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Una historia de amor y muerte

ELENA MARQUÉS | Hasta hace poco, siendo, como soy, de la ciudad de la Giralda de toda la vida, no supe que el espacio junto al río donde se alinean unos cuantos bares de copas la mar de agradables se llama «el muelle de Nueva York». Y menos tiempo hace aún desde que conocí el porqué del nombre. Confieso mi ignorancia de la misma manera que mi entusiasmo al descubrirlo en las páginas de La ciudad bajo la luna, el último libro de Nerea Riesco, bilbaína afincada en Sevilla que novela en esta ocasión una historia de amor y misterio en torno a los años de la Exposición Iberoamericana, aquella que cambió la fisonomía de la ciudad e hizo un primer intento de volver a ponerla en el centro del mundo.

No destripo nada si digo que lo primero que sorprende de la narración es quién se erige en la voz que nos guía, pues no es otra que la propia ciudad, la que sobrevive a todas las existencias que por ella pasan. La que siente en sus carnes, en su tierra, nuestra pequeñez. La que atisba desde el cielo nuestros torpes movimientos con un dejo de ternura. Para mí es algo novedoso, un reto que la escritora resuelve con pericia y que le permite, al modo de los narradores omniscientes, penetrar en los pensamientos de sus personajes, si bien nos los regala en pequeñas píldoras. Al fin y al cabo, estamos ante una novela detectivesca, en la que lo primero que aparece mientras el Graf Zeppelin sobrevuela, «con la elegancia de un pez mítico», los terrenos próximos al aeropuerto es el fémur de un muerto.

A partir de ese hecho empezamos a remontar el río de los días (los flashbacks, salpicados, desordenados, tal como los va trayendo el juego de la memoria, terminarán por esfumar la oscuridad que nos rodea) y conocemos a los fascinantes protagonistas del entuerto. Un capitán francés condecorado en la Gran Guerra, con sus neurosis, su aureola de héroe, su esforzada soledad y su síndrome de culpa. Un reporterillo de procedencia humilde que firma sus críticas a los gastos superfluos de la Exposición como el Curioso Cauteloso. Una deslumbrante cantante de origen cubano, tan escurridiza como el sol en otoño. Un mafioso italiano «de buen corazón» que controla el tráfico de licores en la Gran Manzana en los difíciles años de la Ley Seca. Un lujoso barco, el Manuel Arnús, utilizado como embajador de nuestros atractivos turísticos e históricos. Y un largo etcétera de personajes secundarios entre los que no faltan matones y guardaespaldas e incluso santeras incapaces de leer su propia destino. A ellos se suman otros tan reales como el arquitecto Aníbal González, director de las obras de la Exposición Iberoamericana entre 1911 y 1926 y víctima de un atentado que precisamente propicia el encuentro entre dos de los protagonistas principales de la historia; el marqués de la Vega-Inclán, impulsor del turismo patrio y de otros proyectos de utilidad pública, como el Patronato de las Casas Baratas para gente sin recursos; y el personaje colectivo de la alta sociedad sevillana, representado en la familia Palacios, con sus fiestas, su pose, sus niñas de papá en busca de un buen partido y su superioridad moral; algo que, un siglo después, aún pervive, para qué vamos a engañarnos.

Es fascinante la documentación que ha debido manejar la autora para construir este perfecto artefacto de ficción donde todas las piezas terminan encajando. Y siempre, para mí, lo que más fascinante me resulta es que eso apenas se note. Que los datos se disuelvan como los azucarillos en el café y nada de lo que cuenta suene pedante. Y eso es así porque la prosa de Nerea Riesco es ágil y sencilla, con un estupendo equilibrio entre diálogos, narración y descripciones, con un ritmo estupendo, de manera que es imposible aburrirse.

Es también un acierto abrir cada capítulo con una noticia del periódico, redactada y maquetada según el formato de entonces, que, además de ayudarnos a situarnos en aquellos tiempos de artesanía y rotativas, nos va contando poco a poco los descubrimientos de la investigación inicial para encontrar no tanto el nombre del asesino como el de la víctima, primer paso para poder tirar del hilo. También me parecen originales los pequeños epígrafes en que la ciudad, por un momento, deja oír sus pensamientos más profundos, e incluso poéticos. En definitiva, el aprovechamiento de los recursos tipográficos para hacer del libro algo más que una narración.

Desde luego, con La ciudad bajo la luna los lectores tienen la oportunidad de vivir una gran aventura, de disfrutar del engaño, de sorprenderse, de amar y llorar con unos personajes bien trazados, y, por supuesto, de estar nerviosos esperando el desenlace, que, eso sí lo adelanto, resulta una verdadera bomba.

Yo no es que sea más inteligente que la media, pero debo decir que uno de los hitos importantes estuve a punto de averiguarlo, aunque no del todo. Eso no significa que la historia sea previsible; más bien lo contrario. Lo que ocurre es que Nerea maneja como nadie las técnicas del suspense y sabe ir dejando sutilmente las pistas para que el final, que es sorprendente, o, si se quiere, para algunos podría resultar inverosímil, sea absolutamente creíble porque sus protagonistas lo son, porque ha creado hombres y mujeres de carne y hueso, con sus sueños y sus cicatrices, su sentido de la lealtad y su arrojo. Seres que luchan contra las barreras y convenciones que la sociedad y las circunstancias les imponen hasta límites increíbles.

Y ahí me callo porque estoy hablando más de la cuenta. Lo suyo es que leáis el libro.

La ciudad bajo la luna (Algaida, 2022) | Nerea Riesco| 544 páginas | 20.95 euros

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