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Trabajo bien hecho

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Irène

Pierre Lemaitre

Alfaguara, 2015

ISBN: 978-84-20418-85-8

396 páginas

19,90 €

Traducción de Juan Carlos Durán Romero

 

 

Luis Manuel Ruiz

Quienes han descubierto a Pierre Lemaitre (París, 1951) con motivo de la concesión del Premio Goncourt por Au revoir là-haut (2013), una novela picaresca ambientada en los cenagales de la Primera Guerra Mundial, acaso ignoren que, antes, más y mejor, el autor francés ha practicado la novela negra en sus diversos vaivenes entre la narración detectivesca, el thriller y eso que ahí arriba, sin ganas de mayores compromisos, llaman polar, y que es responsable de una de las más recias sagas policiales de los últimos años. No ayuda el hecho de que aquí en España su producción de género haya sido publicada al buen tuntún, sin respeto por la cronología o las afinidades temáticas o argumentales, y que hayamos tenido que asistir, así, a la aparición de la segunda entrega de la serie que nos ocupa hoy antes que a la de la primera, con el agravante de que en esta primera se producen acontecimientos sin los cuales la segunda pierde fuste y parte de su espesor; pero el éxito es divinidad veleidosa, según saben los programadores de televisión, y como ésta en su día gozó de un predicamento (adaptación cinematográfica incluida) que a aquélla le faltó, la traducción se hizo obligatoria a cualquier idioma bien surtido, con los consecuentes resultados. Afortunadamente, la cosa puede enmendarse ahora: y la primera recomendación, lógica, que hacemos al lector es que las lea en su orden correcto, esto es, de redacción, antes que dejarse embrollar por los líos de la conveniencia editorial.

Pierre Lemaitre dio inicio en 2006 a la saga del comandante Camille Verhoeven con este título, Travail soigné, que aquí se ha llamado Irène y que nos lo revela como un escritor negro de radical y extravagante talento. A los clichés obligatorios del formato (el inspector de policía de métodos poco usuales, una plétora de ayudantes y secundarios, la vida familiar ocre y preocupada que replica al tedio de la oficina, la enemistad de los mandos), Lemaitre añade otros bien visibles de cosecha propia, emparentados quizá con la venerable tradición de violencia, ‘bande dessinée’ e intelectualismo que caracterizan al polar galo (en este caso: el policía es enano y vive acomplejado por ello; el policía tuvo una madre que lo despreció, por enano también; la brutalidad de la trama rebasa con mucho las fantasías más sádicas de cierto cine efectista de los noventa que hacía mucho escándalo de asesinos bíblicos y pecados de tres al cuarto; las referencias a otros clásicos literarios y los juegos intertextuales mueven a la sonrisa cómplice a la vez que nos recuerdan que en la patria de Deleuze y los post-estructuralistas el verdadero pecado consiste en la linealidad). Años después de Travail soigné, y después del desarmante final del que el lector no sabrá nada hasta la mismísima página última, Lemaitre subió su apuesta con la sobresaliente Alex (2011), la primera de la saga que apareció aquí en España, y que repite las excelencias en cuanto a violencia, buceo psicológico, nervio y perspectivas alteradas se refiere. Luego tuvo lugar un pequeño folletín pensado para los teléfonos móviles, Les grands moyens (2011), y luego la trilogía originalmente diseñada por el autor acabó abriéndose al infinito: a Alex siguieron Sacrifices (2012) y Rosy & John (2013). Para los lectores en francés, Le Livre de Poche acaba de editar todas las novelas juntas en un compacto de 1.200 páginas con el título epónimo de Verhoeven.

¿Qué decir de Travail soignée, o como han decidido los de Alfaguara por esto de conservar la fidelidad a los nombres de mujer, Irène? Si pongo aquí que es una de las mejores novelas policiales que he leído en los últimos años y que el nivel se mantiene en el resto de los títulos de la serie, sonará a exageración y a blurb de faja, así que lo dejo en condicional; lo mismo si hablo de la destreza en el dominio del ritmo, con la clásica mecánica de la cuenta atrás, o, una vez más, de la exquisita crueldad y el sadismo en los detalles, que no dejarán de apreciar los amantes de la literatura de charcos. Lo mismo vale para Camille Verhoeven, un tipo carismático y repelente a partes iguales, que funciona como perfecto motor emocional del relato, y de sus nítidos secuaces, el culto millonario Armand, el rácano impenitente de Vasseur, o el comisario Le Guen, arruinado por su afición a contraer esposas poco recomendables. El juego metatextual, que no era necesario, a mi parecer, pero que viene obligado, creo, por ese afán tan francés de barnizar todo producto comercial con una pátina de haute culture, hará las delicias de los versados en el género negro; y no hay que ser versados en nada, sino simplemente amantes de la buena prosa, para disfrutar de las frases largas y la cadencia de los adjetivos bien colocados, que también caracterizan al polar francés frente a productos más urgentes y anglosajones de la misma especie. En fin; el verano es largo y la vida, corta; háganse un favor y recorran ya esta novela de Pierre Lemaitre y luego todas las demás. Si les decepciona, échenme la culpa a mí; si les cautiva, a la innegable maestría de su autor, que no en balde se apellida de ese modo.

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