0

Sin ovillo que nos ayude

ELENA MARQUÉS | Hace poco retomé un club de lectura al que no acudía desde yo qué sé cuándo. De hecho, ahora mismo no recuerdo el motivo de tan desafortunado (al menos para mí) impasse, si nuestras reuniones se vieron interrumpidas por la ya lejana pandemia o el paréntesis ha tenido que ver con mis más cercanos problemas personales.

La cuestión es que en este acogedor reencuentro hablamos de un libro de relatos, y enseguida salió a relucir la dificultad que nos asalta a la hora de comentar tantas historias distintas. Cómo mezclamos personajes, olvidamos los títulos, mezclamos las tramas. Cómo a veces no acabamos de encontrar el hilo que los une.

Si algo engarza los distintos relatos de Laberintos, de Eva Monzón, es, entre otras cosas, una voz en primera persona que lo recorre. Un narrador que no es siempre el mismo, pero que se expresa en algo parecido al fluir de conciencia, a un monólogo interno y atormentado sincopado en frases breves y a veces repetitivas como todo lo que nos obsesiona. De esta manera consigue la autora un estilo sencillo y a la vez profundo que no escatima en guiños líricos, en recursos más propios del lenguaje poético que del discurso narrativo, entre los que cabe destacar el inteligente uso de los adjetivos y el ritmo de sus frases.

Y si esa manera de contar nos acompaña en la lectura aún hay más elementos que hacen de este volumen una obra compacta, pues, aunque las escenas que dibuje sean muy distintas, se desarrollen en escenarios diferentes y revelen sensaciones muy diversas, todos los yoes que se expresan se sienten fuera del mundo, expulsados de la historia, enfadados con sus semejantes, y es así como se manifiestan: en una continua lucha sin resolver.

Enfrentados a la sociedad con sus imposiciones, al otro con sus mezquindades, cada uno de los narradores-protagonistas de estos relatos nos transmite, sobre todo, su rabia y una enorme soledad. Al menos Teseo contaba con la amorosa ayuda de Ariadna. Pero estos personajes no. Tienen la conciencia de ser distintos, de no encajar, de no entender, de no ser entendidos. Como si entre ellos y el mundo existiera una pared invisible, ese laberinto que ofrece un título común a las historias.

Por ello el tono (otro hilo que recorre el laberinto) nos resulta tan angustioso. Porque escuchamos continuamente la furia, el desengaño, la inquietud, la incertidumbre, el miedo. Porque solo nos llega ese interior palpitante y en alerta y en desorden, y a través de la palabra se nos oculta parte del contexto, que, sin embargo, termina mostrándosenos con claridad en cada uno de esos ejercicios marcados por la elipsis y el fragmentarismo. Aunque claridad precisamente es lo que les hace falta a esos personajes en lucha continua con el tiempo y con sus propios conflictos interiores, obligados a fingir o a salir a la guerra cotidiana; obligados, también, a asumir la cobardía, como leemos en «Mañana sin falta» o «Viajar», por poner dos ejemplos.

Y es que el laberinto al que se enfrentan todas esas voces es tan oscuro porque se encuentra en el interior, en el eco contradictorio en que suelen convertirse nuestras vidas. Es un laberinto plagado de encrucijadas. La habilidad de Eva Monzón es elegir el momento, la disyuntiva a la que se enfrenta el personaje, a través de la cual podemos conocer buena parte de su vida y lo que lo mueve o impulsa. Plantearnos qué hubiera pasado de elegir otro camino es siempre, aunque intentemos no pensarlo, un hecho dramático, como dramático es el acuciante paso del tiempo y los callejones sin salida a los que su andar lineal y velocísimo nos conduce.

Por eso un tema que también aparece en más de una ocasión es el de la huida. La huida en sus muchas formas, como, por ejemplo, alistarse a una misión imposible de la que no siempre es posible volver (léase «Interrogatorio»).

Creo que la fuerza de este dédalo al que Monzón nos conduce sin más armas que nuestros ojos reside en que en todos, incluso en los personajes que nos parecen más detestables (y algunos hay), podemos reconocernos. Sí, podemos reconocernos en esos tipos contradictorios y frágiles inmersos en la rutina, a la que en ocasiones vemos como una losa y en otros momentos como una bendición que nos da calma (la paz de no pensar en nada).

En fin, como se suele decir, de la Literatura nunca se ha de volver indemne. Es misión de un libro salir distinto a como se entró en él. Posiblemente con más preguntas y más dudas, pero otro.

A los que buscan ese tipo de epifanías van dirigidos estos cuentos, en cuyos Laberintos, con estas pocas líneas por mi parte, los invito a internarse.

Laberintos (Coleman, 2024) | Eva Monzón | 238 páginas | 19,90 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *