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Summa Fernandina

JOAQUÍN PÉREZ BLANES | En el compendio, en la summa literaria, en las obras completas, parece que todo vale, que quien debe hacer selección, que no limpieza, es quien lee y no quien edita. La ausencia de cribado es válida para los estudiosos o eruditos, pero se vuelve, en ocasiones, pantanosa para un lector común y terrenal. Esto puede impedir el disfrute de su lectura, dado que algunos textos suelen no estar a la altura esperada, por inmadurez, por descuido o por inacabados. Es complicado combinar el deseo editorial de un sello o el de unos herederos con la creatividad y el ego de un autor. Cuando Franz Kafka escribió a su amigo Max Brod pidiéndole que quemara, sin leerlo, todo lo que el autor dejaba atrás, nunca sabremos si el escritor praguense era consciente de que, con aquel acto egoísta, dejaba a su amigo una responsabilidad que no le correspondía. Como sabemos, Brod traicionó el deseo de su amigo, pero imaginemos que no lo hubiera hecho y que hubiese quemado gran parte de su obra, no toda, pero sí una parte, y conociéramos el resto de la obra de Kafka porque otro amigo guardó el resto de su creación. Ahora trataríamos a Max Brod como un salvaje iletrado, cuando lo único que habría hecho sería cumplir el deseo de su pusilánime amigo Kafka. ¿Por qué poner en un brete a un amigo cuando el propio autor podía haber dado cuenta de sus escritos en una hermosa hoguera? En definitiva, cualquier escritor o escritora que no quiera ver publicados sus textos cuando ya no esté, tendrá que armarse de valor y encender ese fuego. De otro modo, cuando llegue el momento de la verdad, del reconocimiento, de la antología, de la compilación, todo texto guardado en un cajón será proclive de ver la luz a su pesar.

Es aquí donde debemos preguntarnos si todo vale cuando se trata de publicar textos inéditos en una colección de obras completas y la respuesta parece ser afirmativa en la obra que nos ocupa: Teatro de Fernando Fernán Gómez, editado por Galaxia Gutenberg. La decisión editorial se muestra claramente en el prefacio “Los cajones de Fernando”, donde Helena de Llanos, nieta del autor, expone en un diálogo con Emma (Cohen), esa decisión de remover los cajones y los ficheros de Fernando en busca de textos inéditos. La selección, por tanto, la hará el lector, separando el trigo de la paja, y para gustos, ya se sabe, colores.

Del mismo modo, la introducción del profesor Manuel Barrera Benítez despliega, con gran erudición, la temática de Fernán Gómez a lo largo de su vida en tres etapas o en tres motivos recurrentes. Esta introducción nos marca el talante ilustrado y docto de esta obra que, como cualquier compilación literaria, tiene sus altibajos y comprende textos que pueden resultar indiferentes al lector, como El guiñol de papá Dick o Pareja para la eternidad, junto a otros que son tan emblemáticos como paradigmáticos de la vigorosa personalidad y fructífera creatividad de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano resulta, es evidente, imprescindible y hasta recomendable en estos tiempos de escasa reflexión y elevada estulticia social. Además, incluye un texto titulado “¿Qué fue de aquella gente?”, en la que el autor dibuja el futuro de aquellos personajes: Don Luis, Doña Dolores, Luis o Manolita.

Hay que reconocer el valor integral de esta recopilación del teatro de Fernando Fernán Gómez, dado que su contenido se enriquece a medida que avanza en la línea del tiempo y en el transcurso de las obras del autor. Podemos descubrir a un autor con una basta cultura medieval y renacentista, así lo demuestra en una conferencia que dio en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en 1984 o en las obras que suceden en dicho periodo, como La coartada o Del rey Ordás y su infamia. Descubrimos un Fernando muy versado en la picaresca, pero también en la comedia de Arniches o en la astracanada de Muñoz Seca, no olvidemos que dirigió en 1961 una divertida y disparatada versión de La venganza de Don Mendo para el cine. Concluye el volumen con un epílogo que es el discurso que Fernando Fernán Gómez leyó con motivo de su ingreso en la Real Academia Española.

Sin duda es una obra magna que hará las delicias de esforzados investigadores en la obra de este autor y que entretendrá al lector mundano, como este estadista, que busca recobrar la fuerza dramática de un hombre tan erudito como prolífico, capaz de cambiar de registro sin despeinarse, del teatro al cine o a la novela, según requiera el momento; y regalarnos, en suma, obras que sobreviven al paso del tiempo, por su calidad extrema y su temática universal.

Hay autores que, desafortunadamente, son recordados por declaraciones que estaban fuera de tono o, más bien entonadas, autores como el alegre niño chalado Fernando Arrabal con su “minelarismo”, el engreído Camilo José Cela por su capacidad cúbica de absorción en una lavativa o el viejo gruñón de Fernando Fernán Gómez con su “¡váyase usted a la mierda!”. Autores que son recordados con diversión, que igual hoy en día serían candidatos a un buen meme y, sin embargo, como es natural, debemos dejar que hablen sus obras y que sean ellas las que nos digan si merecen la pena o no.

Cuentan que Juan Ramón Jiménez iba robando de las bibliotecas públicas los ejemplares de Ninfeas, su obra modernista de la que se arrepentía; seguramente sea una historia apócrifa, pero la sola idea merece ser cierta. No sé si Fernán Gómez haría lo mismo con algunas de las piezas que componen este compendio de su obra teatral pero, sin duda, si tuviese algo en contra se pronunciaría con la vehemencia de un hombre airado, aunque el esfuerzo de los editores sea encomiable; algún improperio igual se le hubiese escapado a Fernando por algún que otro texto que no alimenta su obra, más allá de la curiosidad académica. En cualquier caso, como dije al comienzo de esta reseña, haga el lector su propio cribado.

Teatro (Galaxia Gutenberg, 2019) | Fernando Fernán Gómez | Edición de Helena de Llanos y Manuel Barrera | 1088 páginas | 45 euros |

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