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Sudar la vida

186SARA MESA | ¿Es Austria, así a bote pronto, el país con más escritores raros por metro cuadrado? No me refiero solamente a sus obras, sino también a sus personalidades excéntricas, polémicas, con ese gusto corrosivo por el escándalo y la trasgresión. Cómo no pensar por ejemplo en Thomas Bernhard, Peter Handke o Elfriede Jelinek, amados y odiados según quién, controvertidos, singulares, irrepetibles. Ahora podemos añadir un nombre más a esta lista gracias a la aparición en Alpha Decay de la primera novela -inédita hasta ahora en español- de Marianne Fritz (1948-2007), una escritora hermética y extravagante tanto en su vida como en su desmesurada obra.

En el interesante prólogo que la acompaña, su traductor Juan Sola nos presenta a Fritz y consigue que nos pique el gusanillo con un buen número de datos sugestivos: la autora gustaba de preservar su intimidad, tenía una existencia retirada y centrada en la escritura, no concedía entrevistas, era obsesiva en sus métodos de trabajo, padeció una inusual enfermedad que afectaba a su movilidad y que terminó causándole la muerte a los 59 años, fue atacada por la crítica e incluso recibió la censura de Bernhard, que en una carta a su común editor Sigfried Unseld calificó su obra de “aburrida basura proletaria”,  “disparate” y “catástrofe editorial”. ¿Y a qué se refería el autor de Corrección y de Tala? Pues a los primeros volúmenes de La fortaleza, un proyecto narrativo de más de diez mil páginas que, como era de esperar, quedó inacabado. Pero no era sólo la extensión. La obra de Fritz irritaba a la crítica, sobre todo, por la distorsión a la que sometía al lenguaje, la experimentación que la emparentaba con otro raro como Arno Schmidt y lo incómodo de los temas abordados, como el fanatismo, la herencia nazi, el patriotismo, el conservadurismo y la religión. En uno de los testimonios que se recogen en el prólogo, un crítico socarrón afirmó de una de sus novelas: “El primer día conseguí leer 16 páginas y entendí la palabra ‘estación’”.

Si todo lo dicho arriba pudiera espantar al lector medio, cabe matizar que La gravedad de las circunstancias es un libro de poco más de 100 páginas, con un lenguaje diáfano y una extrañeza que no radica en el modo de narrar, sino en la historia misma. No es una novela primeriza sino, más bien, una primera novela seminal. Según su traductor, más que una anomalía dentro de su producción es “la piedra fundacional de todo su proyecto… el esqueleto a partir del cual se articula el resto”. En ella se cuenta la visita que Wilhelm realiza a su ex mujer Berta Schrei en el psiquiátrico donde está internada, empujado por su mujer actual, que, malévolamente y todavía celosa, hace coincidir la visita con el aniversario de su boda. Durante este encuentro se remueven recuerdos, se insinúan historias previas y aparecen visiones de un mundo pasado y ya irrecuperable. La vida real está sometida a “la gravedad de las circunstancias” y Berta, que había sido una madre obsesiva y esposa descentrada, pero que ante todo amaba la música de Johann Strauss, acabará haciendo lo que jamás se debería hacer. Y hasta aquí puedo contar.

La gravedad de las circunstancias pertenece a esa estirpe de novelas que encierran en sus páginas algo incomprensible y a la vez atrayente -tanto más atrayente cuanto más incomprensible-, una visión del mundo que hace hincapié en la irrealidad -pasándose por el forro la imposición de verosimilitud-, así como en la exploración de relaciones enfermizas entre los personajes -lo siento por Bernhard, pero en esto me recordaba a él-, los escenarios típicamente opresivos -el internado psiquiátrico- y un sutil y desconcertante toque de humor -la mujer de Wilhelm se llama… Willhemine-.

Es también un ejemplo de cómo una novela puede construirse sobre el andamiaje de una gran elipsis, pues el plano de lo narrado se superpone a otro plano anterior, velado y turbador, tan terrible que, por ello mismo, se convierte en innombrable: una narración lineal no sería posible para esta historia, por lo que el desorden cronológico no es -no puede considerarse- un mero juego. El lector asiste así, como en un laberinto, a la gestación de una locura, desordenadamente, con perturbación, igual que la capa de ‘smog’ que se forma sobre la ciudad imaginaria de Donaublau y que el protagonista compara con un hipopótamo: “¡Esta bestia maligna tiene que posarse precisamente allí dondequiera que yo esté, me tumbe, siente o camine! ¡Está claro que trata de aplastarme con todo su peso!”. La imagen es tremendamente representativa de las sensaciones que genera La gravedad de las circunstancias: una pesadilla que acaba con una sonrisa, pero una sonrisa macabra, de payaso: “Has sudado la vida, ese sueño terrible, ¿no es así, querida? ¿No es cierto que la vida es un sueño terrible?”.

La gravedad de las circunstancias (Alpha Decay, 2016) de Marianne Fritz | 160 páginas | 16,90 € | Prólogo y traducción de Juan de Sola

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