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‘The lucky man’

1394910_524535727636910_1652099366_nCarver Country

Raymond Carver (textos) y Bob Adelman (fotografías)

Anagrama, 2013

ISBN: 978-84-3396-122-8

198 páginas

28,90 €

Traducción de Jesús Zulaika

Prólogo de Olivier Cohen

Epílogo de Tess Gallagher

 

Sara Mesa

Si tuviera que definir con un único adjetivo este inusual libro, creo que escogería “conmovedor”. Hay muchos otros posibles, claro está, pero la fuerza del conjunto reside ante todo en esa capacidad de involucrar emocionalmente al lector en la biografía -dura biografía- de Raymond Carver, sin sensiblonería, sin morbo, sin dramatismo, más bien al revés, con la misma sobriedad y elegancia que caracterizó la obra del autor de “Catedral”, “Tres rosas amarillas”, “Caballos en la niebla” y tantos y tantos relatos que han marcado a varias generaciones de narradores. Porque, ante todo, este libro es una suerte de biografía compuesta por diversos materiales del propio Carver -fragmentos de cuentos, poemas, cartas inéditas- y las sobrecogedoras y bellísimas fotografías de Bob Adelman, el prestigioso fotoperiodista norteamericano, amigo del autor, más conocido por sus documentales gráficos sobre el movimiento por la lucha de los derechos de los afroamericanos.

1392457_526780244079125_2057748749_nLa fusión entre imagen y texto es perfecta: las fotografías no son un mero acompañamiento para embellecer el volumen, sino que completan el sentido de la palabra. Pasando las páginas del libro, uno siente que está indagando en el álbum interior del autor, desde los escenarios en los que se crió -esa infancia nómada, paulatinamente empobrecida, por los paisajes de Yakima, Washington- hasta su recorrido por el infierno del alcoholismo, los locales que frecuentó, su afición a la pesca del salmón -una evasión casi mística-, retratos de los personajes que poblaron sus cuentos -cultivadores de lúpulo, trabajadores de fábricas, pescadores, alcohólicos en rehabilitación, deshollinadores…-, de amigos escritores –Richard Ford, Tobias Wolff-, de su escritorio -presidido siempre por la imagen de Chéjov-, de sus distintas residencias, de su familia, de su compañera y también escritora Tess Gallagher, hasta llegar a la imagen de su tumba en el cementerio de Ocean View, Port Angeles, Washington.

1388659_526780187412464_200981763_nNo es mitomanía. Nada que ver, de hecho, con la mitomanía. Lo que ofrece este libro es la posibilidad de entender mejor la sordidez y el desencanto -pero también la ternura- del mundo narrativo y poético de Carver, inexplicablemente cuestionado en los últimos tiempos -ah, la estupidez de las modas literarias…-. Toda literatura es autobiográfica, decía él, aunque el resultado provenga de la mezcla de “un poco de autobiografía y un mucho de imaginación”. Con este libro en la mano, somos capaces de atisbar, con mayor clarividencia, ese “poco de autobiografía” sobre la que se asienta su obra, ese detonante de vida sin el cual todo lo escrito se convertiría en impostura. No, no hay impostura en Carver. Lo sabemos sus lectores -la autenticidad impregna cada una de sus líneas- y lo sabemos mejor ahora, cuando vemos imágenes reveladoras junto a textos no menos elocuentes: un retrete exterior de una vivienda pobre de Yakima (“... éramos los únicos del vecindario con retrete exterior. Recuerdo la vergüenza que sentí cuando mi profesor de tercero de primaria, el señor Wise, me llevó un día a casa en coche”); el retrato de un amigo de su padre, ya muerto (“tal vez para tratar de compensar la pérdida que ambos sentían, el chico y Sutherland habían empezado a salir de caza juntos”); un pasillo del Mercy Hospital de Sacramento, California, donde Carver trabajó por las noches; la fotografía de Jerry Carriveau, el visitante ciego en el que se inspiró para su relato “Catedral”; un impactante retrato de su hija (“Hija, no puedes beber -le suplica-. La bebida te matará. Como acabó con tu madre y conmigo. Como acabó con nosotros”). No todos los textos incluidos tienen el mismo valor literario, pues esto no es, ni pretender ser, una antología; sin embargo, todos poseen un hondo valor humano. Es Carver palpitando, son las pupilas de Carver a través del limpísimo blanco y negro de Adelman enfocando los paisajes de su vida, las personas de su vida. De ahí la conmoción de la que hablaba al principio. Si ya amábamos a Carver, ahora lo amamos más.

The Humboldt Diner, Arcata, California. (1989)No puedo dejar de mencionar, además, el buen gusto de la edición, más allá de las fotografías. Una edición austera, elegante, con reproducciones fotográficas de gran calidad. Además, contiene un prólogo de Olivier Cohen, el editor francés de Carver, y un largo y expresivo epílogo de Tess Gallagher, junto con una completa cronología. ‘Carver Country’, nos dice Gallagher, engloba a “todos aquellos que se han hundido en la impotencia del alcohol”, pero también a esas gentes “condenadas a carecer de ese tiempo verbal denominado futuro”. ‘Carver Country’ es un país formado por personas humildes, trabajadoras, desasistidas, tenaces, cansadas; un territorio poblado de ríos caudalosos, serrerías, caravanas, pubs y moteles; el sustrato de una narrativa demoledora pero también orgullosa de sí misma.

1374665_526780304079119_937626553_nSegún los testimonios, Carver fue una excelente persona. El conjunto de retratos que aparece en este libro -desde el de la cubierta, con gesto adusto, hasta el último, sonriente, feliz- nos muestra a un hombre de mirada limpia, un luchador neto, que no hacía alarde de nada, o, como él decía, “sin heroísmos, por favor”. Murió con 50 años de un cáncer de pulmón, justo cuando empezaba a ser reconocido como escritor, una vez superado su alcoholismo tras dos internamientos al borde de la muerte. Qué paradoja, pensamos. Justo entonces, cuando ya había vencido a todos sus demonios, cuando por fin no tenía que estar pendiente de mudarse a una casa más barata, de encontrar empleos nocturnos para poder subsistir y seguir escribiendo. Y sin embargo, qué gran lección también: él se consideraba afortunado. En el poema “Regalo”, escrito cuando ya sentía la proximidad de su muerte, dijo: “Soy un hombre afortunado. / He vivido diez años más de los que yo o cualquiera/ hubiera esperado. Un auténtico regalo./ No debéis olvidarlo.” No, Raymond. No han sido solamente diez años. Han sido más y serán muchos más. Sigues viviendo todavía en tus relatos. En tus poemas. Y somos muchos los que seguimos visitando, con absoluta devoción, tu conmovedor ‘Carver Country’. Un viaje necesario.

admin

5 comentarios

  1. Mi abuelo tambien tiene sus cositas allí en Yakima, él me contaba tambien sus aventuras pescando salmon y quien sabe si no se encontró alguna vez con Carver en el lío, puesto que el mundo es un pañuelo, como suele decirse. Aquí en españa he visto que se comen salmonetes también, pero no hay tradicion de pesca del mismo modo. También está el apellido salmon, como apellido de escritor almenos. No sé cuánto marca eso el caracter de carver, me refiero a lo de la pesca, lo leí hace mucho y lo recuerdo más bien seco y corto de palabras, no sé, me gusta más garcía márquez en un momento dado. Estimada Sara, entiéndalo bien porque es usted una señorita y no quiero hacer critica hiriente, pero ese gusto por los norteamericanos por qué? Soy muy honrado yo como americano que soy, pero ustedes tienen la lengua de cervantes, y además muchos, buenos poetas. Carver era poeta también, pero no muy bueno, no?
    Gran Saludo.

  2. Yo también vengo notando que últimamente se reniega de Carver y pienso, como tú, que es una moda. Igual que antes todos eran carverianos, ahora lo que mola es decir que Carver está sobrevalorado, que si no fuera por Gordon Lish ni siquiera hubiese pasado a la historia literaria, y que donde esté Cheever que se quite él. Y yo pienso que mañana se dará todo otra vez la vuelta, y que lo que importa es leer. Hay cuentos de Carver que son para quitarse el sombrero. También pasa que ha tenido muy malos imitadores, pero eso ya es otra historia.

  3. Bueno, más allá de modas literarias, a mí me gusta Cheever más que Carver, pero es que tampoco hay por qué elegir. Carver fue un gran escritor, sin duda, que reveló como pocos el poder de la sencillez y de la elipsis. De todos modos mi pasión por este libro se basa más bien en su originalidad, su belleza y su interés humano: de cómo un escritor vence a sus demonios y de cómo un paisaje -no sólo físico- marca toda una obra.
    Gracias por comentar. También el amigo Chris, al que ya hasta empiezo a cogerle cariño.

  4. Sólo paso por aquí para comentar que a mí Carver no me parece, en absoluto, un mal poeta. Saludos

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