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Una isleña en la corte del emperador

Cartas desde EstambulILYA U. TOPPERÁgata nos había invitado a una de estas fiestas que solíamos hacer en casa de quien tuviera más sitio, y acudimos unos veinte. Yo aún vivía en Tarlabaşı: debe de hacer cinco o seis años de aquello. Ágata era polaca o alemana o ambas cosas, aunque venía de Barcelona, y tenía la casa a veinte pasos de la Torre de Gálata, en el corazón del barrio de Pera, casi con vistas al Cuerno de Oro. Los demás eran la tribu de corresponsales españoles por Estambul, unos fotógrafos italianos, las colegas turcas de salir de copas, un artista armenio, un par de refugiados sirios kurdos, tres iraquíes, un iraní, una argelina de París… Al cuarto gintonic hice la cuenta de las conversaciones cruzadas y saqué que en este momento se estaban hablando once idiomas en la fiesta.

“Vivo en un lugar que representa muy bien la Torre de Babel: en Pera hablan turco, griego, hebreo, armenio, árabe, persa, ruso, eslavo, valaco, alemán, holandés, francés, inglés, italiano, húngaro; y, lo que es peor, en mi propia familia se hablan diez de estas lenguas. Mis mozos de cuadra son árabes, mis lacayos, franceses, ingleses y alemanes, mi aya, armenia, mis doncellas, rusas, media docena de otros sirvientes son griegos, mi azafata, italiana, mis jenízaros, turcos, y vivo oyendo sin cesar esta mezcla de sonidos que produce un efecto muy extraordinario en la gente nacida aquí”. Firmado: Mary Wortley Montagu. Pera, Constantinopla, 16 de marzo de 1718. Y es que trescientos años no son nada.

Mary Wortley Montagu, nacida Mary Pierrepont en 1689 y casada con el aristócrata Edward Wortley Montagu, llegó a Estambul en 1717, acompañando a su marido, nombrado embajador británico ante el sultán otomano. El viaje, en coche de caballos, por Viena, Belgrado y Adrianópolis (Edirne) duró varios meses, que Mary aprovechaba para enviar a Londres, a su hermana, a amigas varias y al escritor Alexander Pope, cartas que detallaban minuciosamente caracteres, hábitos, atuendos y peinados de quienes la rodeaban, con una agudeza nunca exenta de burlona sonrisa. Una sonrisa que se convierte en admiración cuando alcanza las fronteras del imperio otomano: Edirne es mucho más pulcra que Londres, considera, además de igualmente rica, floreciente en comercio y artes y eficazmente administrada. Y qué decir ya de la cosmopolita Constantinopla.

Las cartas de Lady Montagu, que ella misma editó a su vuelta en Londres un año más tarde, pero no publicó, son probablemente uno de los más tempranos ejemplos modernos de literatura de viaje, pero diría uno que también son uno de los mejores, raramente alcanzados en chispa, precisión y reflexión. Porque en estos textos no solo se nos describe la Constantinopla otomana –que ya es un valor incalculable, sobre todo al incluirse la parte de las mujeres, que otros viajeros no pudieron ver– sino también se nos ilumina la Londres británica bajo los dardos que le lanza Mary Montagu, cual bengalas envenenadas. (Las damas turcas “no cometen ni un pecado menos por no ser cristianas”, escribe: como salen a la calle tapadas bajo varios velos, irreconocibles, se citan con sus amantes donde y como quieran. Y aunque los hombres pueden tener legalmente hasta cuatro esposas “no hay un solo hombre de rango que haya hecho uso de esta libertad, ni una sola mujer de rango que lo haya permitido”: “Cuando el marido se muestra inconstante, como a veces suele suceder, mantiene a su amante en una casa aparte y la visita con toda la discreción posible, tal como ocurre en tu caso, querida hermana”).

No, Mary Montagu no tenía una idea especialmente elevada de la sagrada institución del matrimonio (ni tampoco del amor romántico: léase la última carta destrozándole un relato idílico al pobre Pope). Una de los mejores pasajes de las Cartas es cuando narra la costumbre vigente en Viena de que toda dama que se precie invita a su amante, aparte del marido, a las cenas de gala. Ella misma no se adhirió a la costumbre: posiblemente aún andaba enamorada de Sir Edward, con el que se había casado apenas cuatro años antes, tras escaparse con él para poner a su familia ante unos hechos consumados. En las letras que le escribe desde Constantinopla, cuando él anda de embajadas, ya se nota un tono mucho más frío. Leemos en su biografía que no le faltaban admiradores a su vuelta en Inglaterra, y a los 47 años se fue a vivir a Venecia con el científico y artista Francesco Algarotti: Londres no estaba preparada para las alegres costumbres de Viena.

Ya habría querido Mary Montagu ser otomana: en el baño turco de Edirne es la única chica que no puede desnudarse porque lleva, ay, un corsé de ballenas. Tremendo invento. “Me percaté allí de la verdad de una reflexión que hice en muchas ocasiones: que si fuera la costumbre ir desnudas, la cara apenas se observaría”, escribe, con cierto deseo que el mundo fuera así.

Basta ya: podría seguir transcribiendo párrafos de las cartas sin cesar y no me cansaría. Cómprense el libro, y ya. Merece la pena. Ah, y sorpréndanse al descubrir como me sorprendí yo (¿o ya lo sabían? Viene en Wikipedia) que fue Lady Montagu quien introdujo en Europa el hábito de vacunar a los niños contra la viruela, porque había observado la eficacia de esta técnica entre las mujeres otomanas. Lo cuenta en estas cartas y a la vuelta en Inglaterra no solo lo practicó con sus hijos: también lo documentó y lo publicó.

En la hermosa y muy cuidada edición de La línea del horizonte se agradecen las minuciosas, aunque muy escuetas, notas al final, que ayudan a situar todo evento o personaje mencionado, imprescindibles para una lectura más pausada, obra del erudito Victor Pallejà, al igual que el prefacio. Para una futura edición únicamente cabe apuntar el dígito erróneo del año en las Cartas XXXII a XXXV.

Y ya que estamos: aparte de las cartas de Estambul, Lady Montagu mantenía durante mucho tiempo una amplia correspondencia con amigas, escritores, hijas y amantes. Escribio poesía y ensayos y publicaba un periódico político. Diría uno que es hora de redescubrir una de las –probablemente– grandes escritoras de esa periferia de la civilización al noroeste de Constantinopla.

Cartas desde Estambul (La línea del horizonte, 2017), de Mary Wortley Montagu | 248 páginas | 20 euros | Traducción de Celia Filipetto

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