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Un lugar diferente para relajar cuerpo y mente

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Club La Sorbona

Luis Artigue

Alianza, 2013

ISBN: 978-84-206-7527-5

320 páginas

9,90 €

Premio Miguel Delibes de Narrativa 2013

 

 

Fran G. Matute

Vaya libro raro que ha escrito Luis Artigue. Menudo mejunje de subliteratura, psicología de alterne y ruralismo ilustrado que se ha fabricado. ¿Cómo enfrentarse a este ‘noir’ ibérico con ínfulas de astracanada freaudiana que, para colmo, está escrito con una prosa enjundiosísima? Me descoloca esta novela. Mucho. Lo admito. Por eso, a Club La Sorbona, no sabe uno muy bien por dónde cogerla.

Todo transcurre en Violincia, el pueblo de la salud, donde las meretrices han tomado la noche y los chamanes el día. Junto al club nocturno está el hospital homeopático. Cerca del hostal, el centro de psiquiatría. Y tras los terapeutas se esconden los trileros de la mente. En Violincia nada es lo que parece pues por sus calles se dan la mano, libremente, el realismo y la locura. Lo mismo que ocurre en la cabeza de Lauro Arrabal, escritor de éxito necesitado de terapia y en cuya narración las localizaciones reales tornan inverosímiles y los personajes de carne y hueso trascienden la ficción. A nadie extraña, por tanto, que en Violincia el prostíbulo se erija como el lugar ideal para que un escritor encuentre a sus musas. Por eso, la verdadera psicología la fija Artigue, en su novela, en el interior del club La Sorbona, -tomo prestado el adagio de un conocido hotel-club gaditano- un lugar diferente para relajar cuerpo y mente.

No será relax, precisamente, lo que encuentre Mr. Tatel, detective cultural, en Violincia. Pues en su búsqueda de una flauta-pipa que aparentemente fue propiedad de Mozart (¡qué ‘mcguffin’ más horrible!) se cruzará algún que otro asesinato que conmocionará al vecindario y que obligará al lector (sí, a usted) a hacer de psicólogo del narrador. ¿O debería decir del escritor? Vuelven aquí a solaparse las capas de realidad y ficción. Y más cuando conocemos que la Violincia de Artigue está inspirada en la pequeña población leonesa en la que el propio autor se crió y sus habitantes. Al conocer este dato de repente me parece que las figuraciones de Arrabal no son tan surrealistas. Que a medida que uno se sumerge en la trama negra lo que está es, en realidad, asistiendo a las cavilaciones de un loco (narrador) que, a su vez, no son más que recuerdos deformados de un adolescente ligeramente trastornado (autor). Vamos, que tiene uno la sensación de que al que están prostituyendo de verdad en Violincia es, curiosamente, al lector (sí, a usted de nuevo). Y es que, al fin y al cabo, ¿qué es un terapeuta sino un gigoló de la mente? ¿Qué es un lector sino un puto de la literatura?

Mientras todos van entrando y saliendo de los clubs de alterne, con nocturnidad y alevosía, buscando bajo los neones a las “curanderas del analfabetismo sexual”, el verdadero puterío de Violincia ocurre, a plena luz del sol, entre sus habitantes más reconocidos y admirados. Todos con todas. Todas con todos. Y así sucesivamente… Pero es que este «putiferio» se extiende también a la prosa con la que se construye esta novela. Más allá de algunos vocablos «picarones» que se emplean en la misma (eso de “sorbona” para referirse a un puticlub, o que el objeto del deseo sea una “flauta-pipa”… en fin…), lo cierto es que la escritura de Artigue es deslumbrante tanto en su fondo como en sus formas. Mucho hay de esa prosa de “mantecao”, que cuesta engullir por densa y que puede provocar empacho en determinados estómagos lectores, pero sería injusto no aplaudir la destreza narrativa de Artigue y el esfuerzo sobrehumano que parece haber puesto en cada párrafo, sobre todo si tenemos en cuenta el tono de esta novela gamberra y cachonda como pocas. Nunca se escribió tan bien para contar tanta tontería.

No parece que Luis Artigue sea un putero avezado. Pero tras leer la inclasificable Club La Sorbona no me cabe duda de que se trata de un grandísimo escritor. Y aunque los lupanares de Violincia tengan pinta de ser algo lumpen, la prosa que les ronda sí que es de alto ‘standing’. Váyanse de putas con Artigue, no tengan miedo. Al menos puedo garantizar que no van a pillar ninguna enfermedad venérea.

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