LUIS ANTONIO SIERRA | Está documentado que, dentro de la estrategia de lucha contra ETA, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado en el País Vasco introdujeron, bien directa o indirectamente – esto es, mirando para otro lado –, heroína en cantidades industriales para debilitar uno de los puntales de reclutamiento de la organización terrorista. Como este tipo de medidas no suele aplicarse con un carácter quirúrgico, el caballo no solo se llevó por delante a potenciales cachorros de ETA, sino también a muchos otros jóvenes, fundamentalmente de clase obrera, que en los años ochenta se enfrentaban a la falta de perspectivas laborales por culpa de la desindustrialización – eufemísticamente llamada reconversión industrial –, del desarraigo o de los problemas identitarios que muchos de ellos, sobre todo los maquetos, afrontaban.
Tanto esta epidemia de heroína como sus daños colaterales – el SIDA entre otros – son el punto de partida de Jenisjoplin, de Uxue Alberdi (Elgoibar, 1984), brillante bertsolari si hacemos caso a quienes entienden sobre este arte de la improvisación. La autora nos lleva en su novela a recorrer un complicado período para la historia de Euskal Herria (significativo que nunca se mencione el territorio como País Vasco): el que va desde finales de la década de los ochenta del siglo pasado hasta principios de la segunda década de este. Estos años se caracterizaron por la tensión social, el clima de violencia, las algaradas callejeras, posteriormente el hartazgo social y, finalmente, la renuncia de ETA a la lucha armada.
Pero, lógicamente, Jenisjoplin es más que una contextualización de acontecimientos; es también el tránsito de su protagonista, Nagore Vargas, por toda esa historia y la huella que esta deja en ella y en su modo de atacar la vida: la muerte de su tía, víctima de la heroína y del SIDA, una infancia atípica tras la barra de un bar, los primeros coqueteos con la noche, el sexo y las drogas, el tránsito por una adolescencia que nos hace creer inmortales, las dudas sobre la identidad en una tierra donde el nacionalismo étnico tiene tanta trascendencia, el descubrimiento de la ciudad y las posibilidades que le ofrece, la persecución política, la enfermedad y cómo asumirla, etc.
Esta intrahistoria se encuentra coherentemente contenida dentro de un armazón literario ágil, con un estilo narrativo que va en consonancia con el espíritu casi frenético de Nagore. Porque esta chica, nacida y criada en Euskal Herria pero de ascendencia no vasca, se verá en permanente conflicto con las convenciones, apostará por cualquier revolución por muy absurda que sea, encarnará, en definitiva, ese estado de ánimo levantisco y subversivo común a muchos jóvenes – y que en este caso se ve alimentado por un conflicto armado cuya mitología encendió los corazones de muchos jóvenes, incluso más allá de las fronteras vascas. Pero, haciéndonos eco de los versos de Gil de Biedma en “No volveré a ser joven”, finalmente nos topamos con la cruda realidad, con la madurez, con la serenidad, circunstancias que a Nagore se le presentan en forma de una terrible enfermedad que al principio rechaza, pero que al final asume como inevitable compañera de viaje. Quizás ese sea el punto de inflexión de la novela, el momento, no sin cierto sentimiento de derrota, en el que la perspectiva vital cambia y se empiezan a valorar cosas que antes, bien se despreciaban, bien simplemente se rechazaban. También empieza el tiempo de las renuncias en todos los sentidos y de la acomodación a las nuevas realidades con las que no nos queda otro remedio que convivir. Este tránsito hacia la vida adulta nos hace menos espontáneos, menos revolucionarios, menos impulsivos. También viene provocado por la certeza de la muerte, de su cercanía, de asumir que es una realidad que en cualquier momento nos alcanzará.
Sin duda, hay muchos más asuntos sobre los que comentar y reflexionar en Jenisjoplin, pero habrá que dejar a quienes se atrevan con esta novela a encontrarlos y pensar sobre ellos. La intención de este reseñista es solo dar alguna pincelada para abrir boca e invitar a la lectura.
Por último, no se puede dejar de destacar el trabajo de traducción de Irati Majuelo y de la editorial Consonni por darnos al público no vascoparlante la posibilidad de leer una novela como esta. Las diferentes lenguas que se hablan en este país y sus tradiciones literarias no deberían quedarse arrinconadas en sus territorios y para ello debería intensificarse el trabajo de traducción de toda esa literatura, que la hay y muy buena.
Jenisjoplin (Consonni, 2020) |Uxue Alberdi | Traducción de Irati Majuelo |256 páginas | 19,90 euros