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Un canto al entendimiento

ELENA MARQUÉS | Me considero una lectora voraz, pero beberse una novela de cuatrocientas cuarenta páginas prácticamente en dos días dice mucho más del libro que de mí.

De Pablo Martín Carbajal conocía Tú eres azul cobalto, novela inspirada en Frida Kahlo que tuve el honor de presentar en El gato en bicicleta cuando aún abría sus puertas en la sevillana calle Regina; y Tal vez Dakar, ambientada en Senegal y con un protagonista que vuelve a ocupar las páginas de su nueva obra. Y es que, según comenta el autor, se le antoja crear con él una trilogía, de la que El latido de Al-Magreb sería la segunda parte. Aún no sabemos adónde lo conducirán los pasos en la próxima ocasión, aunque tenemos claro que el trabajo concienzudo de documentación que precede a sus novelas nos hará esperar más tiempo del deseado.

Pero volvamos al libro. Como también tuve la suerte de asistir esta vez a su presentación, antes de abrirlo ya intuía a lo que me podía enfrentar. Por lo pronto, una gran cantidad de información, para mí desconocida, sobre dos naciones, Marruecos y Mauritania, que lo son desde hace poco tiempo; sobre dos realidades, recorridas por dos hermanos que enfocan lo que les sale al paso desde puntos de vista muy diferentes, en las que la religión, la tradición, el nomadismo y el elemento tribal nos hablan de mundos tan distintos que los imaginamos como fuera del tiempo.

Por eso me resulta tan acertada la afirmación «comparar civilizaciones podría ser un ejercicio fútil», que Martín Carbajal pone en boca de un personaje bastante secundario de la novela, pero que estoy seguro de que él comparte, tanto como su admiración por todo lo que ha descubierto gracias a sus continuos viajes a África. Supongo que lo que empezó como una mera relación laboral ha terminado siendo una verdadera historia de amor que necesita compartir con nosotros para ayudarnos a comprender y querer al continente vecino.

Porque uno de los llamamientos que hace esta novela es a algo difícil de transmitir en esos círculos de superioridad moral en los que habitualmente nos movemos en Occidente. Una apelación a la modestia y al esfuerzo por conocer («Entender la lucha de los otros puede ayudarnos a entender también las nuestras, solo es necesario un poco de humildad»), a la empatía, al respeto, a la deferencia por la religiosidad, ahora tan denostada («La razón no nos conduce a poder comunicarnos con Dios, y por eso es necesaria la espiritualidad», dice alguno de sus personajes), al diálogo intercultural, y a no simplificar e identificar, por ejemplo, islam y fanatismo. Solo con la enumeración de las distintas líneas de interpretación de esa religión antigua (y en determinados aspectos, hay que reconocerlo, anticuada, pero pacífica por definición) ya te quedas abrumado. También al conocer la biografía de algunos de los líderes que configuraron esos dos países, su proximidad con el nuestro («los Fassis provienen de Al-Andalus, de Málaga»), lo que nos conduce a recordar (y así se hace en la novela, aunque suene a tópico) la convivencia de las tres culturas, cristiana, musulmana y judía, en nuestro propio territorio, y lo mucho que debemos a pueblos tan distintos y distantes, además de a agachar la cabeza al poner ante nuestros ojos, y más en estos momentos, la situación aparentemente irresoluble del pueblo saharaui.

Otro de los llamamientos que lanza Martín Carbajal a través de Álvaro Camino, y que a mí me encantaría seguir, es el de abandonar el temor a lo desconocido. «Fue ese miedo, siempre el miedo, no conozco nada más conservador que el miedo, la cueva de la cobardía». Porque es el arrojo lo que hará a Álvaro Camino no solo descubrir parte del continente africano, sino convertirse en un Indiana Jones a la española para recorrer bibliotecas de distintas ciudades, extraordinarios centros del saber que de nuevo la mayoría de los mortales ignoramos, y encontrar entre sus libros la llave que le permita acceder a la Verdad. Y no estoy hablando solo metafóricamente. Y aunque eso no resulte tan fácil como escribirlo en estas líneas y el final del libro tenga, a mi juicio, algo de cándido por rabiosamente emocional, descubrirla no es posible si no se eliminan prejuicios y egocentrismos. Porque está claro que «no ocurre nada si todo lo que te ha sido dado te colma, si solo hablas tú, si no estás dispuesto a escuchar, si no haces la primera pregunta, si consideras que tus opiniones son verdades en lugar de una mera opinión».

Creo que con esto está todo dicho, y por eso recomiendo la lectura de esta novela. Porque si realmente abrimos ojos y oídos (yo añadiría el corazón) a sus páginas, podremos entender algo más la complejidad geopolítica, social, racial y religiosa de ese segmento de África, algo que Martín Carbajal hace muy bien al explicarlo de una manera minuciosa y clara pero sin que parezca una lección magistral.

Concluyendo, que El latido de Al-Magreb es un libro bueno, muy bueno, igual que todo lo que he leído de su autor, y tiene, además, como en el caso de Tal vez, Dakar, la ventaja de construir una historia en la que se combinan la aventura y el misterio, eso que, simplificando, identificamos con una literatura ligera, de evasión, para pasar el rato, con otros ingredientes que le dan profundidad y transcendencia. Os aseguro que, en ese laberinto de calles y colores y viajes entre dunas, uno se olvida por unos días de su realidad para sumergirse en un ambiente absolutamente distinto (las detalladas descripciones de zocos y mercados, donde se perciben los olores del pescado y la podredumbre, el peso del calor, el arañazo de las tormentas de arena, son simplemente magníficos), y que no podrá parar de leer, de disfrutar de ramalazos de poesía e incluso de algún elemento mágico a la espera de descubrir la Verdad. Y, si esto no resulta posible, estoy segura de que al menos nos ayudará a disponernos a dialogar, a aceptar lo diferente y dejar de mirarnos embobados nuestros propios ombligos.

El latido de Al-Magreb (M.A.R. Editor, 2022) | Pablo Martín Carbajal | 440 páginas | 20 euros

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