JUAN CARLOS SIERRA | De entre las líneas de fuerza que recorren la poesía última en español y en concreto de entre los poetas que pueblan la geografía andaluza, quizá sea Alejandro Bellido (San Juan del Puerto, Huelva, 1993) uno de los que mejor representa una vertiente poética de corte realista, híper clara, lindante con lo prosaico (en el mejor sentido de la palabra). Su nombre se asocia fácilmente a autores como Begoña M. Rueda, Beatriz Aragón, Jorge Villalobos, Juan Domingo Aguilar, Carlos Catena Cózar,… si nos ceñimos exclusivamente a la poesía que emana desde Andalucía. No sé hasta qué punto podríamos incluirlos en una corriente que parte de la Poesía de la Experiencia de los años ochenta y noventa del siglo pasado, pero lo cierto es que la poesía de estos autores y en particular la de Alejandro Bellido conserva tics de algunas de las maneras líricas de aquellos poetas y otros aledaños. Así, por ejemplo, no es difícil detectar en el onubense poemas directos, desnudos, lindando con algo parecido al realismo sucio de un Roger Wolfe. Tampocosería difícil colocarlo al lado de Karmelo C. Iribarren en su vertiente más cotidiana, del Luis Alberto de Cuenca más socarrón o de todo Víctor Botas, mencionado expresamente en el título del poema ‘Variación sobre un tema de Víctor Botas’ (página 29). Supongo que en esta nómina, en la que habría que añadir por supuesto a Javier Salvago –‘Epifanía de Javier Salvago’ (página 28)- y a algunos otros autores que se me escapan, es fácil encontrar la estirpe poética de Alejandro Bellido hasta el momento.
Estas maneras realistas con el artificio limitado a lo imprescindible, cargadas con lo justo en el aparateje simbólico para que no les pese, con la naturalidad y el ritmo de un paseo por las calles más apartadas de la ciudad, a veces nos sorprenden o lo intentan con un giro inesperado a la vuelta del poema o al final de la calle, para decirnos que, como en la vida, no hay que dar nada por sentado ni por anodino; sin embargo, a veces en Música para tigres el giro no funciona del todo y nos deja más o menos como estábamos, paseando sin más por las calles periféricas de la ciudad, lejos de los centros comerciales e históricos, como sucede en poemas como ‘Galgo’ (página 16) o ‘Camila’ (página 33).
En cualquier caso, lo más sobresaliente de esta estrategia poética reside, como suele pasarle a la poesía, en la mirada, en el foco que utiliza el poeta para posar sus ojos en la realidad. Y esa forma de observar la realidad y transcribirla en versos tiene que ver con lo sencillo, con lo humilde, con lo insignificante, con lo nimio,… que en manos del poeta onubense se convierte habitualmente en algo grande, importante o trascendente poéticamente hablando. Así, en el poema titulado ‘Regalo de San Valentín’ (página 48), por ejemplo, se trata de acabar con la cursilería de la fecha y optar por la sencillez de unos versos que cuentan la cotidianidad del amor; se trata en el poema ‘Un poco de optimismo’ (página 56), por poner otro caso, de valorar en su justa realidad lo que se da por hecho, lo que muchos entienden que nos ha sido concedido por una suerte de orden natural involuntario y que se suele despreciar precisamente por eso; se trata de darle importancia a algo tan sencillo como echar un rato de charla, arreglos y quizá un café con tu tío en el poema ‘Avería’ (página 55) a cuenta de un trasto de casa que se ha estropeado; se trata de no engañarse y de concederle relevancia real a las cosas que supuestamente no tienen valor alguno -o casi-, como sucede con la poesía en ‘Inutilidad de la poesía’ (página 23).
Desde esta perspectiva, desde esta manera de observar la realidad surgen las mejores y más meritorias piezas del libro que brevemente comentamos, poemas que despojan a la realidad de grandilocuencia artificiosa y vacía (valga la redundancia) para resaltar en fluorescente lo que debería estar en el centro de nuestras inquietudes y disfrutes: lo cotidiano dichoso o agradecido, lo sencillo y simple -que no simplón-.
En este sentido, es importante destacar al propio género poético, que en el libro que nos ocupa se sitúa en el centro de su discurso lirico. La poesía, al menos la de Alejandro Bellido, es el lugar propicio para liberar la rabia y la impotencia de pertenecer a los derrotados, a los perdedores, a quienes no habitan en la orilla extraordinaria, exótica, excitante y privilegiada de la vida. Parece decirnos el autor ya desde el primer poema, homónimo del título del libro, que la función de la poesía, si es que tiene alguna, es precisamente esta, la de visibilizar a los invisibles, la de darles voz a sus frustraciones a través de sílabas contadas. No obstante, en el poema mencionado anteriormente, ‘Inutilidad de la poesía’, el autor nos aferra los pies a la tierra, a la realidad, por si acaso leyendo el titulado ‘Música para tigres’ (página 11) nos hubiésemos venido un poco arriba. Mencionemos también, por otra parte, que la poesía que merece la pena es la que en sus versos contiene vida vivida de verdad, más allá del virtuosismo técnico del poeta -‘Indigno de ser humano’ (página 12)-; o la que, como sucede en el poema titulado ‘Lectura de Garcilaso’ (página 19), trasciende lo temporal inmediato para convertirse en “palabra en el tiempo”, como escribía y concebía Antonio Machado en su famosa soleá; o la que cumple con su función, esa de la que hablábamos antes, la que canta lo sencillo cotidiano e insignificante de los supuestos derrotados en versos tan hermosos como los que componen poemas como ‘Cantar para qué’ (página 41) o ‘Promesa’ (página 43).
Siguiendo toda esta lógica, Música para tigres no podía cerrarse de mejor manera que como lo hace, con un poema último en alejandrinos blancos a modo de coda titulado ‘We never learn’ (página 65) que levanta la bandera de la dignidad de los derrotados: “…pues digno es tropezar si eliges tú la piedra;/ pues digno es fracasar si lo haces con tu rostro”.
Para finalizar esta reseña, atendamos a eso que se denomina la forma. En paralelo a todo lo apuntado anteriormente, podemos afirmar que el ejercicio poético o la voluntad de estilo de Alejandro Bellido se ajusta a la mirada que predomina en este su último poemario, de manera que en la mayoría de los textos recogidos en este poemario fondo y forma encajan como un puzle sideral, guardan una coherencia difícil de conseguir por otros medios líricos. Los versos se ajustan al cuerpo poético como un traje hecho a medida por un buen sastre.
Música para tigres (Renacimiento, 2024) | Alejandro Bellido | 76 páginas | 15,90 euros