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Terapia para anglófilos en rehabilitación

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 Quiero resaltar que el mayor éxito de Terry Jones y los Monty Pyton no es “La vida de Brian”, sino haber conseguido que te caigan bien un grupo de ingleses. (Visto en Twitter)

 

CAROLINA EXTREMERA |A veces se me olvida que mi anglofilia ya no es la que era, que está de capa caída. Desde que se votó el Brexit no ha hecho más que ir cuesta abajo y, sin embargo, muchas veces me olvido y, por ejemplo, me voy a uno de los estadios de mi ciudad porque viene la selección inglesa y me vuelvo loca cuando veo como Sterling marca un gol justo en la portería que tengo más cerca. Luego, miro hacia las gradas que ocupan los ingleses y veo a esos tipos que tienen pinta de ir a saltar de balcón en balcón en Magaluf y recuerdo que ya no soy anglófila. Hace poco, yendo al trabajo, iba escuchando la radio y mi locutor de confianza me anunció que Morrissey había lanzado un nuevo single. Sonreí, incluso, hasta que empezó a sonar y, al oír unos coros infumables, me acordé de que ahora este señor no solo está componiendo canciones muy por debajo de lo que solía hacer sino que, además, está apoyando al partido nacionalista For Britain.

Y por supuesto, sigo sintiéndome atraída, casi por inercia, por cualquier libro que me lleve hasta el ambiente británico que me metió en el espinoso tema del amor por lo inglés. Como, por ejemplo, uno que trate de algo tan quintaesentially british como la jardinería.

            Vida en el jardín, de Penelope Lively, no es un tratado de cómo cuidar las plantas, sino un estudio ligero sobre el papel de los jardines en la literatura, en la vida y en la sociedad. En sus propias palabras: “He reparado en las diferentes maneras que tienen los escritores – y los pintores – de utilizar los jardines, en las vicisitudes de las modas de jardinería, en la jardinería como indicador social,en los modos en que desafía un jardín al tiempo y al orden. Creo que los jardines son parte integral de la psique; aun cuando no sea uno jardinero, seguro que se sentiría ofendido si un sistema inimaginablemente perverso declarase los jardines como bienes proscritos”

Podría decirse que el estudio es, incluso, demasiado ligero, en el sentido de que aborda una gran cantidad de temas e ideas pero no profundiza en ninguna. De hecho, la última página escrita es la doscientos siete pero después encontramos un índice onomástico de diez páginas donde aparecen todos los nombres propios, tanto de personas, como de obras literarias o pictóricas o plantas que ha tocado. Esta técnica de abarcar tanto y apretar tan poco, por supuesto, no es necesariamente un problema, ya que depende por entero del lector y su disposición en el momento de leer. Hay una gran cantidad de ejemplos de escritores – sobre todo escritoras – que utilizan jardines de un modo u otro en sus obras y que la autora divide en “jardineros” y “no jardineros” en función de si realmente sabían de qué hablaban o se limitaron a documentarse en algún libro. Gracias a esta prodigalidad en nombres y libros es fácil encontrar muchos que no se han leído o directamente no se conocen de nada. Aquí un puñado de ellos, algunos muy conocidos y otros menos: Virginia Woolf, Elizabeth von Arnim,  Elizabeth Bowen, Vita Sackville West, Anna Pavord, T.S Elliot, Andrew Wilson, Wodehouse, Jane Austen. Yo he salido con una buena lista de libros que leer, desde luego.

Sin embargo, mi capítulo favorito es el que menos alude a la literatura: “El jardín a la moda”, en el que se habla de lo que se llevaba plantar en distintas épocas y quiénes eran los que dictaban la moda del momento. Hubo auténtica locura por el paisajista Lancelot “Capability” Brown de mediados a finales del siglo XVIII, de forma que todas las grandes propiedades tenían que pasar por sus manos. Después, le siguieron otros que fueron dejando obsoletos a los jardineros anteriores, de forma que lo que era imprescindible en un momento dado se iba convirtiendo en símbolo absoluto de decadencia años después. Esto es, con los jardines pasaba exactamente lo mismo que con la ropa, los muebles y todo lo demás.

¿Recomiendo este libro? Si se está buscando un ensayo ligero sin complicaciones, adelante. Es una lectura deliciosa, fácil de seguir que además abre la puerta a conocer más autores interesantes y que hace crecer las ganas de cultivar lo que sea. De hecho, he atendido muchísimo mi maceta de pensamientos enanos durante el tiempo que he estado leyéndolo. Tiene ciertos toques de filosofía sencilla que no rebusca en ningún gatillo doloroso de nuestro espíritu. Un ejemplo: “Un jardín nunca es solo ahora, sugiere el ayer y el mañana; no permite que el tiempo siga su curso inexorable”. Eso sí, hay que tener el móvil a mano y encomendarse al buscador de imágenes con cierta frecuencia, porque nosotros no conocemos, ni muchísimo menos, tantos nombres de flores como Penelope Lively.

También se lo recomiendo a otro prototipo de lector: el ex anglófilo en rehabilitación, como yo. Libros como este, poblados solo de glamour, clases altas, mansiones con jardinero y referencias a novelas de más glamour, más clases altas y más mansiones con jardinero ayudan mucho a evadirse de lo que nos ha hecho replantearnos nuestro amor por lo británico. Nunca volveremos a amar el concepto de Inglaterra como solíamos hacer, pero este ensayo es una buena metadona para nuestra adicción.

Vida en el jardín (Editorial Impedimenta,2019) | Penelope Lively | 224 páginas | 20.95€ | Traducción de Alicia Frieyro 

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