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Sólo porque ella quiso escuchar

_visd_0001JPG0BVM1CAROLINA LEÓN | Vengo de escuchar, en una conferencia, a la autora británica Jeanette Winterson decir (traduzco libremente): “El lenguaje es la herramienta más versátil y más democrática que tenemos para expresarnos, desde lo más simple a lo más abstracto, y reducir la educación en el lenguaje a las reglas básicas de comunicación es un arma de empobrecimiento democrático”. Se trataba de una conferencia en la que el público (sus fans) era en un 95% femenino. Se trataba de una autora, otra más, que tiene una caterva de aficionadas y no logra extender la amplitud de su obra, desmedida, a cierto reconocimiento universalista.

Vivimos un momento dulce, que puede serlo aún más, de recuperación de voces de escritoras en el panorama editorial, imprescindible para poder completar nuestra cosmovisión con la mitad de las experiencias humanas que no han sabido narrar los autores, por haber sido socializados como hombres, pero sobre todo porque no se puede dar por cosmovisión lo que secuestra o invisibiliza a la mitad de las voces (otras descompensaciones del mundo, como las voces no occidentales, están en trance de ser compensadas, aunque tardarán más). A pesar de todo, con respecto al canon literario, aún no es posible hablar de un tratamiento de pares para las autoras. Todavía se las trata como “de parte”. Me hace gracia pensar que, en inglés, sin embargo, somos todos authors.

La historia de Buenos días, guapa es no muy distinta a la de otros grandes éxitos editoriales escritos por mujeres: éste, además, íntegramente protagonizado por mujeres de carne y hueso, que encontraron en Maxie Wander a una médium. Mientras una multitud de fans y lectoras lo devoraron, en un desacomplejado ejercicio de autorreconocimiento, fue a la vez una anomalía tratada como si se hubiese abierto un cráter en el espacio-tiempo y acudiesen expertos de cien disciplinas a averiguar qué pasaba ahí. Las mujeres se expresaban. Las mujeres tenían un mundo propio. Las mujeres de la RDA, asimiladas en obligaciones y derechos a sus pares hombres, tenían mucho que decir a cuento de la igualdad notificada en sus cartillas de obreras y en sus exigencias de militantes.

Yo he sabido todo eso en 2017, y lo he podido saber porque Errata Naturae ha recuperado este libro, que se publicó hace exactamente cuarenta años en la República Democrática Alemana, que fue un inmediato éxito de ventas. Para entonces, El cuaderno dorado llevaba quince años siendo debatido como la “novela feminista” de la época, objeto de odio y amor a partes iguales. Nacida de mujer de Adrienne Rich se había publicado sólo un año antes, pero como ensayo no trascendió más allá de los círculos feministas. El libro de Maxie Wander fue otra cosa, probablemente por su doble otredad de ocuparse de las vidas de las mujeres y por ocuparse de las mujeres de la RDA. Por su ilusión estilográfica de ser la transcripción de una parte del mundo que no había sido escuchada hasta entonces, o para la que nadie había prestado suficientemente el tiempo, la atención y la oreja hasta entonces. Por constituirse de vidas reales y contribuir con sus relatos a fabricar “ensayos lingüísticos personalizados”, como dice su prologuista y traductor.

Porque ¿qué cosa puede ser, así dicha en breves palabras, la liberación femenina? ¿Tener acceso a un empleo, a la independencia económica, a la responsabilidad pública, poder elegir el destino propio eludiendo las imposiciones? ¿Acumular amantes, decidir sobre el propio cuerpo, tener acceso a la anticoncepción segura, poder expresar libremente opiniones, decidir entre los moldes de “mujer” que les ofrecían madres y abuelas y los que se ofrecían desde el partido y la república socialista? ¿Todo eso a la vez?

El socialismo los igualó, el feminismo las hizo poner en perspectiva. Y casi no hay relato, de las diecinueve mujeres aquí retratadas a través de sus voces, que no contenga máximas de gran resonancia para las mujeres de cualquier signo y condición del presente. Ellas hablan libremente, Wander registra y recompone a través del lenguaje, de un lenguaje tentativo, terapéutico, obsoleto a veces y libre casi siempre. Con varios años de adelanto, este volumen es pionero en el reportajismo contemporáneo que hace florecer voces singulares. Frente a Wander, aquellas mujeres se sentían formar parte de una sociedad que no había querido escucharlas, y están encantadas de rellenar los huecos de una narrativa socialista (o patriarcal) que no las incluía, verdaderamente, más que en lo formal.

Es fácil imaginar el morbo generado, cuando el libro está lleno de frases como las que siguen; una declara: “No soy de esas mujeres que creen que sólo pueden ser felices con un hombre. Continuamente veo hombres que me gustan y a los que les gusto”; u otra expresa: “Eso es bonito. Ponerse cosas que no aprietan, quitárselas a gusto, andar desnuda”; u otra: “En realidad me dan asco los hombres. Pero me procura una satisfacción increíble cuando veo cómo se ablandan, cómo pierden el control”. Tratan de describir sus vidas entre lo nuevo que no acaba de nacer y lo viejo que las constriñe, entre la igualdad ficticia y la liberación de palo, y aquí otra: “Un marido no es tan importante (…). El matrimonio lo percibo como compañía de seguros, como pensión o como cementerio”. Hablan de sí mismas, de sus cuerpos, sus abortos y sus amantes, pero no paran de analizar el mundo tal como les ha tocado: “Dudar, examinar, hacer preguntas, son aptitudes que entretanto hemos perdido”, dice una acerca de su entorno, y otra, muy joven: “No llevaría a un hijo a la guardería. La igualdad no deben pagarla los hijos. Por eso preferiría no tenerlos”.

Otra vez, ¿qué es eso de la “igualdad”? En algunos casos están sus madres como ejemplo de mujeres abnegadas, en otros están sus hermanas buscándose la vida en las fábricas, en otros han tentado alternativas varias hasta quedarse solas, casi siempre a cargo de los hijos. Así que a menudo están ellas, frente a los hombres, en busca de una “realización personal”, sacándose un título en la escuela de adultos: “Por la noche le decía a mi marido: Ya no tengo tiempo, tengo que leer. Mi marido no me preguntaba lo que leía ni por qué leía, simplemente se quejaba todo el tiempo de que a su camisa le faltaba algún botón. Y veía la tele”. También están, por supuesto, los hijos: “Rara vez tengo la sensación de que sea mi hija. (…) La estuve amamantando durante seis meses, mucho más tiempo que a mis hijos, me secó los pechos. Son cosas que no consigo asimilar con el intelecto. Sé que es injusto, pero no me queda más que el amor por mis hijos”.

Casi cada página de este libro contiene una declaración con carga de profundidad. Esto se puede escuchar hoy como ecos del pasado, pero es mucho más fértil agarrar el lápiz y subrayar como si estas mujeres, convertidas en personajes, estuviesen habitando con nosotras y fuesen nuestras pares. De nosotras, sí, nuestras pares. Porque aquella “igualdad” todavía nos persigue como horizonte y casi todo lo que experimentaron nos viene a servir de brújula. Wander consiguió abrir una caja de Pandora que otras muchas autoras han continuado abriendo, pero en su caso lo hizo convirtiendo a un puñado de mujeres sin biografía heroica en personajes, sintetizando y armonizando sus relatos, confiando ciegamente en el lenguaje y la palabra, democratizando hasta el extremo el acceso al olimpo pequeño de los que habitamos este mundo pequeño.

Esto me devuelve a la cuestión del principio. Qué pasa con la “universalidad” de ciertas narrativas y con el hecho de que algunas se entiendan “de parte”. Todo lo que se puede encontrar en Buenos días, guapa es un relato “de parte”, pero es uno que no había sido registrado de este modo, que no había recibido ni de lejos un tratamiento de dignidad, legitimidad y entidad autónoma. “Aquí no hay más que política, y basta”, dice Julia, de 92 años, quejándose casi al final de la colección. Lo que queda detrás de su relato -y del resto- es que sus pequeñas miserias de mujeres que menstrúan, crían, ven morir a familiares, se convierten en profesionales o se niegan a tener hijos eran una parte de la política.

Eso es lo que consigue en este libro: detrás de todas ellas y sus mundos privados, había un universo de lenguaje por descubrir. De lenguaje público, de vis política. Y todo porque ella quiso escuchar.

Buenos días, guapa (Errata Naturae, 2017), de Maxie Wander | 344 páginas | 19,90 euros |
Traducción de Ibon Zubiaur

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