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Sobre un palo básico del flamenco: el fandango

JOSÉ CENIZO JIMÉNEZ | Pocos expertos como Miguel Ángel Fernández Borrero para hablarnos del fandango, sin duda una de los palos básicos del flamenco, una forma flamenca que tiene muchas variedades personales y locales, elevado a categoría suprema por los más grandes desde Pastora Pavón o Caracol a Camarón o Paco Toronjo, aunque otros, como Antonio Mairena, le diesen algo de lado, no porque no lo conociesen o supieran hacerlo, ni mucho menos, sino por otras cuestiones que la afición conoce.

Fernández Borrero, andevaleño, periodista jubilado de Canal Sur, investigador veraz, ya publicó y publica artículos sobre temas flamencos centrados en su tierra onubense, sobre todo, así como el libro colectivo Huelva, tierra de fandangos, junto a otros importantes flamencólogos (a mí sí me gusta esta palabra, como me gusta filólogo, lo que soy) como Luis Soler, Manuel Romero Jara y el que quizá sea el mayor referente actual de los estudios sobre flamenco, Faustino Núñez, por sus conocimientos del flamenco desde la música flamenca y no flamenca, desde su experiencia y por sus aportaciones en libros, revistas, conferencias, etc.

El libro tiene un subtítulo largo que, no obstante, nos da la clave de lo que nos vamos a encontrar: “Cómo el fandango cambió de paradigma al flamenco a partir del Concurso de Huelva de 1923, convirtiéndose en el palo flamenco más cantado, grabado y reclamado por el público”. Ahí es nada, pero es que así fue, y todos los aficionados sabemos que el fandango es, por ello, un palo fundamental del flamenco, especialmente del siglo XX.

A lo largo de 396 páginas, aderezadas con algunas fotografías -que nos saben a poco-, nos encontraremos con toda una historia de cómo el fandango pasó de ser algo folclórico a ser un palo flamenco como el primero gracias a las innovaciones e interpretaciones personales, artísticas, con nombre y apellidos, bien de aficionados o de artistas, desde María la Conejilla a Isidro, Rebollo, Rengel y Toronjo -los cuatro puntales, como dice el autor, de este logro-. El primero, Isidro, ponía en su tarjeta de visita precisamente “Creador del fandango de Huelva”. De 1924 a 1932 considera que es la etapa dorada del flamenco, en una eclosión que, como todo, tiene sus luces y sus sombras. Sitúa a Alosno como el centro, el principal venero del fandango, y estudia a fondo el revulsivo que supuso el Concurso de Cante de Huelva de 1923, un años después del de Granada de 1922, pero a diferencia de este, contando con los profesionales. De ese Concurso de la capital salió reforzado el fandango personal también. El cante de Alosno lo ve más primitivo, más natural, más dramático, frente al de Huelva, más artístico, más adornado y ligero. Analiza el contexto, de antiflamenquismo, que asocia a una actitud conservadora y católica y que se neutraliza a partir de 1927, escribe. Otro capítulo importante y digno de elogio es el dedicado a la importancia de la guitarra en la evolución del fandango (y del flamenco en general).

En suma, un libro lleno de documentación, biografías de artistas implicados en el fandango, anécdotas que convierten a esta obra en necesaria lectura para seguir teniendo un panorama más certero del flamenco en general y del fandango en particular, como decimos, uno de los palos más importantes del flamenco, especialmente desde esa etapa dorada citada por el autor, desde los años veinte del siglo XX. Su interpretación no ha dejado de estar presente en recitales o grabaciones de los artistas flamencos.

Fandango. Cuando el fandango voló (Almuzara, 2023) | Miguel Ángel Fernández Borrero | 396 páginas |  23,75 euros.

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