Los libros repentinos
Pablo Gutiérrez
Seix Barral, 2015. Colección «Biblioteca Breve»
ISBN: 978-84-322-2471-3
264 páginas
18,50 €
Sara Mesa
Una mujer de origen humilde. La vemos de adolescente, de joven, de anciana. Barrios obreros de casas baratas, creadas bajo el paraguas franquista. Los sevillanos reconocerán el Tiro de Línea, el Barrio de León, Torreblanca. Pero si no los reconocen, no importa: son extrapolables a otros tantos de otras tantas ciudades españolas. Una vida sin horizontes, pero también sin cuestionamientos. Y de repente, una caja de libros. Una ordenanza municipal. Una pequeña, levísima, desobediencia. Sin teorías. Sin programas. Y buitres acercándose. Periodistas, políticos, activistas sociales. Los libros repentinos de Pablo Gutiérrez va de esto y de algunas otras cosas. Es difícil resumirlo en una reseña. Ya he comentado alguna vez lo complejo que es escribir sobre los libros que nos gustan. Más aún -mucho más- si nos gustaron porque en ellos encontramos, cual perrito trufero, el olorcillo de la auténtica literatura. Así que ahora que están tan de moda las listas -y efectivamente ayudan, son didácticas y clarificadoras-, voy a enumerar siete razones de peso por las cuales deberían leer Los libros repentinos. No una ni dos, sino siete. Las siguientes:
1. La protagonista es una mujer de 70 años. Aunque en Los libros repentinos hay varios personajes con relevancia en la trama, no cabe duda de que la protagonista es Reme, la anciana viuda que un buen día recibe por error una caja de libros y comienza a leer con un hambre de siglos. No hace falta que lo entienda todo -no lo hace-, ni es necesario que lea de manera organizada. Simplemente lee, se aísla, se cansa de todo lo que ha tenido hasta entonces, devora libros. Y de ahí surgirá cierto pequeño cambio -ya latía en ella- que es el motor de la novela. Es muy frecuente encontrarse con libros -a veces buenos libros- cuyos personajes femeninos están ahí simplemente como paisaje o como palanca para la acción de los personajes masculinos. Aquí, sin embargo, tenemos a un personaje con autonomía narrativa propia, y además, no una mujer cualquiera. Dentro del tono hiperbólico tan propio del autor, se trata de una anciana con una sensualidad pervertida y una curiosidad sin límites. Sinceramente: ¿cuántas novelas conocen en las que las protagonistas sean ancianas? ¿Cuántas de ellas son españolas? ¿Cuántas de ellas son actuales? Y por último, ¿cuántas de ellas están escritas por un hombre?
2. El estilo es innovador. Los que hayan leído otras novelas o cuentos de Gutiérrez conocerán la particularidad y originalidad de su estilo. En muchas críticas se habla de eso: del estilo. Pero no se confundan: cuántas barbaridades se cometen a veces en nombre del estilo. Muchos escritores -¡y críticos!- piensan que un estilo elaborado es aquel que acumula adjetivos (cuantos más raros mejor) y que se forma solamente con subordinadas (también cuantas más mejor), aunque se limiten a decir lo mismo con otras palabras. No confundan esto con lo que hace Gutiérrez. Su estilo se caracteriza por un trabajo importante de lenguaje, pero no hay en él retórica vacía. Sus frases son envolventes y tienen una cadencia en las que las repeticiones rítmicas tienen su relevancia. Se mezclan las voces de los personajes, se retuerce la gramática, se crean neologismos (muchas y expresivas palabras compuestas) e incluso se cometen incorrecciones (claramente voluntarias). Es un estilo muy personal y reconocible, que me hace pensar en dos autores dispares en tiempo y espacio: Luis Martín-Santos y Elfriede Jelinek.
3. Los juegos temporales y de puntos de vista… no son juegos. Esto, evidentemente, se relaciona con todo lo anterior, pues no es más que otra forma de estilo. La estructura de la novela, con no pocas repeticiones pero ninguna de ellas gratuita, atrapa al lector en un vaivén de ver y no ver: a veces miramos con los ojos de Reme, otras con los del activista o el concejal, otras es el narrador entrometido el que nos guía… La acción se ralentiza o desacelera… y no, nada de esto es un juego, o no meramente un juego. Todo está puesto al servicio de la historia. Gutiérrez demuestra que esa forzada distinción fondo-forma no es más que eso: una distinción pedagógica y difícilmente trasladable a los textos reales.
4. Hay sátira a muerte. Los libros repentinos es una historia con tanta mala leche que ningún personaje, salvo quizá Reme, sale indemne de ser satirizado, ridiculizado y caricaturizado. ¿Retratos simples, perfiles estereotipados? Puede ser, aunque con matices. Primero, son caricaturas solo hasta cierto punto -la realidad se encarga de demostrarnos que las caricaturas… existen-. Segundo, tienen una funcionalidad evidente: afilar aún más la crítica, si cabe. En la tradición valleinclanesca, esta novela tiene mucho de esperpento, incluso en esa falsa poeticidad con que se describe la vida en los suburbios. Nadie ni nada se salva, como sucede también en la última entrega del escritor Daniel Ruiz García, Todo está bien, novela con la que encuentro no pocas similitudes.
5. Recupera la tradición literaria española. Los referentes literarios de esta novela suenan hoy día obsoletos, nos hacen pensar en un manual de historia de la literatura española. La narrativa actual se aparta de ellos y fija su mirada en el exterior. Gutiérrez no. Gutiérrez los reivindica como sustrato no solo de su propia obra, sino también de toda una sensibilidad rica, compleja y que nos es muy nuestra en la manera de entender el mundo. Buero Vallejo, Valle-Inclán, Ortega, Unamuno, Clarín, Machado… pero sobre todo Baroja, pasean por estas páginas y sus textos se incrustan en este texto, homenajeados y revitalizados a la vez. A pesar de su título, este no es un libro sobre libros: es un libro de libros. Matiz importante.
6. Hace un lúcido análisis de las periferias. Desconozco la biografía de Gutiérrez, pero tengo la sensación de que conoce bien, muy bien, cómo es un barrio periférico. Fuera del tono compasivo, facilón o reivindicativo, en su retrato del barrio obrero lleno de viviendas protegidas, viudas con pensiones ridículas y jóvenes sin futuro, Gutiérrez revela su sutilidad, su capacidad de observación y, muy posiblemente, su experiencia. Y si no es así, bravo por él: la deformación, el sarcasmo y hasta la bufonada dan verosimilitud a este retrato sin necesidad de conducirse por los caminos habituales del realismo.
Dije siete razones y hasta ahora llevo seis. Saco aparte la última ya que no es una razón intrínseca a esta novela. La trasciende porque es una razón en perspectiva. Y es quizá la más importante de todas:
7. Leer es apostar por un proyecto. Hasta ahora, Gutiérrez ha publicado cuatro novelas y un libro de relatos, con muy buena acogida crítica, en especial en el caso de su primera obra, Rosas, restos de alas (luego reelaborada) y de Nada es crucial, que alcanzó el premio Ojo Crítico en 2010. Aún así, tengo la sensación de que lo mejor puede estar por llegar. Para alguien que se mantiene fuera de la literatura profesionalizada -él se dedica a dar clases de Lengua en un instituto de secundaria- es, quizá más importante que para los que van de beca en premio y de mesa redonda a congreso, que se compren sus libros, se regalen, se recomienden, se presten y, sobre todo, se lean, porque ése es al final el pulso que realmente importa, el que late entre los que escriben y los que leen. Además, sin duda, porque de esto va también Los libros repentinos: de leer más allá de la literatura. De libros, no de teorías. De la palabra como acción, y no como adorno. Y también de promesas y proyectos.
Me encantará volver a leer a Gutierrez.
Me alegra que a la autora le haya gustado el libro pero la crítica literaria es otra cosa. Menos condescendiente. Y con menos colegueo. La palabra que se inventa, «sutilidad» (por sutileza), es prueba del nivel intelectual de esta reseña.
Para Antonio, con amor:
http://lema.rae.es/drae/?val=sutilidad