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Sin embargo, funciona

9788494434815JUAN CARLOS SIERRA | No seré yo quien descubra a estas alturas el mérito de las pequeñas e independientes editoriales españolas para airear el panorama literario patrio. A la nómina de las ya consolidadas hay que añadir Tres Hermanas Ediciones, que inaugura su colección «Tierras de la Nube Blanca», dedicada a publicar lo mejor de la literatura australiana y neozelandesa, con un texto inédito en español hasta ahora del único Premio Nobel que han dado las letras de aquellos pagos, Patrick White (1912-1990).

El jardín colgante es una de esas rarezas que bien merecen unas líneas. Se trata de una novela peculiar por su cualidad de obra póstuma e inacabada. El Nobel australiano dejó antes de morir inconclusa esta historia y, según se recoge en el texto que sirve de epílogo a la edición que manejamos, sin visos de ser publicada, sino más bien con todas las papeletas para que fuera pasto de las llamas. Sin embargo, Barbara Mobbs, albacea y vieja amiga del escritor australiano, decidió que si White no la arrojó en vida a la hoguera fue porque en el fondo no estaba tan de acuerdo con su deseo de que no fuera dada a la imprenta. Y tras un trabajo intenso y concienzudo de transcripción, El jardín colgante vio la luz en Australia en 2012 y ahora en español en 2016 gracias a la traducción de Raquel Vicedo y al equipo editorial de Tres Hermanas.

Llevar a buen puerto un texto autógrafo, primero en su lengua de origen y más tarde en su versión traducida, no es una tarea fácil, como de hecho se demuestra en la lectura de esta novela. A lo largo de esta se detectan, de hecho, pasajes que hacen intuir al lector que la obra original habría necesitado de algún que otro retoque o repaso por parte del Patrick White si la muerte no se hubiese interpuesto en su camino. Por otra parte, la novela finaliza de forma más o menos abrupta, lo que hace pensar –y este extremo también se resalta en el texto de David Marr que sirve en esta edición de epílogo– que en la mente del autor quizá rondaran varias escenas más que cerraran la historia de forma más coherente.

No obstante esta circunstancia, el texto se sostiene tal cual quedó por sí mismo, ya que la trascendencia de la historia que se cuenta y la manera de abordarla resultan lo suficientemente potentes como para que su lectura merezca la pena. Además la situación histórica actual juega a su favor.

En estos últimos meses de vergüenza propia y ajena por la gestión que se está llevando a cabo por parte de Europa del flujo de refugiados sirios, especialmente de los niños, conmueve especialmente leer El jardín colgante, una historia de niños refugiados, pero en este caso de la Segunda Guerra Mundial. Gilbert Horsfall e Irene Sklavos, británico él y griega ella, son acogidos durante los últimos episodios del conflicto bélico por la misma familia australiana, la señora Bulpit, a pesar de que Irene, de madre australiana, tiene una tía que rehúsa en un primer momento que su sobrina se quede con ella. Como es de esperar en una ficción que trate este asunto de dar cobijo a quien ha perdido sus referencias cotidianas por la crueldad de la guerra, la novela indaga en lo intrahistórico, en los aparentemente insignificantes detalles que omiten los grandes titulares de la prensa y de la Historia. En este sentido, al lector de El jardín colgante le sale al paso esencialmente la problemática del desamparo, acentuado en el caso que nos ocupa por tratarse de unas criaturas cuyos referentes domésticos y familiares se han desvanecido por la guerra y la distancia entre sus lugares de origen y su país de acogida. Más grave resulta, puestos a comparar, el caso de Irene, quien, dadas sus circunstancias, sufre un doble desamparo por la negativa de su tía a hacerse cargo de ella. Este íntimo desarraigo se irá resolviendo con el paso de las páginas por los lazos que irán tejiendo poco a poco los dos protagonistas de la novela hasta que se produzca el segundo episodio desgraciado que los hará volver, sobre todo a Irene, a la casilla de salida.

A partir de aquí, la figura de Irene se elevará y centrará la atención del lector, ya que Gilbert Horsfall quedará en un segundo plano dentro de la narración. Es este uno de los espacios en blanco que deja la novela y que la hacen cojear. No obstante, el personaje femenino que nos ocupa se encuentra tan bien trazado por la mano de Patrick White y resulta, por tanto, tan creíble, tan verosímil y tan de verdad, que a pesar de todo la novela camina a buen paso y funciona. A propósito de Irene, que en griego significa “paz” –¡qué ironía!–, hay que añadir otra problemática, la de la búsqueda de una identidad. Suponemos que en la novela que Patrick White tenía en la cabeza a Gilbert Horsfall le pasaría algo parecido, pero en la obra que nos ha llegado este conflicto se centra en Irene, que une a su condición ya conocida de refugiada la de la adolescente en que se va convirtiendo según avanza la novela.   

Para plantear todos estos conflictos, el Nobel australiano se esmera –y de qué forma– en permitir a cada uno de los personajes que se exprese por sí mismo. Para ello deja fluir a lo largo de toda la novela las diferentes voces narrativas de las que dispone –la tercera persona, unas veces omnisciente, otras como mero espectador, la primera confesional y la segunda que se desdobla–, pero con la naturalidad que solo saben conseguir los buenos escritores. A esto hay que añadir periodos sin puntuación que contribuyen eficientemente a crear en el lector la misma angustia y confusión que sufren los personajes en ciertos pasajes de la obra.

Creo por todo lo expuesto hasta aquí que, a pesar de su condición de novela ‘interruptus’ y de los espacios en blanco por los que se pueden colar algunos «peros», El jardín colgante puede ser una buena excusa y una buena puerta de entrada para iniciarse en la obra de Patrick White, aunque suponga empezar la casa por el tejado.  

El jardín colgante (Tres Hermanas, 2016), de Patrick White | 187 páginas | 17 € | Traducción de Raquel Vicedo

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