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También la verdad se inventa


La generación del 98 en sus anécdotas

José Esteban

Renacimiento, 2012. Colección «Los Cuatro Vientos»

ISBN: 978-84-8472-700-2

208 páginas

16 €


Alejandro Luque

El maestro Bernáldez, que no sabemos si era mejor amigo que lector, que ya es decir, recomendaba siempre, fervorosamente, leer a su compadre Pepe Esteban. Autor de algunos de los libros más curiosos de cuantos se han publicado en las últimas décadas, a este profesor de Sigüenza le debemos por ejemplo un interesantísimo estudio del insulto español, un excelente ensayo sobre Mateo Morral o una impagable antología del epigrama en nuestro país. Ahora sorprende con este simpático retrato coral de la generación del 98, sin duda una de las más pródigas en anécdotas jocosas y pintorescas, todas éstas recopiladas de fuentes muy diversas y organizadas de tal modo que pueden leerse de corrido o saltando a capricho de una a otra.

Por lo general, la anécdota ha sido inexplicablemente rechazada por los estudiosos académicos. Su naturaleza apócrifa la ha alejado del rigor de los historiadores y filólogos, que a menudo han pasado por alto su alto valor simbólico, su interés “por lo que no ha ocurrido”, como dice García Sabell en la cita incluida en el prólogo. Cuando alguna vez me he enfrentado a la duda de incluir o no anécdotas en un texto biográfico, por ejemplo, mi decisión ha sido exponer primero los hechos contrastados, y reservar el anecdotario para el final, como una especie de apéndice, pero también a la manera de una recompensa para el sufrido lector. Subrayamos, pues: éste libro no puede ni debe sustituir en ningún caso la lectura de Luces de Bohemia, Campos de Castilla o El árbol de la ciencia, pero sí puede ser un espléndido postre para tales festines.

Sea como fuere, quien se asome a esta edición de José Esteban –impecable salvo algunas inoportunas erratas y el molesto énfasis en el ceceo de Valle, que no añade demasiada gracia– se regocijará descubriendo que Blaise Cendrars le envidiaba a Pío Baroja la sencillez de su nombre, en el que veía un talismán para el éxito; que Gómez de la Serna defendía la idea de que los españoles nos dividimos en dos grandes bandos, “uno, don Ramón María del Valle-Inclán y el otro, todos los demás”; que el propio Valle envió su brazo a Barbey D’Aureville para poder estrechar su mano, ya que le resultaba imposible viajar a París; y que una vez envió una carta a la dirección “Calle del viejo idiota, 16”, logrando que el cartero supiera que se refería a Echegaray; que Unamuno se sentía más sabio que Sócrates, porque además de saber que no sabía nada, “sé que tampoco saben nada los demás”; que Alejandro Sawa, el bohemio sevillano, agarró una vez por el pescuezo a Rubén Darío, pero le soltó argumentando que “Eres mío, te mataría. Pero has escrito la ‘Marcha triunfal’…”.

Sabremos también que Antonio Machado rehusaba grabar su voz en discos, y que Manuel suspendió su ingreso a la Universidad en literatura, por no saber nada de López de Ayala y Sánchez Bravo;  que el padre de Ortega y Gasset le prestó a Azorín una pistola antes de partir a hacer un reportaje sobre La Mancha de Cervantes, aduciendo que “no sabemos lo que puede pasar”; que Maeztu criticó El Quijotecomo dañino para España; o que Dorio de Gádex obtuvo de Zamacois un café y media tortilla en concepto de adelanto editorial por un libro titulado Por el camino de las tonterías, preguntándole el editor si era autobiográfico… Y no podía faltar la celebérrima anécdota entre Unamuno y Villaespesa sobre los nenúfares, “esas flores que usted tanto cita en sus poemas”.

Todo esto y mucho más descubrirá el lector entre risas seguras, pero nadie quedará a salvo de cierta tristeza antes de cerrar el libro. Porque la obra de Esteban, más allá de los chascarrillos, la maledicencia y hasta el chiste puro y duro, es también un reflejo de aquella España maravillosa y deprimente a la vez, donde algunos de nuestros mejores talentos vivían al filo de la mendicidad, la envidia era una epidemia aún hoy por erradicar y las disputas literarias se dirimían con frecuencia a hostia limpia. Es la España que vio cómo su primer Nobel era para el dramaturgo Echegaray, mientras que Valle-Inclán conocía la miseria y Antonio Machado caminaba, sin sospecharlo, hacia su terrible final. Es, también, la España formidable que da especímenes con nombres únicos y legendarios como los de Enrique Cornuty, Ciro Bayo, Corpus Barga, Sindulfo de la Fuente, Mario Roso de Luna o Camilo Bargiela, la que vivió en colmados y cafés donde a poco que uno se descuidara le salía un  hijo legítimo, y en los espectáculos de variedades donde un maharajá podía encapricharse de la cupletista Anita Delgado

Afirma Azorín en estas mismas páginas que la anécdota no dice nada, que lo importante en la vida es lo normal, “el minuto que es igual a otros millones de minutos”. Pero eso lo decía una voz temerosa del efecto deformador de la anécdota, al igual que mi querido Fernando Quiñones, surtidor inagotable de estas ocurrencias, nos rogaba dosificarlas “porque me descomponéis la figura”. Algo nos indica, en cambio, que estas historias nada restan a la verdadera obra de los escritores grandes y pequeños. Es más, tenemos la impresión de que la Literatura se fortalece y se enriquece cuando, entre bromas y veras, alguien vuelve a decir aquello de “¿Sabes la de Fulanito cuando…?

admin

2 comentarios

  1. A José Esteban le debemos también un libro fastuoso que pasó, seguramente, desapercibido en su época; me refiero a «La España peregrina», publicado por Mondadori en 1988, que llevaba en la portada, como reclamo para los lectores curiosos e interesados, una reproducción del cuadro de Antonio Gisbert «El fusilamiento de Torrijos». El libro se dividía en dos partes, una primer bajo el título de «Unas página de Blanco-White» y una segunda con el marbete de «El diario de Torrijos». A medio camino entre la ficción histórica y el ensayo biográfico, el libro, que rebosaba los moldes de los géneros literarios, es una joya casi de lectura obligada para todo el que se haya sentido alguna vez partidario del liberalismo y de la libertad de conciencia en España.
    Estupendo comentario, Alejandro.
    Un abrazo, Javier Quiñones.

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