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Un nuevo capítulo para una novela en marcha

ELENA MARQUÉS | Justo cuando me dispongo a escribir estas líneas, me asaltan unas palabras que escuché ayer a una joven autora sobre el pacto autobiográfico de Lejeune. No sé si todo el que relata habla de sí mismo, pero Eduardo Halfon lo hace, y en cada uno de sus libros suma páginas a esa gran obra que lleva escribiendo desde quién sabe cuándo en la que reflexiona sobre temas eternos como la identidad, la memoria, la violencia, la familia, el destino, el desarraigo, y otros propios como el judaísmo y Guatemala. Y lo hace de una forma tan desnuda, en el fondo y la forma, que uno se siente un poco pudoroso pero bien. No sé si me explico.

La honestidad, la autenticidad, suelen ser positivamente consideradas en literatura. Y en la vida, claro. O más en el segundo caso que en el primero. La verdad es algo bueno, aunque nadie pueda alcanzarla con absoluta certeza. Ser padre, o ser madre, posiblemente te aleje aún más de ella. De repente todo es duda, se acrecientan los miedos. Te conviertes en alguien distinto. Si a ello se suma que esos primeros pasos de la mano del hijo se vean envueltos en circunstancias casi de ciencia ficción (ay, los años pandémicos), es lógico que un escritor quiera profundizar en tales cambios, en lo que significan. Que se haga la única pregunta que posiblemente nos debiera interesar a los pequeños filósofos que llevamos en el interior. Quiénes somos. Hacia dónde vamos. Como individuos y como humanidad. Cuál es nuestro lugar en el mundo. Hasta dónde estamos determinados por el entorno y el tiempo que nos toca vivir, por las decisiones que tomamos (así empieza el libro, con «Un pequeño corte»), por el peso de nuestro nombre, por las herencias y tradiciones de nuestros ancestros. Cómo la suma de todo eso nos ha conducido hasta aquí.

Porque uno es la suma de tantas cosas que quién sabe. La laguna envejecida de la casa de verano. Una tonta rinitis alérgica. El primer beso. La amenaza del servicio militar. Un trabajo que no satisface. La llegada a la literatura. Una «patria» ajena e indescriptible (aunque Halfon la describe con objetividad y crudeza, pero sin caer en dramatismos). Los viajes. Esos episodios, esas escenas en apariencia mínimas que nos conforman y que, narrados con todo detalle y cierta frialdad científica, de repente dejan escapar ramalazos de ternura y lirismo. «Quizás sea porque un escritor en París nunca escribe sobre París, sino sobre las migas de magdalena mojada en un té de flor de tilo». La cuestión es apreciar esas migas como trascendentes, porque lo son. Ver a un hijo jugar con una pequeña nutria verde o despedirse educadamente de una orquesta llena una existencia. Y saber rememorarlos y ficcionarlos con la grandeza de la sencillez, con la cercanía de lo inmediato, a nosotros, como lectores, nos colma.

Y es que la prosa del guatemalteco trotamundos es algo sorprendente. Es sobria y natural, clara y precisa. Y en este Un hijo cualquiera adelgaza hasta utilizar frases brevísimas que se van sumando como pinceladas o flashes de la misma manera que la estructura fragmentaria nos revela distintas anécdotas aparentemente inconexas ocurridas en un tiempo que se estira hasta el de la memoria de su infancia y que bien puede seguir alargándose hasta el infinito.

Porque doy por hecho que la novela en marcha de Eduardo Halfon aún no se ha terminado de escribir. Algo que no es novela, que no es cuento (si bien la intensidad y la poda de lo superfluo son más que palpables), que no es ensayo (aunque deja su propia reflexión, por ejemplo, sobre la necesidad de deslindar el arte de la ética y la tendencia actual de la cultura de la cancelación). Que es más bien un íntimo diálogo consigo mismo que no acabará nunca, pues cada vez que se asome al espejo encontrará algo nuevo que contar.

Ignoro si Eduardo Halfon se considera un hijo cualquiera, que es un título que a mí, como madre, me ha llamado la atención pues a todos nos parecen nuestros hijos únicos en el mundo. Desde luego no es un escritor cualquiera de esos que se jactan y/o se ensoberbecen de serlo. Él mismo confiesa su vocación literaria sobrevenida. Él mismo explica, también en este libro, que ha pasado de ser un yonqui de la lectura a un lector hijo de puta que no da oportunidad a lo que se le cae de las manos. Alguien que quizás con esta última obra, con esa criatura de carne y hueso, se haga consciente de la importancia de la vida sobre la página. No en vano la cita que lo precede, «Haz hijos, Manuel; no libros», parece pronunciada desde el convencimiento y desde cierta alegría que Halfon desea compartir con nosotros, sus lectores incondicionales e hijos de puta que ya andamos por aquí a la espera de una nueva e intensa entrega de su vida, un nuevo incierto capítulo de su extraordinaria novela en marcha.

Un hijo cualquiera (Libros del Asteroide, 2022) | Eduardo Halfon | 144 páginas | 14,95 euros

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