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Tan solo, tan lejos, tan cerca

JUAN CARLOS SIERRA | La cosa es muy sencilla y a la vez muy complicada; sencilla para el lector, complicada para el personaje. El lector se va a encontrar con un relato limpio, de prosa fluida y más o menos lineal acerca de alguien que se ha escondido de la furia de los fundamentalistas islámicos que se han hecho con el poder de su ciudad; por su parte, el protagonista, del que desconocemos el nombre, lo tiene peor si atendemos a lo poco que sabemos hasta ahora de él: se ha metido en la boca del lobo cuando no supo o no pudo escapar a tiempo y se halla solo como un fantasma, en silencio, escondido en casa de Nezha, una antigua novia, viendo por las rendijas de las ventanas el horror impuesto por los mujahidines, muerto de miedo y en breve, si no lo remedia alguien, de hambre. Estas son las cartas que pone sobre la mesa narrativa Mbarek Ould Beyrouk (Atar, Mauritania, 1957) en su novela Estoy solo, primera obra de este escritor y periodista mauritano, traducida al español por Alejandro de los Santos Pérez.

            Estas cartas se juegan en el relato con cierta solvencia a partir de la técnica del monólogo interior, ya que toda la novela se construye como un largo soliloquio del protagonista. Sostener las casi cien páginas de este libro echando mano solamente de esta herramienta narrativa sin que decaiga el interés del lector es algo meritorio, aunque a veces haya caídas, como cuando se va la luz mientras estás metido hasta el tuétano en una película y vuelve al rato. Probablemente, en este sentido funcionen peor –provoquen  esas caídas del fluido narrativo- los fragmentos que la madre del protagonista le hacía memorizar de pequeño sobre las enseñanzas de su ilustre antepasado, el santo Nacer Eddine, y que él recuerda en medio del pánico que está experimentando en la suerte de zulo en que se ha convertido la casa de Nezha. Por otra parte, el discurrir de los pensamientos del protagonista-narrador se muestra algo encorsetado o, mejor dicho, algo controlado. Tiene poco que ver con el stream of consciousness, con esa liberación del pensamiento que da lugar a conexiones de ideas incluso estrambóticas. En Estoy solo existen esos chispazos, esas asociaciones verosímiles con el discurrir de la conciencia, pero se encuentran bien controladas por el autor, algo pautadas, incluso cíclicamente. Si se trata de un recurso literario esgrimido conscientemente por parte del autor, nada que objetar, aunque quizá le reste algo de agilidad y frescura al conjunto del relato.

En cualquier caso, a través de este monólogo el lector va conociendo al personaje. Y lo que se encuentra es a una persona absolutamente verosímil en el contexto geográfico donde se supone que se desarrolla la novela y a una personalidad bien construida literariamente con sus complejidades, sus contradicciones, sus flaquezas, sus miedos, su sensualidad, sus ambiciones, sus miserias,…; un hombre que en una situación límite como la que está viviendo se ajusta sus cuentas, pero sin flagelación en el posible arrepentimiento –el terror suele jugar en este sentido malas pasadas- ni heroísmos innecesarios. El lector agradecerá, por tanto, que Beyrouk no haya tirado por la calle de en medio o por el camino más fácil del blanco y negro, de los buenos y los malos, de los arquetipos.

Por otra parte, este discurrir del pensamiento del que se encuentra acorralado y más cerca del más allá que de la vida ofrece al lector un interesante análisis sociológico que incluso puede llevarlo de la mano a un acercamiento crítico a su realidad más cercana. De las palabras del personaje principal se desprende, entre otras cuestiones, una radiografía del poder ejercido por las élites económicas y políticas de gran parte de África, y sus consecuencias. La rebelión de los puros, de los auténticos musulmanes, de los guardianes de la moral y de las tradiciones, de las esencias ideológicas y religiosas,… es una de ellas, quizá la más llamativa, actual e inquietante. Su coartada es sencilla a la vez que inapelable: las promesas realizadas por esas élites han caído en saco roto y la frustración junto con la rabia han subido a la superficie, porque esas élites se han dedicado fundamentalmente a barrer para casa, para su propia casa, que se ha convertido en una mansión ampulosa, excesiva en todos los sentidos. Este hecho salta al terreno de la ideología, donde se halla bien asentado el sentimiento religioso, y de ahí al surgimiento de los ‘salvapatrias’, de los fundamentalistas, de los perros guardianes y rabiosos de las esencias patrias y religiosas,.. no hay más distancia que la de una sencilla vuelta de tuerca a una retórica construida ad hoc. Ya no es tiempo de arrepentimiento, eso se deja a los que creen en el pecado, el más allá y demás entelequias divinas. Lo que no se sabe bien es de qué es el momento, porque la novela de Beyrouk no da respuestas, porque deja las preguntas en el aire de la ciudad sitiada por los perros rabiosos de la moral.

A pesar de la distancia geográfica, económica, cultural,… una novela como Estoy solo resulta pertinente y necesaria en una geografía, una economía y una cultura como la nuestra; paradójicamente llama la atención su cercanía. Quizá sea esta ubicuidad una de las mayores virtudes del relato de Beyrouk. Lo que nuestra imaginación sitúa en algún punto de África puede estar pasando, aunque con otros matices, un poco más al norte; puede que nos esté pasando aquí y ahora. ¡Ojo!

Estoy solo (Libros de las Malas Compañías, 2021) | Mbarek Ould Beyrouk | 100 páginas | 16.50 euros | Traducción del francés de Alejandro de los Santos Pérez.

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