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Sobre deudas pendientes más allá del tiempo y el espacio

REYES GARCÍA-DONCEL | Como primera reseña especial, esas dedicadas a libros de los que nos impactó la portada, os voy a hablar del que acabo de leer: El chino, de Henning Mankell. Lo escogí de la biblioteca de una amiga, porque no había leído nada de este autor —ya sé que afamadísimo—, porque me pareció una buena manera de inaugurar mi temporada de verano, y también porque la portada era muy obvia, pero analizándola más despacio, sin tener en cuenta las referencias de género literario del autor, me planteaba una duda.

En la foto hay un palillo para comer, uno lujoso, de comida de gala, no de diario, ni de esos que te ponen en los restaurantes que son de madera fina y vienen dos unidos. Modelo usar y tirar. Este de la portada está lacado en negro brillante, con adornos de hojas en forma de abanico, puede que inspirados en las del precioso árbol Ginkgo biloba. Luego el chino en cuestión es rico. El palillo se clava en una superficie blanca, que puede ser un documento importante, pero también un mantel o una servilleta. Hay agresividad en ese rasgado, eso es evidente, la superficie —papel, ¿quizás piel?— está arrugada y rota, puede que el palillo simbolice un arma blanca… Y por encima de todo el conjunto se derraman unas manchas rojas. La primera deducción, la más fácil, es que sean de sangre, eso encajaría con la información que tengo sobre el autor. Pero solo por jugar a las historias posibles, a las hipótesis, a los “y si”: ¿podrían las manchas rojas ser restos de salsa agridulce tan utilizada y consumida en los restaurantes chinos? Una suposición que me llevaría a otro tipo de novela. Es decir, ¿podría ser que el libro no tratara de crímenes sangrientos sino de reuniones, bien servidas y bien bebidas, en restaurantes de lujo? ¿Podría tener como tema de fondo la gastronomía china? Era poco probable, lo sé, pero la imaginación es lo último que se pierde.

El primer capítulo me sacó de dudas: diecinueve personas de una aldea, casi todos salvo dos vecinos, son asesinadas de forma sangrienta una noche de enero del 2006. Vale, empezamos por la temática obvia, pero los muertos son suecos… todavía no ha aparecido ni El chino ni ningún otro. Pronto lo hacen sus antepasados, campesinos en la China del siglo XIX cuya pobreza les hace emigrar hacia Pekín. Allí son secuestrados, embarcados, y enviados a trabajar en las durísimas obras del ferrocarril americano. El implacable capataz, látigo en mano desde su caballo, es sueco. Ya los tenemos juntos. Pero por ahora todos comen muy mal, cuando comen.

La historia de sufrimiento de estos pobres hombres, y de sus hijos, continúa a lo largo del siglo XIX en Estados Unidos hasta llegar a la Suecia y China actuales, donde sí aparecen restaurantes chinos, no demasiado lujosos, pero muy importantes en la trama porque a ellos va el asesino. Una jueza sueca, Brigitta Roslin —a partir de la cinta roja de una lámpara como las que habitualmente decoran estos locales— descubre la pista, y de tanto seguirla, se aficiona a la comida china. En la narración no se especifica si en concreto a la roja salsa agridulce, pero desde luego se recorre varios restaurantes, en Suecia y en China, hasta donde viaja, y claro, no le va a hacer las preguntas a la camarera sin consumir, tiene que pedir algo, y tanto pedir, pues ya se sabe. En esa estamos, descubriendo más y más las conexiones con los terribles asesinatos, cuando la jueza se convierte en la diana de El chino, que como dijimos es un hombre muy rico, y sus secuaces. La poderos China del siglo XXI, las luchas intestinas del Partido Comunista y la celebración de los Juegos Olímpicos aderezan el paisaje. Ya no puedo contar más, evidente.

He leído la novela en tres días porque me ha arrastrado su suspense negro, en el que Henning Mankell es especialista, me ha descubierto las condiciones vergonzosas en las que se construyó ese país de las oportunidades que lo llaman, y me ha encantado el recorrido histórico desde la China de régimen medieval, pasando por la férrea comunista de Mao hasta la capitalista actual. En definitiva, una narración muy bien construida, con ambientes perfectamente caracterizados y un estilo dinámico que te atrapa.

Por otra parte mis dudas se han resuelto: la sangre humana puede ser tan agridulce como la conocida salsa china, según la historia de penurias y sufrimientos, el rencor acumulado y la necesidad de venganza que haya detrás de ella.

El chino (Tusquets, 2008) | Henning Mankell | 471 páginas | 19 euros |

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