Trotta, 2011
ISBN: 978-84-9879-204-1 237
240 páginas
16 €
Edición y traducción de Carmen Gómez
Ilya U. Topper
Dicen las crónicas que Ernest Shackleton nunca llegó al Polo Sur: fracasó en el intento. Pero tiene un lugar de honor en la lista de los exploradores árticos y antárticos, porque su manera de fracasar era, de todas, la mejor posible. Nunca perdió a un miembro de sus expediciones, y siempre conseguía salvar los muebles, quiero decir los trineos de perros.
Se me ocurre porque acometer una traducción se parece bastante a una excursión a una tierra incógnita. Especialmente cuando se trata de traducir poesía. Muy especialmente cuando se trata de traducir poesía alemana. Y sobre todo cuando se trata de poesía alemana expresionista.
Cuando se trata de Stefan George, el intento se parece mucho a pisar las placas de hielo al sur de las islas Orcadas: parecen seguras y de repente uno pierde pie. Sus composiciones, tan sencillas, casi populares, sin retruécanos, sin construcciones rebuscadas, sin cultismos, atrapan, pero cuando uno intenta traducirlas se encuentra con que no hay donde apoyarse y mira al ojo del vórtice.
Carmen Gómez lo ha intentado y cabe aplaudir el intento y mucho. Ya era hora de que se diera a conocer en España uno de los mayores poetas alemanes del siglo XX. Y Carmen Gómez, además, se ha lanzado a esta expedición con la valentía que caracteriza a los exploradores de verdad, éstos que clavan banderas: ha intentado mantener ritmo y rima en los poemas, para que tengamos acceso no a la cáscara vacía de las palabras sino a su jugo de melodía, soniquete, ritmo, pulso.
Digo que lo ha intentado. Usted, lector, quiere saber si lo ha conseguido. No. No del todo. No siempre. Ha optado por utilizar rima asonante en la mayor parte de los casos y no sé si a usted, pero a mi oído, acostumbrado a las plenas, vibrantes rimas del alemán, la asonante no es rima. Irá muy bien en un romance, pero no es rima cuando hablamos de George.
Y demasiado a menudo, la traductora recurre a una herramienta que todos hemos usado alguna vez, pero de la que no se debe abusar: invertir el orden habitual de las palabras en una frase para colocar al final la que mejor se ajuste a la rima. Y eso crea una impresión de cierta artificialidad, un timbre de lírica decimonónica, que está muy reñido con el lenguaje de George: culto y rico en su vocabulario pero directo, llano y simple en su construcción. «De quien no probó de cicuta sedantes granos…» dice «El ejecutor». Quien nunca se embriagara con la cicuta, habría dicho yo. Pero tampoco sabría cómo rimarlo con esa insuperable frase de George, que Carmen Gómez clava con tanto acierto: «Quien nunca midió a puñal a su hermano…»
Sí, lo sospecha usted: cada poema de Stefan George, cada uno, daría para una reseña. Y cada verso, si me apuran. Porque son versos salpicados de minas que explotan al paso de cualquiera. Arranca uno de los poemas más populares de George («La canción»): «Un mozo al bosque se marchó / aún de barba rala…». «Sein bart war noch nicht flück», dice el original, y aquí el poeta comete el pequeño crimen/milagro de usar una palabra que todo el mundo va a entender inmediatamente, pero que nadie ha escuchado nunca: ‘flück’ es una variante local, recogida únicamente en diccionarios alemanes del siglo XVIII, de ‘flügge’, palabra que describe a un pájaro que ya ha aprendido a valerse de las alas. «Rala» es el adjetivo exacto para una barba que aún no está en edad de volar… pero existe, es de uso común, ya no es George. No me miren a mí, yo tampoco sabría encontrar la solución.
La sencillez del lenguaje es traicionera: yo también leí durante toda mi adolescencia la sexta estrofa como «… de ahí sus nombres luna y sol / y monte vega y lago», interpretando que los personajes de piel nívea y cabello de oro que el mozo se encontró en el bosque brujo se llamasen así (y aclaro que el alemán es mi lengua materna). Me ha hecho falta releer el poema en la edición española para caer en la cuenta de que la palabra llamar / llamarse es ambigua en alemán y que en realidad, lo que dijo el mozo a los aldeanos, que se burlaban de él, era que había aprendido unas cuantas palabras básicas en el idioma de aquella gente maga (así nombran luna y sol…).
No es el único caso en el que la ambigüedad, agudizada por la extrema economía del lenguaje expresionista, casi desprovisto de preposiciones y reducido a lo esencial, le ha jugado una mala pasada a la traductora («Copas volcadas / sueltas las joyas / mujeres rameras / delgadas escancian / se hunden cansadas / solteros costados / pechos caderas…» se leería en realidad: «…delgadas coperas / se hunden cansadas / desnudos costados / pechos caderas…» )… aunque quién sabe si no queda mejor la palabra escanciar aquí, después de todo.
Pero son más los aciertos, los hallazgos de ritmo y música. Lean, si no, el «Anticristo», uno de los más largos de George ―alcanza una página entera― que, por cierto, aquí sí emplea la rima asonante, normalmente desconocida al norte de los Pirineos. La versión en castellano es fiel y caen las palabras como otros tantos golpes de trueno, en uno como en otro idioma, certeros, terribles, hasta el apocalipsis.
Vale, lo confieso ya: escudriño tanto cada verso porque George es de mis poetas favoritos. Tan favorito que yo mismo me afané hace diez años en traducir un poema. Uno. El de la cicuta y el puñal se me ha resistido hasta hoy. Sólo pude con el del jardín. Donde Gómez dice:
«Ríe alzándose el año hacia ti / el perfume del vergel aún tenue / trenza en el cabello en torno a ti / revoloteando hiedra y verónica. // Dorada es la simiente aún en el aire / no tan elevada acaso y tan rica / rosas te saludan todavía afables / mas algo pálida su gallardía.// Callemos lo que nos es prohibido / hagamos voto de estar contentos / aunque ya no nos sea concedido / más que unidos caminar un trecho.»
a mí me dio:
«Te sonríe en el año maduro / callado, el olor del jardín. / trenza en tu cabello oscuro / verónicas y jazmín. // Los trigales como oro relucen, / más apagados quizás. / Las rosas aún te seducen / aunque ya se marchiten más.// Callemos lo que nos está vedado, / hagamos voto de felicidad / aunque más no nos sea dado / que un paseo en intimidad.»
Si usted lo sabe hacer mejor, ¿por qué no lo hace? le escucho decir, estimado lector. ¡Coja papel y lápiz y llame a la editorial en lugar de ir criticando! Ya. No sabe usted las semanas o meses que iba dándole vueltas al poema del jardín. Tardaría años para un libro como el que nos ofrece Carmen Gómez. Y visto cómo se cotiza la poesía en los mercados esos días, la verdad, por el mismo precio prefiero que me pongan un trineo con perros e ir en pos del Polo Sur. Es más fácil.
Pardiez, magnífica reseña, Mr Topper
Me gusta Stefan George incluso en las traducciones necesariamente imperfectas que han ido saliendo (esta de Trotta, la de Juan Manuel González, una que me pasaste tú mismo en fotocopias…) pero sí, ante esta reseña me quito el sombrero. ¿Cómo se dice «cojonudo» en alemán?
Por cierto, la propia traductora cuelga hoy en la página de Trotta un texto sobre Stefan George, si no me equivoco un extracto de la introducción, que puede servir como «sepa más»: http://www.trotta.es/blog/index.php/2011/12/13/razones-para-leer-a-stefan-george/
Una reseña de altura, Ilya.
Se dice: saugut.
Gracias, gracias, gracias. Cosas de saber alemán y de crecer en una casa en la que las paredes se aislaban contra el frío con libros, eficaz y recomendable sistema. Por cierto, que la penúltima línea de Carmen Gómez (prohibido / concedido) me gana. Ah, y vuelvo a decir: si alguien sufre de cirrosis (aunque no sea galopante) que no espere a que yo prepare mi edición sino que se compre el libro ya. Abrazos