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Todo aquello que es noble

ANA BELÉN MARTÍNEZ | Corren tiempos extraños para la libertad de expresión; que retiren el cartel de una artista —le tocó a Zahara— por calificarlo como una «ofensa extrema» a la Virgen, no es un asunto a pasar por alto. Está bien criticar. Quejarse de lo que no gusta. Ejercer ese derecho, faltaría más, pero la censura es otro pastel —¿podrido?—. La censura, sea cual sea su origen, huele mal. Parece resucitar un hedor insoportable. ¿Lo huelen? 

«Lo primordial: el hombre tiene que tener libertad. […] Tenemos que tomar partido por lo que es bueno y hacer todo lo que podamos. Hablar, escribir… Es nuestro deber, el deber de cada uno», dice Pau Casals en una entrevista. El músico catalán que redescubrió las Suites de Bach —olvidadas durante un siglo— fue uno de los mejores violonchelistas del mundo y un gran activista en favor de la libertad y de la paz. Su firme compromiso con la libertad lo llevó incluso a rechazar invitaciones de la Alemania nazi para tocar con la Filarmónica de Berlín. Otro músico que enfureció a los nazis fue el compositor alemán Paul Hindemith. En 1929, este apasionado del teatro musical, estrenó en el Kroll de Berlín, Noticias del día (Neues vom Tage), una ópera cómica en la que aparecía una mujer desnuda metida en una bañera. La escena supuso una ofensa intolerable para Hitler, pese a que la única desnudez sobre el escenario era la de unos hombros. Hindemith fue boicoteado y obligado a exiliarse. Hitler censuró sus obras por su «extremado modernismo». ¿Les suena el hedor? 

Tanto Hindemith como Pau Casals fueron grandes admiradores de Bach. El propio Bach también soportó lo suyo por cuestiones relacionadas con la libertad. Estuvo un mes en la cárcel por dejar un trabajo en Weimar y elegir uno mejor en Köthen, y no contar para ello con el consentimiento de su jefe. Ay, la libertad… pero yo quería seguir con Hindemith. En 1950, Paul Hindemith pronunció una conferencia sobre Bach en la Bachfest de Hamburgo, con motivo del segundo centenario de su muerte. Esta ponencia ha sido traducida al castellano bajo el título Johann Sebastian Bach. Una herencia obligatoria, editado por Tres Hermanas en su colección de ensayo Clepsidra. Se trata de un libro breve y cuidado que aporta una perspectiva valiosa sobre el músico barroco. Tiene unas setenta páginas, de las que unas treinta forman parte del prólogo. La traducción y el prólogo vienen a cargo de Luis Gago, traductor de otros títulos especializados en música como El ruido eterno, de Alex Ross o La música en el castillo del cielo: Un retrato de Johann Sebastian Bach, de John Eliot Gardiner. Luis Gago dibuja en este preliminar algunos trazos sobre Paul Hindemith y su conexión con Bach. Define a Hindemith como uno de sus «apóstoles y valedores más fieles». 

La ponencia de Hindemith se divide en dos partes. En la primera cuestiona la visión que la historia se ha encargado de proporcionar acerca de Bach, a saber, como un «ser fabuloso». Observa que existe la tendencia a contemplar a Bach como «una estatua en lugar de un ser vivo». En realidad no es mucho lo que se conoce sobre Bach como hombre y los hechos que vivió. No obstante, advierte que las últimas investigaciones lo han bajado del pedestal y lo han hecho pisar tierra. Aun así no se detiene en exceso en sus huellas biográficas, más bien en la travesía de su trayectoria profesional y en las condiciones en las que se desenvolvió como profesor y creador. «Si queremos interpretar su música como él la imaginó debemos restablecer las condiciones interpretativas de entonces», señala. 

La segunda parte es la más atractiva del libro y la que resuelve la duda acerca de su título, el porqué de una herencia obligatoria. Hindemith se centra en la actitud de Bach como clave del asunto. El compositor nacido en el pequeño pueblo de Eisenach se enfrentó a complicadas circunstancias a lo largo de su vida. Para empezar quedó huérfano cuando era un niño de apenas nueve años. Sin duda, la orfandad marcará su vida y su carácter. Luego vinieron las hostilidades con las autoridades, la falta de reconocimiento, la pérdida de una esposa joven y de varios hijos, el panorama musical de la época, que tampoco ayudaba a aquel que no siguiera la tónica imperante… «Si llamamos héroe a un hombre que triunfa frente a resistencias descomunales, que, arriesgando la inutilidad de sus esfuerzos, lo da todo por una causa perdida, aquí lo tenemos ante nosotros», afirma Hindemith. Un héroe es aquel que se salva a sí mismo y se compromete con una causa. Bach cumplió con creces con ambos requisitos. En lo tocante a su capacidad creadora, cabe resaltar que fue tan extensa que las grabaciones de su catálogo ocupan más de 150 discos compactos, según datos de Antonio Daganzo en Clásicos a contratiempo. Con todo, Hindemith constata que en los últimos diez años de su vida, Bach experimentó una significativa parálisis creativa, concretamente entre 1740 y 1750. ¿El motivo? Lo que él denomina la «melancolía de la capacidad». Cuando se llega a la cima no se puede ascender más y la melancolía es el precio a pagar ante la imposibilidad de continuar.

Bach abrió un camino de perfección en muchísimos sentidos. Una senda de luz con infinitas ramificaciones, que ha sido y sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y de belleza, no solo musical. Hindemith insiste: Bach es «un símbolo de todo aquello que es noble y a lo que debemos aspirar con lo mejor de nuestro ser». Johann Sebastian Bach. Una herencia obligatoria es un libro que atraerá a músicos y a todo aquel interesado en indagar en dos grandes figuras como el genio barroco y Paul Hindemith. El legado construido por el compositor de las Variaciones Goldberg asombra y estremece a partes iguales, tal vez porque como decía Anton Webern: «todo ocurre en Bach».

Johann Sebastian Bach. Una herencia obligatoria (Tres Hermanas, 2020) | Paul Hindemith | 72  páginas | 14 €

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