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Simpatía por el Diablo

Huella jonda del héroe

Montero Glez

Imagine Ediciones, 2012

ISBN: 978-84-96715-50-9

172 páginas

15 €

Premio Llanes de Viajes 2012

Fran G. Matute

Quiso el viento de levante traernos a la Andalucía a un navajero literario de los madriles. Un chulapo de lengua vivaz y poquísima vergüenza que atendía entonces al nombre de Roberto y que dio con sus huesos en Tarifa, donde se rumoreaba que vivía en un cuchitril dedicándose a escribir y a la vida contemplativa, si es que acaso no estemos hablando de lo mismo. Quiso la leyenda y el tiempo que Montero Glez -como así se dio a conocer al gran público la criatura- sentase bases en la provincia de Cádiz y desde allí se dedicara a construir su imaginario, su folclore cósmico, nacido del polen rubio, la tortillita de camarones y los vientos de cambio.
Resulta que cuando un forastero pretende adentrarse en tu identidad temes que no la comprenda o, peor aún, que la malinterprete. Andalucía quedó para los extranjeros como un circo de toros, flamenco y ferias atiborradas de faralaes y muchos visitaron estas tierras buscando precisamente eso. Tiene uno miedo entonces que el forastero, repetimos, vuelva a casa a contar lo que ha visto ya que, en la mayoría de las ocasiones, no es más que un cascarón no eclosionado. Muy pocos dedican el tiempo suficiente para poder interiorizar en puridad lo que una tierra tan fértil es capaz de proveer. 
Leyendas, mitologías y héroes. En lo poético, esto es lo que buscaba un joven Montero. Ser merecedor de historias para que su literatura actuara de catalizador. Pero hasta en lo prosaico se cumplen sus expectativas, pues los estereotipos están para revelarse ciertos y la Andalucía se le presenta a Montero como un lugar en el que poder vivir dignamente sin tener que trabajar demasiado. Estas palabras, que hicieron sangrar los oídos de los necios, todavía retumban en aquellos enemigos de la cultura que no perdonan que Montero Glez se haya empadronado en su querido Sur. Un agravio para muchos. Un insulto para los orgullosos y trabajadores andaluces. 
Pero Montero Glez ha rendido siempre pleitesía en su literatura a estas tierras y Huella jonda del héroe es, en nuestra opinión, el homenaje definitivo. Un cántico a esa Andalucía exultante de cultura. Una Andalucía de caminos y ventas, de maestros del folclore y de mujeres hermosas, de gastronomías mágicas y razas vetustas como el tiempo, de ‘hippies’ flamencos y dioses mitológicos. Montero posa su mirada de extramuros en este material, pero su corazón y sus tripas -con lo que escribe- están bien cerca de esa visión del mundo que la tierra otorga, entre sus heridas de sangre y barro, de miel y mar.
Como escritor maldito que es, Montero se alía con el Diablo para poner al servicio de la historia de la Andalucía su particular viaje por el Sur. Esa indómita geografía que no termina en Tarifa sino que se extiende en su esencia hasta Marruecos una vez atravesada esa cuchilla oxidada que es el estrecho. Y de Cádiz pasamos a San Fernando y de allí a la aldea de Sancti Petri, para luego bordear Tánger con destino Jerez de la Frontera. Y reanudar la marcha hacia el barrio de Triana en Sevilla sin olvidarse de Morón de la Frontera y Umbrete, desde donde los ‘yankees’ y los gitanos culminaron su alquimia musical. 
Montero persigue a Hércules por el Guadalquivir y a su paso va topándose con los orígenes del flamenco, un quejío arraigado a la sangre y a la tierra como lo es su propia literatura. Por las páginas de Huella jonda del héroe se dejan ver, cómo no, José Monge Cruz (al que ya dedicó monográfico en el majestuoso Pistola y cuchillo) y Manolo Caracol, Rancapino y Pericón de Cádiz, pero también Federico García Lorca y Manuel de Falla, Paul Bowles y Fernando VillalónCeesepe y García-Alix, Kiko Veneno y Raimundo Amador… No pretende Montero, para contar este su viaje, emular al maestro Quiñones, del que bebe profusamente, sino que toma prestado un tono narrativo ligeramente distinto al de su ficción y que lo empareja con su admirado Fernando Vallejo. 
Uno que tampoco es andaluz por carta de nacimiento se sigue sintiendo obligado a observar con ojos inocentes cuanto acontece por estas tierras. Y se sorprende al comprobar que el viaje de Montero transcurra por caminos paralelos al de este humilde cronista. Será por afinidad que he bebido las páginas de este ensayo personalísimo que no viene tanto a contar una lección de historia como a dejar plasmada una pasión y una justificación, que pasa por afirmar que Montero comprende a la perfección Andalucía. Y que Montero es por afinidad más andaluz que la gran mayoría de los que en estas tierras vivimos, siendo Huella jonda del héroe su tarjeta irrevocable de empadronamiento.

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