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Sin esperanza, con convencimiento

JUAN CARLOS SIERRA | Espero no exagerar al afirmar que en Los últimos pieles rojas  nos encontramos con Juan José Téllez en estado de gracia. A lo mejor me dejo llevar un poco por mi entusiasmo hacia la poesía de Téllez, pero de verdad que tengo la sensación de que el poeta algecireño ha echado mano para este libro del tarro de sus esencias líricas, de esas que conforman esa manera tan suya de tratar el material y el lenguaje poéticos, unos modos que se han ido cocinando a fuego lento desde hace mucho tiempo, en concreto desde sus inicios con Historias del desarrollo (1978) pasando por su renombrado Daiquiri (1986) y más recientemente en su imprescindible Las grandes superficies (2010) o en Los amores sucios de 2021, a la sazón Premio Estado Crítico de Poesía 2021. Si afirmo que en Los últimos pieles rojas asistimos a un auténtico espectáculo poético made in Téllez es porque veo en este libro constantes líricas idiosincráticas del poeta de Algeciras, rasgos que de alguna forma culminan en los versos de este último poemario -o quizá sea sencillamente la forma particular de Téllez de enfrentarse poéticamente al folio en blanco-; no obstante y al mismo tiempo, detecto en esta última obra de Téllez cierto giro hacia otros espacios que muy probablemente necesiten ser desarrollados en libros posteriores.

Quiero decir con esto que, por una parte, existe una poética y una estética muy reconocibles en el libro que reseñamos, unos tics ’tellezianos’ -valga el palabro- que podemos considerar ya marca de la casa, como intenté explicar en el número 8 de la Revista Paraíso a propósito de Las grandes superficies. En este sentido, desde mi forma de entender la poesía y de disfrutarla, resulta especialmente querido ese retorcer el lenguaje tan típico de Téllez, ese buscarle los cuatro pies al gato de la semántica a través de lo sintáctico en pos quizá de un nuevo simbolismo -no sé si a la manera del que propuso el joven Luis Muñoz a finales de los 90 del siglo pasado o simplemente según la inevitabilidad poética de Téllez-. También aprecio y me deleito con su inclinación hacia lo alegórico cuando le da por extender una imagen a lo largo del poema, de principio a fin, creando así nuevas asociaciones, un lenguaje diferente o, cuando menos, enriqueciendo con y en sus versos el prosaísmo de la vida cotidiana. Es aquí precisamente donde mejor se aprecia la varita lírica del poeta: no hace falta aspirar al hermetismo, al cripticismo, al código secreto de esa poesía que para hacerse la importante mira por encima del hombro al lector, sino que se trata de, con los mimbres que cualquier lector medio pueda manejar, fabricar un cesto nuevo, un capazo diferente, un canasto alternativo, un serón que cargue desde una perspectiva poco convencional y lo más lúcidamente posible con los arreos de la vida, muchos de ellos deteriorados por el paso del tiempo.

Entre esa carga que los años acumulan en la voz poética de Los últimos pieles rojas, creo que el papel protagonista lo arrostra el tono elegíaco –ma non troppo-, cierto ajuste de cuentas con el pasado, con la memoria y con unos ideales que el devenir histórico va a seguir relegando al rincón de las utopías, de las promesas no cumplidas. En este horizonte, podemos apreciar una vena política o reivindicativa bien interesante en Los últimos pieles rojas, pues no aborda el poeta aisladamente la inexorabilidad del paso del tiempo, sino su trabazón histórica; esto es, las razones últimas del destrozo de buena parte de aquellos ideales y de lo poco o mucho construido a partir de ellos, razones que hay que buscar en el poder aniquilador del capitalismo salvaje, de una civilización mal concebida, explotadora extenuante de la naturaleza (salvaje, pura, auténtica,…salvadora) y del ser humano en su estricta humanidad y dignidad. Poemas como, por ejemplo, “El valor de los salvajes”, “In God we trust” o “Europa” son reveladores de esta mirada.

 Esto desemboca de algún modo en una suerte de derrota, de fracaso, muy en la línea del ensayo ya clásico de Luis Antonio de Villena, Biografía del fracaso (1997): un fracaso con la cabeza bien alta, una conciencia de derrota de quien sabe que se encuentra en el lado correcto de la historia, de la ética, de la moral, de la justicia social,…O, dicho de otro modo, una vuelta de tuerca a ese pretendido fracaso, una rebeldía contra la constatación de este, contra la sensación de que todo se ha derrumbado, como podemos leer, por ejemplo, en el poema ‘Nessun dorma’ (página 17), en concreto en sus versos finales: “Que no duerma nadie, nessun dorma,/ que aún quedan palabras y canciones,/ y seguimos siendo potros salvajes/ aunque hayamos olvidado las praderas”. Es este el lugar exacto y simbólico de los últimos pieles rojas del título del poemario que nos ocupa.

En este ámbito, como apuntábamos más arriba, podemos apreciar un tono novedoso. Se detecta en Los últimos pieles rojas un espacio algo mayor para la nostalgia, un acento más elegíaco que en libros anteriores -”Yo también estuve en el jardín de Arcadia,/ antes de que me echasen los arcángeles del tiempo” (‘Et in Arcadia ego’, página 60)-. Pero hablamos de una nostalgia sin trampas, porque Téllez no es de los que se dejan atrapar por los falseamientos de la memoria, por sus ficciones empalagosas. Y es que estamos ante un poeta con los pies bien anclados en la historia y en la realidad, que no se traiciona, aunque a estas alturas de vida las decepciones jueguen como locales. Asimismo se detecta una suerte de ondear de pañuelos en la despedida a partir del poema ‘Epitafio’, un pretendido adiós que abarcaría ya los cinco textos finales del libro y que supongo que en poemarios posteriores pueda tener más recorrido.

Desde esta perspectiva tan poco halagüeña a priori, la voz poética no cae en la desolación o el catastrofismo apocalíptico, sino que apuesta por una especie de lucidez donde cabe la celebración y donde se está definitiva y fervientemente a favor de la alegría, como podemos leer en el poema ‘Danzad, danzad, malditos’ (página 81). Al mismo tiempo, en este texto podemos apreciar otra de las constantes de este nuevo libro de Téllez, el tono admonitorio, exhortativo, de quien posee la suficiente experiencia y los necesarios desengaños para poner en alerta a quienes quieran prestarle atención. Y no solo se dirige a un tú o a un vosotros, muchas veces desde un imperativo sin dobleces, sino también a un tú que es yo, que somos nosotros, que, en definitiva, es un todos.

La personalidad lírica de Juan José Téllez en Los últimos pieles rojas resulta desbordante, apabullante, arrolladora, desbocada incluso. Los poemas se agolpan aparentemente sin orden ni concierto, sin una estructura explícita, como oleadas de versos que inundan la sensibilidad del lector, como un tsunami lírico que incluso puede llegar a dejarlo por momentos sin aliento. Pero, si nos detenemos a indagar por debajo de los paralelismos, de los ritmos que estos crean, de la versificación extensa e irregular, de la libertad compositiva de Juan José Téllez, sí que se aprecia una arquitectura sutil en el conjunto de los poemas, un hilo conductor narrativo desarrollado en bloques temáticos contiguos y diferenciados por la sensibilidad del lector.

Los últimos pieles rojas es, por tanto, un libro difícilmente abarcable en una reseña como esta. De modo que lo dejamos aquí. Que sirvan estas líneas como invitación a su lectura y, de paso, como acercamiento a la obra poética de Juan José Téllez, pasada y futura.

Los últimos pieles rojas (Renacimiento, 2025) | Juan José Téllez | 96 páginas | 16,90 euros

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