Imágenes cifradas. La biblioteca magnética de Aby Warburg
José Francisco Yvars
Editorial Elba, 2010
ISBN: 9788493803421
86 páginas
8.50 euros
Manolo Haro
Aby Warburg (Hamburgo, 1966-1929) nació en el seno de una familia de banqueros y empresarios judíos. Su renuncia a la primogenitura financiera, que pasó a su hermano Max, le fue compensada con la posibilidad de contar con todos los volúmenes de los que tuviera necesidad para poner en pie no sólo una inmensa biblioteca (60.000 títulos germen del Instituto que posteriormente llevaría su nombre), sino una tupida red de relaciones antropológicas, iconográficas, históricas, psicológicas y artísticas con las que presentaría la cultura como un sistema de signos. Esto, que puede parecer un concepto ajado por mor de la habitual presencia de exégetas de la cultura en la actualidad (ya sean semióticos, sociólogos o columnistas), tiene en Warburg al hombre que acercó la cerilla a la carga que dinamitaría, con una nueva visión de la cultura, a los canonizados y estériles estudios de sus predecesores y maestros.
Cierto que la afortunada recuperación bibliográfica que está teniendo el autor en estos momentos nos coloca ante la vista preciosos y caros ejemplares sobre/de su obra; sin embargo, sus precios alejan de una figura imprescindible dentro del pensamiento europeo a los lectores obligados a hacer economías en estos tiempos de trogloditas. Por ello, hay que celebrar la llegada de este opúsculo que abre las puertas muy certeramente al conocimiento de Aby Warburg. José Francisco Yvars ha hecho el difícil ejercicio de condensar en un notable trabajo de precisión una obra de proporciones titánicas. Tras la lectura de sus 79 páginas, uno tiene la sensación de que ha pasado la vista por un museo cuyo cuadro principal guarda tras su primera capa de óleo una parpadeante fiesta de luces que hay que desentrañar por medio de incansables visitas.
Yvars reparte su conocimiento sobre el hamburgués en seis capítulos que encabeza con una austera cifra romana, pero a los que podríamos fijarle –con el permiso del autor– los epígrafes siguientes: Warburg-Benjamin; Warburg y su proyecto intelectual; El carácter de Warburg: “una educación sentimental alemana”; Formación historiográfica: los maestros releídos; Método de trabajo: signo e imagen; y, por último, El orden y el caos: una biblioteca borgiana en cuatro plantas. Estos títulos, colocados al calor de la lectura, vendrían a resumir un contenido que completa una Bibliografía cardinal.
La crítica ha visto en el tándem Walter Benjamin–Warburg una serie de concomitancias interesantes: ambos se pueden considerar como extraterritoriales y desplazados dentro del mapa de la intelligentzia europea; ambos manifestaron su admiración por el Goethe adulto por su idea de que el escepticismo empuja a la experimentación estética; y ambos atesoran una amplísima cultura conseguida más como los tránsfugas universitarios que fueron que por permanecer toda una vida al calor de un departamento o escuela. Sus estudios sobre el Renacimiento (Walburg) y el Barroco (Benjamin) dejaban bien a las claras que tales momentos de la humanidad fueron esenciales para la evolución de la sensibilidad en la trayectoria occidental. Pero ¿por qué esta última afirmación? En el caso del de Hamburgo, su proyecto intelectual, al igual que el de Benjamin, da la medida y profundidad de sus aseveraciones y conclusiones como puede comprobar todo aquél que se introduzca en su mundo.
Los libros de la Biblioteca Warburg buscaron acomodo en un edificio londinense en el año 1933. La culpa de esta mudanza la tuvo el ascenso al poder del partido nazi. Con su mentor ya muerto, algunos exiliados (entre ellos Gombrich, que transcribió y estudió cartas, diarios y escritos del finado) encontraron en esta inmensa obra de recopilación libresca el hilo que habría que tirar para descifrar el enigma Warburg. Detrás de la endiablada y microscópica caligrafía que Gombrich fue poniendo en limpio, aparecía luminosamente una erudición dieciochesca y una honda cultura antropológica que desembocaría en el comparatismo multiétnico al que se dedicó Warburg en una parte importante de su vida. Lo que el estudioso reprobó a sus maestros fue su obsesión arqueológica y sus carencias en los métodos de trabajo. Su proyecto era cognitivo (¿qué leer?) y psicológico (¿cómo leer?) para entender ese libro abierto que es toda obra artística.
Cuando llegó como doctorando a Florencia, se encontró con la petite colonie britannique, unos estetas hedonistas entre los que se contaban Vernon Lee, Harold Acton y el pintor Roger Fry, que por aquel entonces estaba trabajando sobre Bellini. Warburg se diferenciaba de ellos por su lectura disciplinada, alejada de lo que él pudo ver como un filisteísmo vacuo. Con el acercamiento a su primo amore Boticelli comenzó el rechazo del canon conservador de la Academia y de los talleres. Warburg se negaba a ver las telas que colgaban en la Galería Ufizzi como simplistas representaciones de las leyendas religiosas medievales. He aquí que toma la primera determinación metodológica: entrelazar en el relato artístico la fisonomía histórica de la época para ver así los productos de arte como una parte de la vida civil de cada momento.
En una carta a su hermano Max –que habría de convertirse en el suministrador de capital para darle forma a su proyecto– afirma: “Necesito una biblioteca que me permita identificar a los personajes de un fresco de Ghirlandaio […] hasta que los descoloridos fantasmas de las imágenes puedan palpitar una vez más y vuelvan a la vida de la obra de arte”. Para ello se hizo con todo tipo de fuentes para la búsqueda de ese aura, ese humus de signos y gestos que llamamos tradición cultural y que despertó la avidez bibliográfica que explica la biblioteca, de la que el filósofo y amigo Ernst Cassirer dijo que ante tal laberinto sólo cabían dos opciones: huir lejos de ella o atreverse a ser su prisionero durante años.
Pero el definitivo paso hacia un cambio de mentalidad en el estudio de la obra de arte lo da Warburg con una casi infinita colección de fotografías, en donde se trama la definitiva complicidad entre la biblioteca (el logos) y la imagen. Como afirma Ybars, “siempre abominó de la sobreteorización artística y de la especulación verbalizadora”. Poniendo las palabras de Vico como pórtico a sus trabajos (“poseemos una facultad que se titula fantasía –imaginación– que nos concede penetrar en las mentalidades diferentes a la nuestra), comprendió que las imágenes se presentaban como signos cifrados que podían constituirse en hachón a la hora de iluminar el arte y explicar cómo en los ropajes y posturas de Boticelli, por ejemplo, se podía seguir la huella de “la vida póstuma de las imágenes de la antigüedad”. De ese magmático flujo de imágenes que Warburg recopila nace el Atlas Mnemosyne, un conjunto de paneles en los que colocó fotografías de cuadros, prensa y publicidad para ilustrar diferentes ámbitos temáticos (el sentimiento victorioso, la ascensión hacia el sol, la expresión del sufrimiento, el rapto, etc.) con los que narrar la historia de la memoria de la civilización europea. Esta es la sublimación de su trabajo, el cual lo coloca además en la más absoluta vigencia en nuestra época. Cada panel es un juego, una baraja abierta para que las asociaciones infinitas y rizomáticas (Deleuze dixit) sigan fluyendo de manera constante. Nuestro mundo es amante de escrituras minúsculas como las de Warburg o Robert Walser (los dos coquetearon con la locura) y abiertas, como los Pasajes de Benjamin. He aquí la modernidad de estos autores y su trascendencia en la explicación del universo cultural de nuestra civilización.
Como último apunte, he de decir que el librito de la editorial Elba es un exquisito objeto libresco al que acompañan pequeñas fotos de la vida y la obra de Aby Warburg. No lo olviden, se trata de un aleph por apenas 9 €. En los tiempos que corren, un regalo galáctico a este precio bien merece un vistazo.
No había oído hablar en mi vida de Aby Warburg y en un sólo día dos veces. Qué misterio. Y qué bien pinta este libro.
Tus colegas de Culturas de La Vanguardia le dedicaron un especial el septiembre. Creo que a partir de ahora va a ser bastante citado, sobre todo por las vías asociativas, de investigación, de reflexión y de composición del discurso artístico que abrió a finales del XIX y principios de XX y que en estos momentos ofrecen una ventana trascendental para observar nuestro mundo. Que viva Warburg.
Un abrazo.