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Una mujer en condiciones

MANUEL MACHUCA| La escritora moronense Mila Guerrero publica este ensayo, podríamos llamarlo así, sobre feminismo, un conjunto de reflexiones surgidas a partir de los artículos que sobre el tema ha publicado en su columna La Lupa en el periódico digital de su localidad natal Morón Información.

Según afirma la autora en el primer capítulo introductorio, La sombra de Casandra tiene su origen en un reto personal de necesidad de reivindicar la igualdad de derechos y oportunidades para la mujer, una necesidad que plasmó en sus artículos de forma constante, aun a riesgo de ser considerada monotemática y repetitiva.

La autora elige el título del libro inspirada en el mito de Casandra, hija de Príamo, rey de Troya y hermana gemela de Héleno. Ambos hermanos poseían el don de la adivinación, si bien, aunque las predicciones de Casandra fueran certeras, nadie las creía y era tomada por loca, porque en el trance adivinatorio se le tachaba de loca por sus delirios y sus emociones. En cambio, el pragmatismo de las de su hermano gozaba de toda credibilidad, motivada por su ausencia de espiritualidad o de emotividad en sus interpretaciones acerca del futuro y por su pragmatismo, al invocar que las realizaba a partir de la interpretación del vuelo de los pájaros.

Mila Guerrero nunca fue una mujer en condiciones, como Dios manda, según interpretación particular de sus progenitores, hijos de una época oscura de este país que un grupo creciente y preocupante de cabestros sin las dotes adivinatorias de Casandra o Héleno dicen añorar. Última entre sus hermanos, y llegada al mundo cuando su madre contaba ya cuarenta y seis años, se rebeló ante su destino de ser mero recipiente seminal y consiguió llegar a estudiar una carrera universitaria y hacer de su vida lo que sus aciertos y sus errores le dictasen.

Estructurada en siete capítulos, en los que incluye sendos artículos publicados en Morón Información relacionados con el tema que aborda, la autora desgrana su pensamiento feminista a lo largo del libro y lo ilustra con diferentes anécdotas y sucesos de su vida en los que ha sentido la discriminación por su condición de mujer.

En el primer capítulo, titulado Introducción, Mila justifica sus motivaciones a la hora de lanzarse a escribir el libro, un libro muy diferente a los que ha publicado con anterioridad, ya que hasta ahora únicamente había publicado libros de relatos, Un corazón de hormiga y Animales del parque, ambos también con la editorial Anantes.

Aquel deseo constante de ser niño es el título del segundo capítulo, en el que desgrana sus recuerdos infantiles, su gusto por participar de juegos considerados como masculinos y su primer acto de reivindicación feminista, el de negarse a «pasear el hornazo», un acto que sucedía durante la procesión del Domingo de Resurrección, en el que las niñas desfilaban vestidas de primera comunión con un pastel en las manos.

Combate sin tregua, tercer capítulo del libro, trata del tipo de vestimenta que una mujer decorosa debe portar, a fuer de ser catalogada como puta y provocadora si la longitud de la falda es, siempre en el caso de las mujeres más próximas, jamás en las otras, inferior a lo que se considera respetable, dando por sentado que la calificación de dicha longitud es, como no podría ser de otra manera, potestad de los machos de la manada.

El cuarto capítulo, Yo macho, dialoga sobre los preceptos culturales por los que el hombre ejerce su derecho ancestral y violento sobre las mujeres. En esta sección, la autora recuerda anécdotas en su condición de trabajadora, en las que se ha producido un desprecio a su trabajo. La sociedad infravalora lo que las mujeres hagan, bien porque al hacerlo ellas la tarea pierde valor, o bien porque se les encomiendan las tareas que menos valor tienen. Leyendo este capítulo no he podido evitar recordar, en un mundo como el que vivimos, en el que el valor económico supera toda otra cuestión, cómo la feminización de las profesiones de la salud han hecho que estas pierdan relevancia social, aumentando la agresividad hacia las mismas. Leyéndolo he recordado a una brillante compañera de profesión, entonces madre de dos niños pequeños, a quien su marido obligó a abandonar su prometedora carrera porque su pacto matrimonial implicaba que a él le competía desarrollarse profesionalmente y a ella la buena crianza de sus hijos. Gracias a aquello, hoy podemos disfrutar de un mediocre profesional, cuya cualidad más destacada es saberse un montón de chistes, a cual más malo, con los que poder agredir al personal en bodas, bautizos y comuniones, mientras que ella ha conseguido llegar a ser una mujer como Dios manda.

Políticamente correcta reflexiona sobre la herencia patriarcal en las diferentes ideologías y perfiles políticos, critica el lenguaje inclusivo cuando se utiliza como mera pose que oculta actitudes reaccionarias y especula sobre el fracaso educativo, el gran fracaso del régimen de 1978, como abono indispensable para estas actitudes.

El sexto capítulo se denomina Los hombres me explican cosas, parafraseando el libro de Rebecca Solnit, y en él se cuenta diversidad de anécdotas que cualquier lectora también podrá haber experimentado cuando cualquier mujer se sienta al volante de un automóvil. Sin duda, un clásico del patriarcado, que me trajo a la memoria aquella frase que escuchaba en mi juventud, impronunciable hoy más allá de la calidad poética del pareado, cuando se hablaba de algo así como chófer con pendientes, peligro inminente, o algo que significaba lo que sin duda han entendido, en una época en la que también los aretes en los pabellones auditivos eran exclusivos de un género al que ya desde recién nacidas se las agredía atravesándoles los pabellones auditivos. Al menos aquí estamos más avanzados y no les rebanamos, todavía, el clítoris.

El Epílogo no solo es un modo de despedida, en el que lamento que la autora haya pedido perdón a quien se pueda haber sentido ofendido, no en vano los del otro sexo llevamos ofendiendo a las mujeres desde tiempo inmemorial. Y es que quien se pueda sentir atacado por lo que la autora relata en el libro está opositando sin duda a un bien ganado título de canalla. En el último capítulo también aparecen anécdotas poco o nada chistosas relacionadas con la salud de las mujeres cuando los síntomas de una grave enfermedad cardiovascular se prediagnostican mediante prejuicios sexistas, como en el caso de Casandra, de histerismo. Un diagnóstico médico que ha engordado las cuentas ya de por sí abultadas de las empresas funerarias, que no de las de los forenses.

La sombra de Casandra podría ser tachado de un libro divulgativo en relación al feminismo, que no trata el tema con la profundidad de autoras como Virgine Despentes, Rebecca Solnit, Susan Sontag, Simone de Beauvoir o Chimamanda Ngozi Adichie, por citar a algunas. No afirmaré lo contrario, pero sí que libros como el que ha publicado Mila Guerrero son necesarios, muy necesarios diría yo, porque permiten trasladar aspectos básicos y fundamentales a un gran público que trata de estar a la altura de las circunstancias en lo que a feminismo se refiere, pero que continúa repitiendo clichés aparentemente insustanciales que, sin embargo, contienen cargas importantes de profundidad de micromachismo. Un concepto demasiado laxo, porque lo que subyace continúa teniendo poco de micro y mucho de herencia patriarcal. Y es que detrás de conceptos como el micromachismo, parece que se esconde una visión exculpatoria hacia un androcentrismo que trata de perpetuarse en la sociedad de una forma menos visibilizada. Sí, tantos siglos después, la sombra de Casandra es aún alargada. Demasiado alargada.

Publicada previamente en la web de Tres pies al gato.

La sombra de Casandra (Anantes, 2021) | Mila Guerrero | 108 páginas| 14,00 € |

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