SARA MESA | Que Mariano Peyrou es un escritor excéntrico ya lo sabíamos desde que leímos sus magníficos cuentos reunidos en La tristeza de las fiestas (Pre-Textos, 2014). Hablo en plural porque sé que fuimos muchos los que pensamos que sí, que eran cuentos raros y también buenísimos, aunque probablemente, como suele pasar, el libro no sonó tanto como debiera. Entonces nos deslumbró la técnica -no como cosa fría, sino brillante- y la sustancia de unas historias chocantes, juguetonas, a veces cerebrales con apariencia de pasionales, a veces justo al revés, falsamente intelectuales. Luego supimos que publicaba una novela, esto es, muchas más páginas -213 en concreto-, así que antes de leerla nos preguntábamos cómo iba a ser capaz el autor de sostener ese tono singular, en el que la trama no cuenta demasiado, en el que lo central son las reflexiones de los personajes, que van y vienen desordenadamente, en continuo diálogo y contradicción, como suele avanzar el pensamiento.
¿Una novela sin acción, sin que ocurran apenas cosas, en las que los personajes se limitan a divagar, discutir, jugar y, cuando están ya agotados, cerrar los ojos y filosofar todavía un poco más? Bien, esto es lo que hace Peyrou en De los otros, novela que aborda multitud de temas, unidos todos bajo la cuestión de la identidad, quiénes somos realmente y por qué hacemos lo que hacemos, qué imagen damos a los otros y cómo somos en función de lo que son los otros o imaginamos que son los otros: ese espejo. El protagonista, Roberto Teyssier, Tico, es un compositor de música contemporánea en plena crisis de identidad -sí, en sus cuarenta-, que reflexiona sobre la función de su arte, la insatisfacción y el elitismo, el talento y la creación, la seducción y el amor, la pertenencia a una tribu o la necesidad de ir por libre, las etiquetas sociales, la imposibilidad de huir de ellas, la importancia de hacerlo… Uf, dicho así pareciera que el libro va a ser un pestiño. Pero no. Ojo: no es una novela para el gran público -¿cómo serlo desde un planteamiento que incluye la cuestión misma del “gran público”?- pero es, sin duda, una novela inteligente que demuestra que la seriedad no tiene por qué excluir la travesura.
Peyrou acota bien las coordenadas narrativas -un fin de semana, una finca rural en Extremadura, unos amigos, ambiente familiar y distendido- y da prioridad al diálogo para ofrecer múltiples perspectivas en el debate: en este caso, ahí tenemos a Pola, una vieja amiga de Tico, con la que comparte recuerdos, incertidumbres, secretos. Tico y Pola hablan y hablan como lo hacen los amigos de toda la vida, echándose en cara sus defectos pero sin rencor, con el lenguaje privado que se crea en las relaciones largas, sin pretensiones de convencer al otro, obsesivos y complementarios. El dúo Tico y Pola funciona porque Tico no sería nadie sin Pola, igual que Bouvard no puede existir sin Pécuchet, Vladimir sin Estragon, Berlamino sin Apolonio o el mismísimo Don Quijote sin Sancho. Esta idea de otredad, de ser desde los otros y en relación con los otros, también se pone de relieve en los diálogos de los demás personajes que pululan por la finca. Me gustaron especialmente las niñas, Clara y Ceci, que permiten introducir aún más, si cabe, el mundo del juego (el feo-feo…) y cuyo contraste representa, sobre todo, las distintas maneras de estar en el mundo: mientras Ceci come disciplinadamente, concentrada –“masticaba, tragaba, cumplía tranquila y ausente con lo que se esperaba de ella”-, Clara se dispersa, para desesperación de su madre –“pensaba, iba y venía, viajaba a todos sus mundos, canciones, piscinas, la escuadra y el cartabón, mordía una esquinita del pollo, leve, irrelevante, no se concentraba, estaba atravesada por todas las ideas, por las sensaciones que causan las ideas…”-. Tico, que cree que todo remite a otra cosa, que “estamos condenados a la interpretación, la lectura, le fôret des symboles”, obviamente, prefiere a Clara. En la novela también están tan presentes las consideraciones sobre la pose y el fingimiento (“todo lo que no sea gritar es disimular”), lo cual tiene todo el sentido del mundo porque el protagonista, de raíces extranjeras, se siente un desubicado: hay, en sus propios apellidos, una dualidad irreconciliable.
Al igual que en sus cuentos, Peyrou gusta de los neologismos y juegos de palabras: un «nobvio» es un novio aburrido, previsible, obvio; una «metaforada» es una metáfora desaforada; en el «feo-feo» se juega a buscar la fealdad, no lo visible; los «juegos artificiales» son… eso, juegos de artificio. También está la importancia de los vocativos (porque no siempre nos llamamos igual, y somos en función de quién nos llama, Roberto o Tico o Tiquiño), el sarcasmo (los personajes se dan bastante caña), la viveza del lenguaje oral (diálogos que se interrumpen, repeticiones, palabras inacabadas… ¿influencia de William Gaddis, al que Peyrou lleva años traduciendo con pasión y fortuna?) y alguna sorpresa más (*) agazapada en las páginas de esta peculiar obra.
De los otros es una propuesta narrativa arriesgada, distinta, que habla de lo singular desde la singularidad de los riesgos que asume. La ausencia de normas, la libertad y la ambigüedad son, me parece, consustanciales al mismo Mariano Peyrou, un escritor mixto, narrador-poeta, músico-filósofo, argentino-español, traductor-creador…. ¿trasunto del protagonista o trasunto, más bien, de ese ser inclasificable al que llaman Bernardo?
(*) ¿Bernardo? ¿Pero qué tipo de ser extraño es este Bernardo?
De los otros (Sexto Piso, 2016), de Mariano Peyrou | 213 páginas | 17 €