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Temperaturas y claroscuros

lorrie

 

Gracias por la compañía

Lorrie Moore

Seix Barral, 2015. Colección «Biblioteca Formentor»

ISBN: 978-84-322-2477-5

197 páginas

17,90 €

Traducción de Daniel Gascón

 

 

Sara Mesa

Hay autores que vienen acompañados de un aura de prestigio que no es fácil obviar aunque se quiera. Autores -más que libros- ante los que parece obligado sentir respeto de antemano porque la crítica más rigurosa los coloca siempre en lo más alto: «maravillosos«, «magistrales«, «profundos«… Esto lleva pasando en los últimos años con los libros de Lorrie Moore (Nueva York, 1957), sin que yo hasta el momento haya entendido muy bien por qué. Pero precisamente porque la crítica sigue y sigue mencionándola como una referencia indiscutible en la cuentística norteamericana actual (y eso es decir mucho), he seguido intentándolo bajo la duda de que quizá soy yo la que no sé ver ese toque «conmovedor y divertido» que tanto se ha destacado en su obra.

La primera vez que leí a Lorrie Moore fue en la imprescindible Antología del cuento norteamericano de Richard Ford. Era la autora más joven de todos los antologados, una apuesta en toda regla que según Ford merecía aparecer junto a Sherwood Anderson, William Faulkner, Flannery O’Connor, Grace Paley o John Cheever. Yo no le vi nada especial a aquel relato, “Como en la vida”, pero me hice con los Collected Stories de la autora, un apretado volumen del que solo leí unos cuantos cuentos sin que consiguieran atraparme. Luego probé con una novela, Al pie de la escalera, que me pareció digna pero no, desde luego, brillante. Ahora esperaba con interés estos cuentos, con ganas reales de que me gustaran, aunque tras terminarlos sigo sin comprender la razón del deslumbramiento que dicen sentir otros lectores.

Es innegable que las historias de Moore poseen atractivo -esa suave pátina de amargura y socarronería que las envuelve- y que en ellas hay un poso crítico realmente interesante. En Gracias por la compañía volvemos a encontrar a sus personajes típicos, gente en apariencia anodina pero en plena crisis de identidad, parejas que se derrumban, adolescentes sin rumbo, separados que envejecen con no demasiada elegancia, una clase media en caída libre al mismo tiempo que cae la dignidad nacional -las historias se ambientan en torno a la guerra de Irak y todas las conmociones políticas y sociales añadidas-. Ciertas dosis de ambigüedad contribuyen a engrandecer estos relatos entre los que destacaría dos piezas realmente buenas: “El enebro”, una historia de remordimientos ante la muerte de una amiga en la que aparecen varias imágenes sobrenaturales, y “Referencial”, sobre la demoledora ruptura de una pareja que se produce mientras el hijo de la mujer, de 16 años, está internado en un psiquiátrico. Me gustó también el inesperado final de “Enemigos”, en el que la ácida crítica de la hipocresía social se acentúa, y la historia de “Alas”, una extraña amistad entre una mujer joven y un anciano, muy a lo Alice Munro, pero me da la sensación de que la autora se mueve mejor -al menos para mi gusto- en los relatos más compactos, con menos páginas. Destacar cuatro relatos de un conjunto de ocho no da legitimidad desde luego para cuestionar la calidad del libro -cosa que no hago-, más teniendo en cuenta que de los restantes solo dos -el primero y el último- me parecen flojos y los otros dos bastante aceptables. Lo que realmente cuestiono es la genialidad del asunto, y aunque asumo que es cuestión de gustos, tras leer los últimos libros de gente como George Saunders o Lydia Davis no me parece ni de lejos que Lorrie Moore sea la mejor cuentista norteamericana actual. De su narrativa me chirrían ciertas cosas: la tendencia a que los personajes reflexionen constantemente de un modo un tanto sentencioso y artificial (ejemplo al azar: “Y la parte de ella que podía considerar eso y saber por qué se veía eclipsada por la parte que no lo sabía, que como ella sabía de antemano era la única fuente de perdón de sí misma. Paradójicamente, la ignorancia preparaba el futuro autoconocimiento. La vida nunca era perfecta”), ciertos añadidos ambientales que personalmente me sobran tanto como me irritan (esas continuas acotaciones de lo que comen los personajes, del tipo “dijo con el jugo del melocotón chorreándole por la barbilla” o “añadió mientras daba otro bocado a su sándwich”, que molestan no individualmente, sino por su acumulación) y la sensación de que algunas menciones contextuales sobre la guerra o la degeneración de la política están metidas, como suele decirse, con calzador. Tampoco ayuda demasiado al lector una traducción rígida y acartonada, con momentos verdaderamente chirriantes como “En el colegio arrullador y aturrullado de Bekka” o “Me temo que pronto descubrirás alguna forma totalmente obvia de percibirme como mucho menos que adecuado”.

Con todo, es muy posible que los admiradores de Moore (que son muchos y solventes, como lo demuestra no solo la apuesta que hizo en su día por ella Richard Ford, sino también los elogios de otros como Nick Hornby, David Lodge o Dave Eggers) no compartan esta opinión mía llena de claroscuros, porque lo cierto es que en estos cuentos la autora mantiene el tono y el atractivo anterior de sus historias, digamos, su personalidad narrativa. De este modo, si enamoró a otros antes, conseguirá hacerlo ahora de nuevo, de la misma manera que si a mí me dejó un tanto fría desde el principio, aún sigue sin subirme la temperatura.

admin

3 comentarios

  1. En mi opinión, lo que hace especial los cuentos de Lorrie Moore, es su voz. Es capaz de escribir una frase relumbrante que, en la voz de otro, sería insípida, sin la más mínima gracia. Maneja el inglés estadounidense, sobre todo lo coloquial, y lo hace suyo, aunque sutilmente. Creo que es esta peculiaridad de su prosa lo que despierta tanto respeto – merecido, a mi juicio – en los demás escritores de mi país. Huelga decir que esa cualidad en un escritor es muy difícil, quizá imposible de traducir. Me llama la atención de que Sara Mesa no haya hecho ninguna mención del gran sentido de humor del autor. En inglés, Moore destaca por hacer reír su modo de expresión. Temo que si esto no se nota en los cuentos, el alma se ha perdido en la traducción.

  2. La traducción, como dije, me resultó de lo más acartonada, lo que transmite una sensación de prosa rígida e impostada. Yo no vi sentido del humor por ningún lado, y es muy posible que, como apuntas, parte de la culpa sea debido a esto. ¡Un saludo!

  3. Hola Sara, En mi caso, llegué a Lorrie Moore a través de la reseña de una revista y lo primero que leí de la autora no fue ninguno de sus aclamados cuentos, sino una nouvelle llamada Hospital de Ranas. Me ocurre algo muy curioso con Moore. La primera vez que la lees, te cuesta seguir su estilo. No es como Carver, un autor que te atrapa con las primeras líneas. Tuve que abandonar la novela unos meses para luego volver a ella y, ahí sí, logré leerla sin complicación. Y me encantó. Lo mismo me ocurrió con Como la vida misma. Descansó en un cajón por un tiempo después de leer las primeras páginas. Sobre Gracias por la compañía, me pasó algo muy curioso. Adquirí el libro de cuentos cuando aún estaba casado y, otra vez, lo dejé después de empezarlo. Luego me divorcié. Y hace unas semanas volví a buscarlo y ya he leído más de la mitad de los cuentos. Y he disfrutado varios. Tal vez, para sentir sentir afinidad con la autora, es necesario vivir un poco más. Eso creo yo. Saludos desde Perú.

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