0

Un argentino en Sevilla

RAFAEL ROBLAS CARIDE | Cuando el reportero Roberto Arlt (1900-1942) aterriza en España, el panorama sociopolítico del país descansa sobre un inestable equilibrio y se oyen a lo lejos los trágicos redobles de la contienda civil. Son malos tiempos para el turismo, pero el intrépido argentino visita entonces algunas de las principales ciudades de la península y recoge posteriormente sus impresiones en una columna que, con el nombre de “Aguafuertes”, ven la luz en el bonaerense periódico El Mundo.

Hoy, transcurridos más de ochenta años desde aquel viaje, la editorial Casimiro (Madrid, 2021) compila una selección de esos artículos dentro de su colección de textos dedicados a diversas capitales del mundo, componiendo así una pequeña antología temática que gira sobre el eje de Sevilla y que se extiende desde el 28 de abril de 1935 hasta el 5 de julio del mismo año, según las fechas en que fueron publicadas las prosas en el citado diario.

De este modo, el curioso lector podrá acceder ahora fácilmente a estos retazos impresionistas –el título escogido por Arlt de “Aguafuertes” es harto elocuente–, que son herederos lejanos de aquellos otros relatos decimonónicos elaborados por los viajeros románticos que visitaron España casi cien años antes. Porque, aparte de la cuestión autobiográfica, existe otro rasgo común que uniforma la expresión de Arlt con la de los Ford, los Merimée, los Gautier o los Irving: ese barniz de tópica superficialidad que recubre ambas producciones y que convierte los textos, por deliciosa simplificación, en ingenuos retratos de estilo naif.

Por ello, será mejor que no busque el lector en ellos una narración minuciosa y prolija de tan histórico momento, ni tampoco un documento fiel y pormenorizado sobre el que apoyar académicamente el estudio de una de las etapas más cruciales de nuestro devenir contemporáneo. Arlt, en cualquier caso, rehúye siempre de toda implicación política o social que pueda comprometerle, deteniéndose morosamente sobre arquetipos tópicos y resaltando de este modo los contornos más evidentes de la España más folklórica y cañí.

Folklore y tópico. Festejos populares. Bingo para el lector que haya adivinado que, desde de la visión simplificadora que hace Roberto Arlt de la Madre Patria, dos son los asuntos centrales que priorizan la escritura durante su estancia primaveral en la ciudad de la Giralda: su Semana Santa y su Feria. De este modo, no sorprende que el “aguafuerte” inicial gire en torno a los febriles preparativos de la fiesta religiosa hispalense por excelencia tras la sequía laica de los años de República. Obsérvese cómo casi nada ha cambiado con el paso de los años. Ni siquiera la rivalidad extrema respecto a otras capitales andaluzas:

[…] Por otra parte, es el único tema de conversación. Semana Santa. En los cafés, en los cines, en las tabernas, en los clubs, en las fábricas, Semana Santa, que no se realizaba oficialmente desde hacía varios años, constituye el tema único. Psicosis colectiva a la cual no se puede substraer el visitante. Termina uno por interesarse más seriamente de lo que quiere en los pormenores de la fiesta, y reponer un poco audazmente, cuando alguien le dice que también en Málaga se realiza una semanilla santa: “Sí; pero no puede ser mejor que la de Sevilla. ¡Imposible!”.

En esta primera parte del libro, y durante los seis días que van desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo, desfilarán ante nuestros ojos –que son los de Arlt– hasta un total de “ochenta pasos de cuarenta cofradías”. Con sus excesos y sus distorsiones. Con las exageraciones premeditadas de una prosa que no duda en sacrificar la veracidad cuando lo real entra en pugna con lo legendario. Por el camino, rastros de metáforas brillantes (pasos que caminan como enormes paquidermos, catedrales que se convierten en auténticas ciudades de piedra); hipérboles desmesuradas; costaleros que soportan más de cien kilos y que desmayados son retirados de la procesión; lágrimas como guisantes en el rostro de los devotos; saetas voladoras que se clavan en el pecho de los Cristos; vasos de vino arrojados hacia el rostro de la Macarena cuando el amor del cofrade hacia sus Vírgenes traspasa la frontera de lo irracional;… para llegar, al filo del amanecer del Viernes Santo, ante la procesión postrera, soportando sobre los hombros la presentida nostalgia del final. Y, en la prosa de Arlt, el eco de otro escritor argentino, el poeta ultraísta Oliverio Girondo, describiendo el agotamiento de los sentidos, el cansancio supremo que aún hoy reconoce el sevillano cabal en esas horas del alba.

[…] El espectador está mareado, tiene los ojos quemados por la luz de los pasos y la multiplicidad de sus colores y erguidas figuras. […] Es algo espantoso. No se puede caminar por ninguna parte. En las bocacalles aún humean los hornos de las freidoras de buñuelos. Las mujeres tienen cercos negros en torno de los ojos. Redobla sordamente un tambor. Un hombre se apoya en el hombro de su compañero, y retorciéndose, canta una saeta. El otro lo escucha compungido, tragando saliva.

Después del Domingo de Resurrección, la Semana Santa concluye aunque, como dicen los lugareños y recoge Arlt en estos “aguafuertes”, en apenas unas fechas comenzarán “las fiestas de la alegría”. Sin embargo, hasta que la Feria llegue, por sus páginas pasan también algunas de las más famosas leyendas de la ciudad (la del Rey don Pedro, la de Susona), se habla de la azulejería trianera, de la indolencia sureña, de la ascendencia musulmana de Andalucía, de la proverbial belleza de la mujer meridional, a quien Arlt inmortaliza literariamente con profusión de detalles:

Ella es más bien alta, caja torácica ancha, talle flexible, majestuosa y consciente de su majestuosidad. La nariz es breve y recta, la frente plana y armoniosamente curvada en las sienes, el arco de las cejas es perfecto, el color del rostro bronceado y con tintes de canela, la expresión ligeramente concentrada pero despierta, y con un dejo de melancolía que es el sello de las almas intrínsecamente honestas y apasionadas.

Así la galería de “aguafuertes” va aumentando hasta llegar a la Feria, cuya extensión no abarca aún “más que tres noches y cuatro días” y que protagoniza el final del pequeño tomito que nos ocupa. Sin embargo, y a diferencia de la Semana de Pasión, los contornos de la Feria de antaño se desdibujan y se identifican peor con el festejo actual. Casetas humildes, monotonía de cantes, organillos de manubrio y orquestinas, colorido en los vestidos, brazos combados al aire, bailes variados –valses, tangos, la carioca– que se alternan con las sevillanas… y gitanos, muchos gitanos –campesinos, tratantes de ganado o buñoleros– que acuden al reclamo del negocio. En torno a ellos, la descripción de Arlt se crece y el relato parece remontar el vuelo inclinándose hacia la crítica social:

[…] La mayoría de los gitanos duerme al aire libre. Junto a un colchón se ve una cesta con un niño, completamente lindo. Los hombres tienen caras de cadáveres barbudos, en algunos, los exangües labios entreabiertos dejan ver el mortecino filo de los dientes. Muchos se han envuelto la cabeza en un pañuelo, sus mujeres, vestidas, duermen arrimadas a ellos; pero estos rostros femeninos, cobrizos, en la lasitud del sueño revelan una tremenda fatiga. Me inclino sobre ellas y las miro largamente. No sé por qué me dan lástima…

Aunque pronto el espejismo se derrumba sobre el trazo grueso del pintoresquismo, resolviéndose con el inevitable chascarrillo que termina de colorear el “aguafuerte”. Arlt pretende fotografiar a un grupo de gitanas que se niegan, a menos de que este les pague cinco pesetas. Una de las más viejas le ofrece, a cambio, un anillo de utilería y la anécdota –el artículo también– concluye cuando el argentino le responde:

  • De estos anillos tengo doscientos; te los vendo por un par de duros.
  • ¿Eres platero? –No; soy ladrón.

Se dejaron retratar gratis.

Cierro el librillo con una media sonrisa y pienso que Roberto Arlt agradecerá no habitar en este incierto presente. Probablemente, tras la publicación de este fragmento, alguna Asociación gitana aporrearía las puertas del periódico para pedir su cese fulminante. En cuanto al asunto de la cosificación de la mujer,… mejor callar. Contradiciendo a Manrique, pudiera parecer que ningún tiempo pasado sea mejor que el actual; sin embargo, muchas veces lo dudo… ¡y eso que estamos hablando de 1935! En cuanto al libro de Casimiro, léanlo, pues merece la pena siquiera como curiosa visión de una Sevilla deliciosamente kitsch e imposible.

Sevilla (Casimiro, 2021) | Roberto Artl | 87 páginas | 9 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *