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Un disparo ligeramente desviado

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El francotirador paciente

Arturo Pérez-Reverte

Alfaguara, 2013

ISBN: 978-84-204-1649-6

310 páginas

19,50 €

 

 

 

Rafael Roblas Caride

Juguemos limpio desde el primer momento. Antes de comenzar esta reseña, manos arriba y confesemos: aquí un pérez-revertiano. De esos que se engolfaron hace ya algún tiempo con el ajedrez tras caer en sus manos un ejemplar de La tabla de Flandes. A partir de ahí, seguimiento incondicional de su obra. Sin fanatismos, eso sí, pero alimentando un creciente interés de lector de infantería, de esos que se abandonan horas y horas en el sofá del salón. Quitadas las máscaras antigás del crítico y del filólogo. Lector inocente, como aquel niño lejano que fui: devorador compulsivo de tebeos y de aventuras de Salgari y Verne, de Stevenson y Dumas, en aquellas ediciones ilustradas de la infancia. Lectura lúdica, cien por cien. Deslumbrante descubrimiento de un nuevo mundo, libre de mayores retos que la imaginación volando sin rumbo fijo y ajeno a cualquier complicación intelectual. El ocio por el ocio, sin más. Así de sencillo y así de difícil a la vez. Esa es mi relación desde entonces con el señor Pérez-Reverte.

Prueba conseguida. Tras redactar y releer este obligado -por mi personalísimo catecismo deontológico- preámbulo, ya podemos ponernos manos a la obra y centrarnos en el objeto principal de esta entrada crítica: este francotirador paciente que, adelanto, tan mala resaca ha provocado en quien estas letras escribe. ¿Por qué? A continuación la respuesta, aunque no sea fácil, procurando desarrollar algunas de las dudas que el libro me plantea.

Punto uno, el argumento. Partamos de una premisa: no hay mal argumento sino malos narradores. Aunque dos y dos suelen sumar cuatro, también existen ligeras tendencias a la sorpresa. Al menos en literatura, donde las ciencias exactas no tienen cabida. Así, partiendo de la base de que todo tipo de trama puede derivar en un relato meritorio, también puede ocurrir todo lo contrario. De este modo, ¿cuántas veces hemos comprobado que un argumento genial naufraga o que, por oposición, auténticas patochadas se convierten en obras maestras? Visto así, el argumento de este francotirador no es una excusa para el lastre de la obra, puesto que no considero a Pérez-Reverte un mal narrador. A saber, la sinopsis de la novela se resume en la búsqueda de Sniper, un famoso grafitero, requerido por una cazarrecompensas literaria lesbiana, que ha sido contratada por una importantísima editorial especializada en arte para proponerle el negocio de su vida. Sin embargo, tal y como supondrá el lector, la empresa no será tan sencilla. A Sniper lo persigue también un conocido multimillonario, que juró hacer pagar con su vida al responsable de la muerte de su hijo. Hasta aquí lo esencial. En torno a esta búsqueda, el novelista propone su intriga diseñando un largo itinerario a través de España, Portugal e Italia y diseminando en el camino un arsenal de reflexiones y teorías -marca de la casa- acerca de la naturaleza del arte, la domesticación del artista por la sociedad contemporánea, la esencia de la amistad entre los hombres y el sentido de la lealtad, el amor o los prejuicios homófobos. ¿Y bien? Si usted que me lee no ha observado cierta ingenua previsibilidad en la propuesta narrativa, no me atreveré a contradecirle, pero, aun así, volveremos a repetirlo: al contrario que en las pizzas, el secreto de una novela genial no tiene que estar en la masa… de su trama. Sin ir más lejos, el Ulises de Joyce.

Punto dos, el estilo. Nuevamente regresemos al tópico: para gustos los colores. Y así ocurre con la obra del cartagenero, capaz de levantar una polvareda inmensa tras de sí. El que para unos es el chuleta impostado -o el maltratador del lenguaje por su dureza descarnada- y para otros el adalid de la violenta escritura que la sociedad contemporánea necesita para retratarse no renuncia en este francotirador a su peculiar modo de narrar. Y eso, creo, no es bueno ni es malo… en principio. Continuará gustando a los seguidores incondicionales del autor de la saga Alatriste y aportará al sector más esquinado una nueva batería de munición para su crítica feroz. A mí, personalmente, sólo me molesta la gran desconsideración hacia el lector en que el autor incurre, usando unas groseras reticencias que no se justifican, aunque se pretexte el amparo de la máscara narrativa que a lo largo de los años Pérez-Reverte ha logrado construirse:

Aquello irritaba; y en manera de irritación yo podía alcanzar cotas tan altas como cualquiera. Sentí una compleja mezcla de estupor, miedo y cólera, y tras unos segundos de ajustar ideas fue la cólera la que se llevó el gato al agua. Por seguir con paráfrasis literarias, no soy lo que podría decirse una chica blanda. He recibido y devuelto algunos golpes, etcétera. Y no siempre en sentido figurado. Así que me fui derecha hacia el fulano del bigote rubio”. (pág. 111).

Nada que objetar, por otra parte, al repertorio de tacos o palabras gruesas, ‘made in’ Pérez-Reverte, perfectamente justificadas en esta ocasión por el carácter urbano y marcadamente marginal -en su sentido no peyorativo- del mundo retratado en la novela. Además, a estas alturas de la película -con la que está cayendo y con treinta y ocho tacos de almanaque a mis espaldas- me resulta bastante cómico asustarme de un “coño” coloquial escrito a destiempo en un libro. No, tampoco es esto: el estilo no es -al menos para mí- la causa por la que este francotirador yerra su tiro.

Y punto tres, la localización. Alguna vez creo haber escuchado a Pérez-Reverte declarar que ninguna de sus obras es fruto del azar, en el más amplio de los sentidos. Cito de memoria: “En la mayor parte de las ocasiones, mis novelas nacen de una documentación minuciosa y precisa”. No se me olvidará nunca la anécdota confesada en el Aula Magna de Filología de la Hispalense con motivo de la presentación de La piel del tambor, la novela ambientada en la capital de Andalucía. Al parecer, el escritor no sólo se había dedicado a recorrer todos y cada uno de los rincones de la ciudad -por supuesto tabernas y bares incluidos- de la mano de sus inseparables Juan Eslava Galán y Rafael de Cózar, sino que también se había molestado en recortar todo un repertorio de fotografías de una de las más asiduas representantes del papel cuché para colgarlas en su estudio, con el fin de “inspirarse” en la descripción física y en la definición del carácter de Macarena, la aristócrata protagonista de aquella narración. Así no sorprende que cada uno de sus libros lleve aparejado detrás de sí un trabajo de campo somero y preciso que ríase usted de algunas tesis doctorales. De este modo, ocurre con la esgrima en El maestro de esgrima, con el ajedrez en La tabla de Flandes, con la náutica en La carta esférica o, sin ir más lejos, con la historia de España en el Siglo de Oro, en la saga de Alatriste, a la que pueden achacársele muchos defectos, pero no el de la mala documentación.

El francotirador paciente tampoco defrauda en este aspecto. Arturo Pérez-Reverte despliega de nuevo su saber enciclopédico y, de manera natural y nada forzada, nos sumerge en un submundo muy específico y concreto, sustentando su ficción sobre los cimientos de la realidad y mezclando -ya lo hizo Cervantes– dos planos antagónicos. Por eso Madrid, Lisboa, Verona o Nápoles son aquí ciudades fielmente identificables y transitadas por el autor, sin errores de bulto apreciables, más allá de su recreación literaria. Igualmente cabe decir del arte grafitero y de sus técnicas e instrumentos, que trufan la obra de los términos específicos de su argot particular. Así que no, la culpa del descarrilamiento no es achacable tampoco a este factor.

Lo cierto es que hay algo que no termina de encajar. De este modo, y sin saber aún a ciencia cierta dónde se encuentra la causa de dicho desajuste, quizás la mayor tara de la obra resida en la nula profundidad de los personajes, que transitan por las páginas del libro con una alarmante horizontalidad, repercutiendo por tanto en la credibilidad de la trama. El editor Mauricio, Lorenzo Bicarrués, la pareja sin nombre de sicarios, la panda de gobbetti,… deambulan por la narración como sombras sin espíritu, como personajes tópicos que terminan por transmutarse en caricaturas de la realidad. Sin embargo, lo más grave no es eso, ya que igualmente el lector -creo que el fan de la obra de Pérez-Reverte también le ocurrirá- percibe muy claramente cómo los protagonistas de la historia, Lex y Sniper, se deshilachan en las manos de su creador, produciéndose un extraño precedente en su obra. Y aquí me planteo una duda: ¿responde ese estilo desvaído a una suerte de voluntad artística o a las prisas por cumplir un compromiso editorial? La respuesta queda en el aire, si bien personalmente descarto una tercera hipótesis, la de la ineptitud, ya que mi querido escritor cartagenero me ha demostrado con anterioridad su pericia tanto en la descripción como en el desarrollo psicológico de sus personajes. A Lucas Corso o Faulques me remito, por poner sólo dos ejemplos.

Ítem más, y concluyo, uno de los alicientes fundamentales de las novelas de Pérez-Reverte es la imprevisibilidad de sus finales. Aún recuerdo la gran sorpresa que culminó la lectura juvenil de El club Dumas. Aquella humorística resolución, basada tanto en la narración como en el juego visual, me pareció siempre de una brillantez inusitada. Sin alcanzar dichas cotas, tampoco puedo olvidar los finales de La tabla de Flandes o de La piel del tambor, sólo por citar dos de ellos, donde el último giro de tuerca descubre al lector una nueva posibilidad imprevista que sirve para dar la vuelta a la trama, dibujando de este modo casi siempre una sonrisa en el asombrado receptor de la obra. En este francotirador, sin embargo, el truco se descubre demasiado pronto, a pesar de los artificios utilizados por el escritor para ocultarlo. Contradiciendo la ilustración de la portada, el lector avezado en este tipo de novelas ya evidencia quién puede ocultarse tras la capucha de Sniper, o cuál es la implicación sentimental de Lex en el asunto, desde poco menos de la mitad del texto. Sin embargo, a diferencia de lo acontecido en otras ocasiones, Pérez-Reverte abandona la trama a su suerte y no ejecuta su particular vuelco -a lo Hitchcock-, dejando en el término del libro un halo de decepción que no logra disipar ni ese postrer cruce de miradas entre las dos mujeres que resuelven sin palabras su duelo de odio y rencor. Mujeres, otra vez más -recurrencia pérez-revertiana que se va convirtiendo en tradición-, como alfas y omegas de la historia, como vasos intemporales que contienen todo el conocimiento del pasado y del futuro, de lo intuido y de lo certero. En fin, del misterio mismo de la vida.

¿Conclusión final? El francotirador paciente es un libro extrañamente imperfecto, que se deja leer, pero que -a buen seguro- no dejará contentos en su plenitud a muchos de sus potenciales lectores. A los críticos de Pérez-Reverte porque aumentarán –y en este caso con razón- las razones de su crítica ante las deficiencias ya apuntadas, y a los seguidores incondicionales de su obra -como el que os habla- porque no encontrarán en el texto las cualidades que caracterizaron las obras más redondas de su autor. No obstante, sea de la manera que sea, dejemos que el lector se interne en la trama, avance por ella y juzgue por sí mismo. A fin de cuentas, ¿no es ese uno de los placeres del vicio de la lectura? Pues pasen y lean…

admin

3 comentarios

  1. Me ha gustado mucho encontrar una opinión similar a la mía respecto al libro, y mucho más una estructura del artículo similar a la que he publicado en mi blog, confesándome primero incondicional de Reverte para luego hacer la crítica (leyendo la mayoría de reseñas parece que se están limitando a refritar la nota de la editorial o que realmente han leído otro libro).

    Poco puedo añadir a tu análisis, en todo caso, invitarte a leer mi post: http://porlomenostenemospelo.blogspot.com.es/2014/02/el-francotirador-paciente-acaba-con-mi.html

    Saludos.

  2. Me alegra comprobar que no estamos solos en el universo. Un abrazo y muchísimas gracias.

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