RAFAEL ROBLAS CARIDE| Admiro una innumerable cantidad de virtudes y por eso, quizás, sea esta admiración la razón principal de que envidie a quienes las poseen. Manuel Jesús Roldán Salgueiro es una de esas personas que me inclinan fuertemente hacia el más español de los pecados capitales, pues, al sacrificado oficio de profesor de Enseñanza Secundaria especializado en Historia (clases, apuntes, exámenes, correcciones, claustros, reuniones, cursos de formación, proyectos, informes, compromisos educativos, actas,…), con mucha frecuencia, añade también una innumerable sucesión de actividades que parecen desmentir que el día sume veinticuatro horas. Conferencias, artículos divulgativos y de opinión, participaciones en radios y televisiones locales, presentaciones de libros,… no hay un día que su nombre se ausente de la agenda particular escrita por esta ciudad cateta que, como Saturno a su hijo, nos devora poco a poco con su tedio e indolencia. Por eso no me sorprendió cuando lo vi anunciado hace ya algunos meses en algún periódico local: “Manuel Jesús Roldán presentará esta tarde…”. ¡Ahí está! ¡Ya lo ha vuelto a hacer! ¡Un nuevo libro del Salgueiro! ¡De dónde sacará tiempo este tío! Y la envidia otra vez rulando por mi casa a la hora del almuerzo.
Pero, como los pecados nunca caminan solos, la envidia llamó rápidamente a la curiosidad y esta consiguió que el libro anunciado por el diario aterrizara en mis manos, para que así pudiese ser destripado a gusto y de este modo conocer mejor las virtudes y defectos del compañero. Además, el título prometía –y promete–, en una pirueta equívoca dedicada a esa suerte de héroes anónimos que nos arrojamos cada día a las fauces del sistema educativo: Los muertos del profesor.
¿Y qué me encuentro en él? En primer lugar, la sorpresa de ver cómo, en esta ocasión, Manuel Jesús Roldán ha abandonado la zona de confort de su especialización histórica para adentrarse en los insondables caminos de la creación literaria, anunciándose con un subtítulo más que sugerente que explica el volumen a la perfección: “50 relatos de terror para no volver a clase”. Y, en segundo lugar, que la incursión por la banda que ahora ha realizado, bajo el apadrinamiento editorial ya acostumbrado de El paseo, está más que lograda. Pero no adelantemos nada más y vayamos en orden para no atragantarnos.
Los muertos del profesor, tal y como explica el subtítulo anteriormente citado –y el propio autor en un breve preámbulo–, recoge una colección de cincuenta relatos cortos coincidentes temáticamente en dos aspectos que, para algunos, pueden resultar redundantes: son de terror y se ambientan en la escuela/instituto. También algunos –yo mismo confieso que lo hice– pudieran pensar que el profesor Roldán aprovechara la ocasión para aliñar una faena al uso y pergeñar una serie de anécdotas escolares más o menos intrascendentes, más o menos graciosas, que, como chascarrillos ligeros, ofrecieran al editor el modo de triunfar con facilidad en las librerías a la manera de aquellos antiguos tomitos de Antologías del disparate que recopilaran Luis Díez Jiménez, primero, y luego José Luis Rodríguez Plasencia. Sin embargo, Manuel Jesús Roldán, huyendo de la tentación, ha compuesto cincuenta textos unitarios que, con evidente vocación literaria, conforman un resultado bastante firme y bien rematado.
El tono empleado por el autor en sus relatos oscila entre el humor y el suspense, entre el lirismo y el gore, entre el sarcasmo y el terror, destacando siempre –como por otra parte prescribe el mandamiento principal del cuento– la finalización de los mismos, que consigue, en la mayor parte de las ocasiones, transmitir una sensación de desasosiego opresivo en el lector. En este punto del análisis, hay que reconocer que Roldán sabe manejar tanto los mecanismos del lenguaje como los de la narración, sintiéndose heredero de los Poe o los Lovecraft y trasladando la ficción de estos a la cotidianeidad de las aulas contemporáneas (hay alusiones al acoso escolar, a los “ninis”, al coronavirus, a la popular serie “La casa de papel”…).
De este modo, ante nuestros ojos, veremos desfilar toda una pléyade de tipos y escenarios reconocibles que, bien por exageración o bien por deformación fantástica, se irán transformando en monstruos aterradores de un mundo de pesadilla. Así, don Vladimiro, el profesor vampiro que parece alimentarse de la sangre de los alumnos convertida en tinta roja durante los exámenes; Lolita, la devoradora de compañeros escondida tras una angelical cara de niña buena; los mensajes adolescentes del suicida Céspedes comunicándose con su nuevo amigo desde el más allá a través de los libros del plan de gratuidad; la voz de “la señorita Amapola” presente en los botes de semillas de los experimentos de la clase de Biología; la escalofriante soledad de los pasillos del instituto tras la última hora de los viernes, cuando el pestillo de una puerta se atasca en el gimnasio o el insólito ascensor se queda parado entre la primera y segunda planta atrancándose repetitivamente en torno al claustrofóbico recurso estilístico de la anáfora en prosa:
[…] Es raro sentir pasar la vida al otro lado de la puerta.
Es raro verse envuelto por el silencio de un instituto que cierra durante un largo fin de semana.
Es raro, muy raro, tremendamente raro que, esta mañana, haya olvidado el teléfono móvil en mi puñetera casa.
Y, entre col y col, el profesor Roldán también aprovecha para intercalar las imprescindibles lechugas de la crítica, centrándose sobre todo en la sociedad actual (como muestra, el botón de la inane actitud de los adolescentes representados en el “nini” que no sirve ni para defenderse a sí mismo) o en las grandes lagunas teórico-prácticas del sistema educativo que, por resaltar un solo ejemplo, se siente tan incapaz de ahormar a sus discentes como de aplicar la enésima modernización a las necesarias clases virtuales post-COVID. ¿Será verdad que el profesor ha desaparecido en una quinta dimensión?
[…] La pantalla no se altera. No hay letra alguna en el chat. En el marco superior, el título de la clase: 2º de Bachillerato C, grupo de Humanidades. Debajo, la máxima de Platón, puesta en boca de Sócrates, frase que les ha acompañado desde el primer día del curso: “La Filosofía es aprender a morir”. Junto al icono de la clase aparece la clave de conexión: fnactp3zl7.
En la parte inferior de la pantalla, el más inquietante de los mensajes,
“Aún no ha llegado nadie a la reunión”.
En resumen, Los muertos del profesor, lejos de resultar un insulto hacia tan ingrata profesión, se convierte en un agradable homenaje de amena lectura, en un libro de terror bastante bien escrito donde Roldán demuestra que el miedo puede esconderse tras elementos aparentemente tan inofensivos como las hamburguesas de la cantina, el acné de un adolescente, un chicle pegado bajo la mesa, la ducha de un vestuario u –¡horror!– un chaval de dieciséis años encerrado durante seis horas diarias entre las cuatro paredes de un aula. No obstante, espero que mis compañeros no recomienden demasiado esta obra de mi admirado –y envidiado– Manuel Jesús entre la muchachada, no sea que el enemigo tome ideas y luego no haya lugar para la enmienda.
Los muertos del profesor (Editorial El Paseo, 2021) |Manuel Jesús Roldán Salgueiro |150 páginas | 16,95 euros