta narrativa todavía imperfecta y embrionaria. Evidentemente se advierte una maduración desde las primeras historias hasta las pertenecientes a Cabeza de cabra, lo cual me hace pensar en que quizá hubiese sido necesaria una selección más estricta de las piezas.

Tuve la oportunidad de ver en persona a Ednodio Quintero en la presentación de estas Ceremonias en Sevilla. Llegó muy resfriado, pero dispuesto a charlar con nosotros todo lo que hiciese falta, amable, bienhumorado, con su voz suave y quebradiza. Me gustó mucho escucharlo, porque a cada una de las preguntas que le formulaba nuestro estadista Alejandro Luque contestaba de manera escorada, tangencial, desde su propio mundo, con absoluto sentido pero sin sujetarse a lo esperado. Quizá esta es también su manera de escribir, con los riesgos que supone para lectores que, por lo que sea, no conectan con su mundo narrativo (como me temo que me ha sucedido a mí con estos primeros cuentos). Como dije de William Goyen en otro lado, autor al que por cierto también podría emparentarse en cierto modo Ednodio Quintero, creo que el mayor valor de su obra -esa tendencia al simbolismo de una naturaleza marcada por la violencia, el tono trascendente, la búsqueda constante de la epifanía o la revelación en la frase final- puede ser también su mayor lastre. Pero en estos casos -valores, lastres- lo que se desliza inevitablemente es la diferente sintonía lectora, la capacidad de conexión, los distintos gustos. Quintero cuenta con admiradores de la talla de Vila-Matas o Garriga Vela; esto no es cualquier cosa. En mi caso, más atraída por su producción de madurez, quiero pensar que estos relatos de juventud contienen, de modo germinal, esa misma singularidad tan atrayente que algunos críticos han venido a definir como “poética del vértigo”.

admin

3 comentarios

  1. Vaya, vaya… La autora de la reseña, Mesa, y el reseñado, de Las Mesitas….
    Falta una alusión a Mesonero Romanos, ¿no?

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