El combate (The Fight)
Norman Mailer
Contra, 2013
ISBN: 978-84-940938-4-5
272 páginas
16,90 €
Traducción de María Antonia Menini
Fran G. Matute
En 1957, Norman Mailer publicó en la revista Dissent su mítico ensayo “El negro blanco” en el que diseccionaba cómo la cultura de consumo norteamericana se había apropiado de la de los negros durante la primera mitad del siglo XX. Su música, su forma de vestir y hablar, sus costumbres. Todo ello fue asumido como propio, adaptado por ciertas nuevas formas de contracultura que Mailer ya calificaba entonces de ‘hipster’. El más claro ejemplo de lo anterior fue el de Mezz Mezzrow, que contó su “transmutación” racial en el imprescindible Really the blues (1946). Mailer describió esta tendencia del hombre blanco de “psicopática”.
La relación de Norman Mailer con la cultura negra siempre fue compleja y tortuosa. De ahí que su llegada a Kinshasa para cubrir el combate por el campeonato de los pesos pesados entre George Foreman y Muhammad Alí abriera el tarro de las esencias: “¡Cómo se liberaron sus prejuicios! Todo el resentimiento que le habían inspirado el estilo negro, el esnobismo negro, la retórica negra, los macarras negros, los más guays y toda esa chulería de virtuoso. ¡Cuánto se enorgullecían los negros de su habilidad como chuloputas!”. Nótese que Mailer se refiere así mismo en tercera persona. Y así lo hace a lo largo de todo el texto. Parecía, por tanto, que el gran combate no iba a celebrarse en un cuadrilátero sino en la conciencia del periodista. ¿Cómo de cómodo se sintió el autor de Los desnudos y los muertos (1948) escribiendo sobre la que probablemente fuera la mayor manifestación del Black Power de la década?
Lo cierto es que Norman Mailer apenas había tratado el deporte en su obra. Si bien otros contemporáneos suyos, como George Plimpton (que también estuvo allí cubriendo el combate entre Foreman y Alí), vivieron con intensidad los grandes eventos deportivos de la época, contextualizando en sus escritos su importancia no solo deportiva sino cultural, la realidad es que a Mailer siempre le tiró más el análisis político y social. Menos preocupado por la cultura popular que Tom Wolfe y, evidentemente, menos esquizoide que Hunter S. Thompson (también enviado a Kinshasa por Rolling Stone con la ilusa intención de que reportara sobre la pelea -cosa que no hizo, como era de esperar-), la presencia de Norman Mailer en el entonces Zaire (hoy República Democrática de El Congo) resultaba ligeramente extraña con independencia de que el boxeo sí que fuera, como competición, de su agrado. Y por este motivo, en El combate (1975), Mailer reflexiona sobre la pelea en sí pero también sobre el impacto mediático del evento y su innegable significación socio-cultural.
No obstante, resulta curioso que Mailer no hiciera en este texto más hincapié en el ‘background’ del combate. Quizá porque para cuando se anunció su celebración (y se publicó el libro) era por todos conocido de dónde venía cada púgil, cuáles eran las circunstancias que hacían que el ‘Rumble in the Jungle’ -como así se bautizó el evento a efectos publicitarios- fuera el (otro) combate del siglo. Porque el primero se había celebrado ya el 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York entre Joe Frazier y Alí. Un combate único entre dos campeones imbatidos. Frazier era entonces quién defendía el título de campeón ya que a Alí se le había retirado el suyo por su negativa a realizar el servicio militar y venía de estar tres años apartado de la competición. Alí perdió. No estaba en forma. Y el título siguió en manos de Frazier hasta que este se enfrentó a un joven George Foreman que, el 22 de enero de 1973 en Kingston (Jamaica), rompió la inmaculada estadística de cero derrotas que mantenía Frazier. Estando ahora el título en manos de Foreman, Alí decidió “vengar” su dolorosa derrota en el Madison Square Garden. Primero, venciendo a Frazier en un nuevo combate que se celebró el 28 de enero de 1974 también en Nueva York y, luego, queriendo arrebatarle el título al nuevo campeón. Y así es como acabó el mundo del boxeo en Kinshasa un 30 de octubre de 1974. El “rugido en la jungla” estaba preparado. “Cabía anticipar la más insólita de las guerras: una colisión entre distintas encarnaciones de la inspiración divina”, escribiría Mailer al respecto. “La pelea sería por tanto una guerra religiosa.”
A Mailer no se le escapó que el enfrentamiento entre Alí y Foreman era mucho más que una simple riña de gallos, un mero espectáculo para alzarse con un título deportivo. Ambos púgiles representaban, a su manera, una forma diferente de ser “negro”. Alí era el negro auténtico, el negro de África. Foreman era, en cambio, el -utilizando la nomenclatura de Mailer- “blanco negro”, el negro americano. Pero el combate se celebraba en África. No era éste un detalle baladí. La cuna de la negritud. El origen del tribalismo. En África, el boxeo, el deporte negro por excelencia, ofrecía un significado diferente. Mailer, de hecho, había esbozado una sonrisa al enterarse de la noticia de que el combate se celebraría en el Zaire “pensando en el mal de ojo, los exorcistas y los terrenos psicológicos negros.” Y allí sucumbió a la filosofía bantú que “resultó ser un regalo, pero de los que tal vez no le hagan falta a un escritor. Para comprender el combate era necesario. (…) Porque el boxeo de los pesos pesados era casi todo negro, tan negro como el bantú. El boxeo se había convertido, por tanto, en una clave más de la emoción negra, de la psicología negra, del amor negro.” Mailer se encontró, de repente, atrapado en el lugar en el que “lo negro” alcanzaba su mayor esplendor.
“¿Qué era la emoción negra, la psicología negra, el amor negro? Como es lógico, intentar averiguarlo a través de los boxeadores constituiría la quintaesencia de la comicidad. Los boxeadores eran unos embusteros. Los campeones eran unos grandes embusteros. No tenían más remedio que serlo. Una vez supieras lo que pensaban, podrías atacar su punto débil. De ahí que sus personalidades se convirtieran en unas obras maestras de la ocultación. Lo que se pudiera averiguar acerca de Alí y Foreman por medio de la filosofía tendría también sus límites.” No obstante, Mailer se sentía satisfecho de aquella pista. En África, “[l]as personas no eran seres, sino fuerzas. Intentaría analizarlas desde este punto de vista.”
Y así lo hace Mailer cuando se refiere, por ejemplo, a Foreman. “No cabía preguntarse si Foreman estaba loco. El estado mental de un campeón de los pesos pesados es mucho más especial que todo eso. No habría muchos psicópatas capaces de soportar la disciplina del boxeo profesional.” O cuando se pregunta: “¿Quién se atrevería a decir que Alí no tendría posibilidades de alzarse con el triunfo en una guerra religiosa cuyo escenario fuera África? Si Alí no puede ganar en África -observó-, no podrá ganar en ninguna parte. La paradoja, sin embargo, fue que, al conocer al campeón, resultó que Foreman parecía más negro.”
Pero si África favorecía la reflexión racial vista a través de los ojos de la filosofía bantú, también ponía de manifiesto la gran incoherencia que suponía celebrar un combate como aquél en ese lugar. “Sí, la locura de África resultaba muy fértil, y en aquella locura de África dos púgiles percibirían cada uno cinco millones de dólares, mientras que a mil quinientos kilómetros de distancias, al borde del hambre mundial, los negros se morían de inanición.” Mailer se pronunciaba de forma demoledora al respecto. No podía obviar lo que veía. No podía hacer caso omiso al hecho de que el entonces llamado Zaire ya estaba regido por uno de los más longevos dictadores de todos los tiempos: Mobutu Sese Seko. Qué ironía del destino que la liberación negra se buscara en un sitio como aquél. Y con qué ironía describía Mailer el lugar: “Sí, el Congo, ahora el Zaire; moneda del país, el zaire: gasolina del país, Petrol Zaire; y hasta los cigarrillos, Fumez Zaires. “Un Zaire, un gran Zaire”, el país que los púgiles y la prensa y treinta y cinco turistas desplazados para presenciar la pelea (contra los cinco mil que se esperaban) visitarían tras vacunarse contra el cólera, la viruela, las fiebres tifoideas, el tétanos, la hepatitis -tome gamma-globulina-, por no hablar de las inyecciones contra la fiebre amarilla y las píldoras contra el paludismo y el caopectato contra el espectro galopante de Leopoldo.”
Se darán cuenta ustedes de que aún no se ha dicho ni una sola palabra sobre el combate ni siquiera sobre los entrenamientos y llevamos ya un buen tramo de reseña. Ya les digo yo que Mailer no entra en materia hasta la página 200. Al fin y al cabo, el combate en cuestión no llegó a 25 minutos de duración. Ocho asaltos. Y además ya sabemos todos cómo acabó. Forma parte de la historia del deporte. Y, en todo caso, hemos visto Cuando éramos reyes (Leon Gast, 1996). Pero durante los entrenamientos, Mailer fue anotando cómo los sentimientos de euforia iban oscilando de un lado a otro del ring. Porque cuando Mailer vio a Foreman en un entreno golpear el saco sin piedad sintió verdadero miedo. “Resultó evidente que si Alí deseaba ganar no tendría más remedio que recibir el mayor castigo de toda su vida”, apuntaría Mailer. “La estrategia estaba clara. Más tarde o más temprano, llegaría un momento en el combate en el que Alí se encontraría tan agotado que no lograría moverse y solo podría utilizar los brazos para protegerse. Entonces sería como un saco.”
La estrategia. Nadie pudo nunca averiguar cuál iba a ser la estrategia. Los cuerpos técnicos se dedicaron, cada uno por su lado, a inventarse un eslogan con el que identificarse. Drew Bundini apareció con aquello de “flota como una mariposa y aguijonea como una abeja”, para referirse al letal juego de piernas y puños de Alí. Por su parte, Elmo Henderson, el sparring preferido de Foreman, vaticinaba el resultado final del combate con su célebre: “Alí, en el tercero besará el suelo”. La estrategia, decía antes. Mailer, fue testigo del último entrenamiento de Foreman: “Elmo se encontraba presente interpretando el papel del que besa el suelo en el tercero, o sea Muhammad Alí, un delgado payaso moribundo de elevada estatura; trágico fue el rostro que Elmo le prestó a Alí en sus momentos extremos, una dolorosa contemplación del largo camino que había conducido a Muhammad hasta allí, una tristeza infinita ante la profundidad de su propia destrucción; sí, Elmo ofreció una conmovedora imitación de cómo Alí intentaría utilizar toda clase de estratagemas bailando alrededor de Foreman, pero George, moviéndose con rapidez creciente y progresiva alegría, sería el amo del ballet.” La estrategia. Je, je. Nadie en su sano juicio pudo adivinar cuál iba a ser la estrategia…
‘Rope-a-dope’. Menuda lección de física ofreció Alí en el ring durante ocho asaltos. Arrinconado contra las cuerdas. Soportando una paliza descomunal por parte de un Foreman fuera de sí. “Y, entonces, un enorme proyectil exactamente del tamaño de un puño encerrado en un guante se hundió en mitad de la mente de Foreman, el mejor golpe de toda aquella sorprendente noche, el golpe que Alí se había guardado para su carrera. (…) El vértigo se apoderó de George Foreman y le hizo girar. (…) Su mente era sostenida por unos imanes tan poderosos como su campeonato, a pesar de lo cual su cuerpo buscaba el suelo. Cayó como un mayordomo de metro ochenta de estatura y sesenta años de edad que acabara de escuchar una trágica noticia.” Háganse un favor: lean cómo Mailer describe los ocho ‘rounds’ en apenas 40 páginas y pónganse a continuación el vídeo del combate. Les aseguro que no le quedarán dudas acerca de quién es el campeón de los pesos pesados del Nuevo Periodismo. ‘Boma ye’, Norman. Tú ganas…