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Sympathy for the devil

Regreso a BirchwoodCAROLINA EXTREMERA | “Escuchad, escuchad, si conozco mi mundo, cosa dudosa, pero si lo conozco, sé que es caótico, malvado y cruel, con leyes forjadas en moldes erróneos, una idea justa que salió mal, un lugar terrible, en resumen, y sin embargo, sin embargo sigue siendo un lugar susceptible de esplendor en esos escasos momentos en los que irrumpe una pequeña luz, y algo queda sin explicar, sin perdonar, simplemente iluminado”.

Yo te quiero, John Banville. Es amor verdadero, lo mío, porque te suelo disculpar todo. ¿Conoces a Patrick Modiano? Seguro que sí. Le dieron el Nobel y todo. Bien, pues yo me paso la vida diciéndole a todo el que me quiera oír lo mucho que me harta este señor porque escribe la misma novela una y otra vez, la del tipo francés que mira su libreta de hace años y va a cafés parisinos donde hay una chica misteriosa. Ahora mira este otro argumento, John: un hombre ya mayor regresa a un lugar que tuvo importancia en su infancia o juventud y rememora el pasado. Sus recuerdos, además, no son del todo fiables. Te suena esa historia, ¿verdad? Claro, porque es posible que la hayas escrito unas cuatro veces. Pero ya te he dicho que te perdono porque te quiero, así que no creas que voy hablando mal de ti por ahí como de Modiano, porque el amor verdadero no hace esas cosas.

Te he perdonado también lo de las novelas negras. De acuerdo, El lémur (Alfaguara, 2009) me gustó. Es más, me lo leí por entregas en la edición digital del New York Times por aquello de que lo estabas publicando a modo de serial. Sí, ya, que no lo escribiste tú, que fue tu alter ego, Benjamin Black. No es que no disfrute con tu literatura de detectives es solo que, mientras te dedicas a eso, estás dejando de ocuparte de más novelas sobre un hombre que recuerda su pasado en una casa. Y esas son mis favoritas. Como ves, te he afeado un poco la costumbre de escribir muchas veces el mismo libro en el primer párrafo de esta carta y ahora, en el segundo, descubrimos que justamente me encanta que lo hagas. Al igual que a tus personajes, considérame poco fiable a partir de ahora.

Tiene sentido lo de mi amor por ti, John, porque te conocí en tu mejor momento. Fue con El mar (Anagrama, 2005) y ese libro me descubrió una escritura que ya no iba a poder olvidar. Con él ganaste el Booker y eso te dio la estupenda oportunidad de declarar que por fin el premio se lo llevaba una obra de arte. La tuya. Porque los anteriores, se entiende, no lo eran ni mucho menos. Eso me hace gracia de ti, lo admito, lo que puedes llegar a decir en una entrevista. Además, ese año también estaba nominado al premio Ian McEwan, tu enemigo mortal, pero no llegó a finalista.

Ahora es cuando tú querrías aclararme que él no es tu enemigo mortal, que no existe esa enemistad. Ya, mira, te voy a contar otra cosa. Lo que más trabajo me ha costado perdonarte en la vida es la famosa reseña que hiciste en The New York Review of Books de Sábado (Anagrama, 2005). Ese es mi libro preferido de McEwan. Fue un desatino de reseña y lo sabes. Pero me he vengado. Porque vosotros dos no sois enemigos, claro que no, pero en mi cabeza sí. Ahí los dos estáis enfrentados y tengo que decir que sitúo siempre a Ian en la posición de vencedor generoso que no te tiene en cuenta tus errores, mientras que tú eres el malo de la película. Además, ambos competís por mi favor, que yo voy otorgando alternativamente según vaya viendo. En casa tengo vuestros libros en la misma estantería, pero separados por un ejemplar finísimo de Graham Swift, como si mediara entre ellos. Parece una venganza muy pequeña, pero sé que ahora, mientras lees esto, te está molestando.

No sé si estarás al corriente de que se acaba de editar en España Regreso a Birchwood, tu segunda novela. Cuando la escribiste tenías veintiocho años y aquí tengo que dudar si es posible que alguna vez tú hayas tenido veintiocho años. Hace cuarenta y cinco que la escribiste y yo ni siquiera había nacido, así que es muy posible que al leer esta carta estés pensando que esas palabras ya no te pertenecen, que son de otra persona. Pero qué va, se ven muy tuyas. Para empezar, el libro va de un hombre que regresa a la casa de su infancia y recuerda, así que no puedes negar tan fácil su paternidad. Y tal vez sea la semilla de todos esos libros posteriores con un argumento tan parecido y una escritura tan similar, quizá sea una especie de El mar 1.0.

Aquí parece que empiezas a establecer cuáles van a ser tus obsesiones más adelante, como la naturaleza cambiante del pasado, las mujeres incomprensibles y victimizadas, el lenguaje fragmentario basado en remembranzas de una infancia que lo percibe todo solo parcialmente, espiando desde lo alto de unas escaleras, escondida en el desván. Hay un humor negro e irónico que recuerda mucho a Jonathan Swift por su intencionalidad satírica –¿en serio?, estarás diciendo mientras miras mi escrito en la pantalla de tu ordenador, qué original, compararme con otro autor irlandés– pero más despiadado porque a veces cruza la línea y deja de ser gracioso. El lector español recordará enseguida las novelas de Patrick Melrose de St Aubyn en ese padre distante y cruel que tensiona a toda la familia y aterroriza al niño y en esa madre totalmente sometida que ha perdido todas las guerras. Sí, John, lo sé, tú escribiste esta novela veinte años antes de las de St. Aubyn. Sin embargo, aquí se ha publicado después. Otra cosa que tampoco te va a gustar, y que tal vez debería ahorrarte pero que te voy decir de todos modos, es que en la edición española la contraportada hace una sinopsis que abarca desde el principio del libro hasta casi la mitad. Lo mejor será que me encargue de avisar a la gente para que no la lea antes de empezarse el libro, aunque no creo que vaya a poder decírselo a todo el mundo.

No te lo he comentado antes, pero hago reseñas de libros y estoy reseñando el tuyo. Sé que vas a fingir que no te importa si lo recomiendo o no, eres demasiado orgulloso, así que, ya que no vas a preguntar, te lo diré yo: sí, lo recomiendo. Y no lo hago por el amor verdadero que siento por ti, sino porque el libro merece mucho la pena. Te acabo de fastidiar, ¿no es cierto? Habrías preferido sin duda que lo recomendara solo por amor. Lo siento. El libro es bueno a pesar de que lo escribiera otro Banville, aquel que tenía veintiocho años. El uso que haces del lenguaje, el vocabulario complejo pero hermoso y utilizado con maestría, los árboles y pájaros nombrados con detalle, la casa de Birchwood que refleja la decadencia de la familia que la habita o las referencias veladas a la situación de tu país lo convierten en una novela bellísima que reflexiona desde un punto de vista muy particular sobre la muerte y los recuerdos. Hay pasajes tan evocadores que harían suspirar al más cínico, como ese capítulo en el que recogen la cosecha de grosellas maduras. Ahora estás celoso de ti mismo, ¿verdad? No te apures, te diré algo que te podrías haber ahorrado hace cuarenta y cinco años y así te quedas más tranquilo. Me ha sobrado bastante la parte esperpéntica del circo, en particular los momentos en los que tratabas de imitar a Nabokov. Ya, tú finge que no te acuerdas, pero ahí están. Eso me ha sobrado. Lo demás, sin embargo, me ha encantado. No temas, no empieces a lamentarte tan pronto por la pérdida de la lozanía, porque no te prefiero cuando eras tan joven. Te prefiero cuando escribiste El mar, cuando escribiste Los infinitos.

Regreso a Birchwood (Alfaguara, 2017), de John Banville | 240 páginas | 17,95 euros | Traducción de Damián Alou Ramis

admin

4 comentarios

  1. Una reseña estupenda… aunque a mí tampoco me gustó Sábado.

    • Bueno, tú eres el que siempre comenta que una opción para una reseña podría ser una carta de amor. 😉
      Gracias, Ilya.

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