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Senderos de fiasco

9788416247707JOSÉ MARÍA MORAGAQue la primera Guerra Mundial, en cuyo centenario todavía andamos inmersos, es una fuente casi inagotable de obras literarias y de otros muchos documentos históricos no es ninguna novedad. Que España fue un país neutral y por tanto no fuimos rozados por el cometa cultural que azotó las mentalidades de los beligerantes, tampoco. Lo que sí puede serlo es la aparición en español de cualquier libro sobre el tema escrito ahora o entonces, en ocasiones por participantes o testigos del conflicto, que completan el fresco extraordinario de la Gran Guerra y la percepción que podamos tener sobre ella hoy. Vaya como botón de muestra: hace cinco años era imposible encontrar los poemas de Wilfred Owen en traducción española. Por estos motivos, acudí con ilusión a las Crónicas de la Primera Guerra Mundial de Rudyard Kipling, el Nobel anglo-indio que no necesita presentación. Kipling, nacido en Bombay en 1865, verdadero epítome del imperialismo británico, ganó mucha fama gracias a sus poemas de temática militar y aunque por edad no le correspondió ser combatiente en la Guerra del 14, sí que contribuyó su grano de arena como cronista con sus visitas al frente, recogidas en France at War (1915) y The War in the Mountains (1917). Estas crónicas, encargadas por el gobierno británico y publicadas a ambos lados del Atlántico, son las que conforman el volumen que ha publicado recientemente la editorial Fórcola.

Con ilusión acogí este libro de un autor del que conocía sus poemas sobre la Guerra pero no su prosa, y al que otro terrible lazo biográfico unió al conflicto: la pérdida de su único hijo varón, John, muerto en 1915 a los dieciocho años en la batalla de Loos. El volumen de Fórcola coloca antes del texto de Kipling unos aperitivos inmejorables: un prólogo de Ignacio Peyró y el poema “Francia”, del propio autor inglés, en excelente versión de Antonio Rivero Taravillo. El prólogo de Peyró es una joya que merece ser leído independientemente de las crónicas: se trata de un sintético pero contundente ensayo acerca de la relación entre la Primera Guerra Mundial y la literatura y la de Rudyard Kipling con la guerra. Peyró despliega un conocimiento erudito, fecundo en citas pero nunca aburrido, con una despampanante argumentación en la que sólo encuentro dos detalles que no me gustan. De un lado, el supuesto parentesco estilístico que traza entre la poesía eduardiana de la Primera Guerra Mundial y su coetáneo el Modernismo (el Modernismo anglosajón no es el hispánico; aquí diríamos “Novecentismo” o “Vanguardias”) y de otro, su intento de rehabilitación de la figura de Kipling (denostada por imperialista y racista), como si hubiera que justificar la vigencia del autor en el puntilloso mundo actual.

Todo listo para atacar las crónicas propiamente dichas, con esa ilusión del anglófilo a la que uno la del filólogo inglés y la del «friki» de las guerras mundiales. De entrada me encuentro con un Kipling familiar, que cumple a la perfección su papel de cronista/propagandista, alabando a Francia, tratando de provocar simpatía entre los lectores, contribuyendo al esfuerzo bélico. Recurriendo si es preciso a imposibles saltos mortales como el considerar el francés una “lengua hermana, no extranjera” (p. 46). Tampoco faltan el proverbial racismo, en un pasaje en que retrata a unas tropas coloniales francesas (p. 44): “Estos hombres son críos”, e incluso la deshumanización del enemigo alemán, presentado como la encarnación del Mal y la barbarie. Sin embargo, también voy encontrando poco a poco en el texto de Kipling cosas inesperadas: una corriente de ininteligibilidad que casi imperceptiblemente me va irritando. Una sintaxis extraña, comentarios aparentemente banales que no casan con el alma de un poeta. Frecuentemente me doy cuenta de que he ido siguiendo una a una las palabras de una oración pero no logro descifrar su significado. Por ejemplo: “Viajar con dos chóferes no resulta ser el lujo que aparenta, pues siempre está uno de nosotros más uno de esos hombres de hierro para dar alivio al volante.

¿Será un problema de traducción? Kipling lleva varias páginas hablando de “escopetas”, detalle que me sorprende, no sabía yo que las escopetas formaran parte del armamento estándar del ejército francés en las trincheras. A lo mejor ocurría como en Vietnam -pienso-, que tropa y oficiales se servían en ocasiones de armas no reglamentarias pero más efectivas, por ejemplo escopetas. Cosas más raras pueden verse en las vitrinas de los museos militares de París, Bruselas o Londres. En la página 37 se menciona por primera vez una escopeta “barretrincheras”. ¡Caramba! Ya tiene una escopeta que ser de gran calibre para merecer ese sobrenombre. Entonces me asalta una certeza terrible: ¿Escopetas del 75 que barren trincheras? ¿Manejadas entre varios hombres? Acudo al texto original y resulta que Kipling está hablando de piezas de artillería. “Guns”, en el original, para ser exactos. ¿Kipling? Quien así castiga al lector hispanoparlante es la traductora Amelia Pérez de Villar, responsable de una traducción que presenta tales disparates de bulto que sólo quedan dos opciones: 1) no sabe inglés, 2) este trabajo se ha realizado en malas condiciones: de premura, falta de atención, descuido del vocabulario técnico militar, etc. Como no me creo la opción 1 me inclino por la 2 y entonces quiero decir alto y claro a los señores de Fórcola: la traducción de Crónicas de la Primera Guerra Mundial es una chapuza indigna.

Guns” traducido como “escopetas” salvo cuando viene modificado (“field-gun”/”cañón de campaña”; “guns of position”/”cañones de posición”). En las páginas 44 y 45 se traduce correctamente “gun-fire” por “fuego de los cañones” y “big gun” por “gran cañón” pero vemos que en la 74 y la 75 se vuelve a hablar de “escopetas” y de que “las montañas están llenas de ellas”. Un despropósito. Como lo es traducir “gun-servers” (“servidores de una pieza de artillería”) como “asistentes de los artilleros” (p. 47), “chaperon” como ”que nos hacía de carabina” (hablando de un oficial acompañante, p. 77) o este pasaje de las páginas 38-39:

Alguien gritó entre las ramas: preguntaba quién esperaba a… Belial, digamos, porque no pude captar el nombre del fusilero.

Some one called down through the branches to ask who was attending to -Belial, let us say, for I could not catch the gun’s name.”,

que será el último ejemplo que ponga para no aburrir a nadie.

Considerando todo esto, llama poderosísimamente la atención que en su pagina web la propia editorial Fórcola diga que esta obra de Kipling ha sido “vertida con todo tino” por primera vez al español por Amelia Pérez de Villar, afirmación que me parece una falta de respeto hacia todos los lectores que nos hemos gastado 16,50 euros en comprar su libro. Y por este motivo, cuando iba por la mitad y no daba abasto anotando ejemplos de malas traducciones, decidí que no me lo iba a terminar. No en español. No en esta versión. Es la primera vez que escribo la reseña de un libro sin haberlo leído por completo. No me hace falta: tengo elementos de sobra para dar el juicio que pretendo dar. Responsables de este desaguisado (traductora, editorial), les pido que enmienden esta situación en futuras ediciones, porque es una lástima que el público hispanohablante tenga que sufrir un producto de baja calidad y se quede sin acceder a la buena literatura por no conocer la lengua original. En este tema no podemos permanecer neutrales.

Crónicas de la Primera Guerra Mundial (Fórcola, 2016) de Rudyard Kipling | 136 páginas | 16,50 € | Traducción de Amelia Pérez de Villar | Prólogo de Ignacio Peyró

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