JUAN CARLOS SIERRA | A veces las contraportadas de las novedades editoriales aciertan, pero en más ocasiones de las deseadas exageran o directamente mienten sin pudor alguno. También es cierto que, si se escogieran las palabras elogiosas exactas para describir el contenido de novelas -especialmente-, poemarios, ensayos,… las ventas no pasarían de las estrictas fronteras familiares del autor en cuestión; y eso en caso de que aún mantenga los lazos de sangre más elementales.
En el caso que nos ocupa no sé si, como reza la contraportada de Informe sobre la víctima, Marina Sanmartín será “Uno de los hallazgos más interesantes de los últimos tiempos” como dice Marta Rivera de la Cruz o “una de las mejores escritoras españolas”, según Antonio Gómez-Rufo, pero lo que sí me atrevería a decir y bien claro es que en esta novela y en esta autora hay oficio y del bueno.
Si no fuera así, no se podría explicar que una narración con una arquitectura dispar, compleja, que requiere del lector un extra de atención e intervención en la composición de la trama, no se nos caiga de las manos; más bien lo contrario.
La estructura narrativa de Informe sobre la víctima juega con diversos planos temporales y diferentes voces que, lejos de enturbiar la lectura, invitan por lo bien tranzadas que se encuentran a seguir leyendo, a no dejar de buscar el sentido, el origen o el entramado del sinsentido en que a veces se convierten las vidas que se cuentan en la novela y los conflictos que en ella se plantean. La tensión va subiendo según vamos saltando de plano en plano, de tiempo en tiempo, de voz narrativa en voz narrativa; el pulso de la narración no decae en ningún momento, ya que Marina Sanmartín sabe dosificar sin trampas la información que pone en boca de los personajes y, sobre todo, porque, a pesar de viajar del futuro al presente y de este al pasado -o viceversa-, acierta a ordenar coherentemente el flujo de la trama que se desarrolla en la novela. El lector se deja arrastrar por la corriente narrativa hasta desembocar en un final, si no sorprendente, sí al menos llamativo.
No hay, sin embargo, un último giro que nos descoloque como lectores, porque algunos indicios de cómo puede terminar la obra los vamos adivinando o sospechando especialmente en la tercera parte del libro -«Agnosia»–. Y es que quizá no sea este el poso que pretenda dejar la autora en el lector; no se trata de agotarlo u obnubilarlo con un golpe de efecto sin más, sino que la lectura de la novela parece buscar que se sedimente un poso inquietante sobre, entiendo, el mal que habita en todo ser humano y sus formas de manifestarse, especialmente en quienes tienen menos papeletas para ser sospechosos de albergar dicha maldad. No es más que la evidencia de que los monstruos habitan a nuestro alrededor, sobre todo en quienes saben disimularlo mejor y pasan por ciudadanos modélicos o simplemente irrelevantes.
Si no fuera por la habilidad y la buena mano de Marina Sanmartín, esos personajes resultarían arquetípicos y se les verían las costuras a la legua, de modo que la estructura narrativa sufriría del mismo defecto. Afortunadamente no es así. La construcción de personajes no traiciona al conjunto de la novela, sino que sirve para cimentar la trama, pues se trata de individuos que justifican los diferentes planos temporales en que se estructura la novela. Por otra parte, la autora aporta a su personajes dignidad narrativa -ya lo hemos dicho, no son previsibles monigotes de feria-, pues se trata de caracteres bien trazados, con relieve, con matices, conflictivos, cuyas intervenciones, bien delimitadas -incluso tipográficamente-, los caracterizan casi sin necesidad de aparato estrictamente narrativo.
En lo relativo a los personajes, quizá haya que resaltar además la relevancia de los espacios en los que se desarrolla el núcleo esencial de la novela: la población de Caivelan, la calle de los Tres Dientes e incluso -o sobre todo- el piso en el que transcurre todo, ubicado en el número 5 de esta. Todos estos lugares tienen su historia, su idiosincrasia, su personalidad o, dicho de otro modo, Marina Sanmartín sabe dotarlos de todo esto y los hace funcionar en la novela como un personaje más, y no de los secundarios precisamente.
Si no fuera por las dotes narrativas que demuestra y despliega Marina Sanmartín en Informe sobre la víctima, esta novela podría pasar por nuestras vidas de lectores sin pena ni gloria. Muy al contrario, la autora ha sido capaz de montar un artefacto narrativo que, como decían Marta Rivera de la Cruz o Antonio Gómez-Rufo, la convierten en una de esas escritoras a las que hay que seguir la pista y quizá sí que estemos ante “una de las mejores escritoras españolas” actuales.
Informe sobre la víctima (Principal de los Libros, 2016), de Marina Sanmartín | 224 páginas | 16,50 €