MANUEL MACHUCA | Impedimenta, una de las editoriales más cuidadosas que conozco a la hora de convertir un texto literario en una pieza de valor artístico, acaba de recuperar la novela de la escritora japonesa Yuko Tsushima que ganó en 1978 el Noma Prize para nuevos talentos un año antes de publicar esta obra.
Pocas veces la delicadeza de un texto literario habrá conseguido editarse de una forma tan coherente. Escribo en el ordenador estas palabras junto al libro y a las notas que tomé al leerlo, y continúo deteniéndome para acariciarlo, para hojearlo de nuevo, para rozar sus hojas, para sentir sobre la palma de mi mano la suave rugosidad de su portada. Para, lo confieso, fantasear con ver alguna vez mi nombre impreso en una obra de esta editorial. No me importaría continuar escribiendo sobre la edición del libro, pero no es este mi cometido, y menos aún en esta revista dedicada a la crítica literaria diletante, así que dejo el tema, que no de acariciar el ejemplar, y trato ahora de hablar de la novela. Y digo trato porque siento que es un libro para paladares exquisitos y no sé si seré capaz de hacerle justicia.
No, esta novela jamás tendrá una reseña que comience con esa frase tan manida por la que el crítico asegura que la obra le enganchó desde el principio hasta el final. Es más, es muy probable que a cierto tipo de lectores, ávidos de acción, de que todo les sea dado sin esfuerzo, no les diga nada una obra cuya riqueza está en la oscuridad. Esta es una novela para lectores que saben leer de verdad, capaces de buscar y encontrar subtextos, que sepan leer entre líneas, de entender lo que no se dice, de leer lo no escrito. De hecho, incluso me he planteado no reseñarla por superar mis capacidades. Pero aquí me tienen, dispuesto a no dar la talla.
Una bibliotecaria acaba de separarse de su marido y decide mudarse con su hija a un edificio en el que será la única inquilina. Es un edificio con dos plantas de oficinas y apartamentos en la tercera y última, pero todos están vacíos. Es un apartamento de suelos rojos, con unos ventanales inmensos a través de los que penetra una luz cegadora. Un auténtico territorio de luz en el que vivirán durante todo el año largo que corresponde al desarrollo de la trama.
Tsushima es una escritora considerada como feminista, a pesar de que ella no era partidaria de caracterizar así su obra, si bien es, y a las referencias a su biografía me remito, una autora que escribía sobre mujeres que habían sido apartadas o habían abandonado su núcleo familiar, como es el caso de la bibliotecaria que protagoniza la obra, como fue el suyo propio en su experiencia como madre soltera.
Territorio de luz muestra, con delicadeza propiamente asiática, los lados más oscuros de la civilización oriental, unos rasgos también comunes a la occidental, pero que se plantean de una forma diferente, puesto que se describen con la crueldad que supone la normalización de los actos, esa violencia civilizada, y perdonen el oxímoron, tan característica de esa cultura tan contenida en sus formas y apariencias.
Estimo que es un rasgo muy común en la literatura japonesa el hecho de revestir de naturalidad a la violencia para hacerla aún más atroz. Despojarla de adjetivos, presentarla tal y como es, desnuda, simple, demuestra cuán enraizada está en la sociedad. Porque la asunción de la violencia de género como algo tan corriente como comer, ducharse o ir a trabajar es tanto o más espeluznante que una descripción precisa de los sucesos. En este sentido creo que un gran mérito de la autora es precisamente ese, de alguna forma denunciar la barbarie de la sociedad en la que vive a través de lo que se considera costumbre, según se desprende por la forma de relatarlo. No sé si alguno de los nuestros estimaría que esta violencia, por costumbre, también es cultura, japonesa en este caso.
La novela es un continuo viaje hacia la oscuridad. Una mujer sola nunca llega muy lejos, dice en algún momento la protagonista, que en otro pasaje advierte que por fin había tomado conciencia de que mi vida sin marido me iba a alejar cada vez más de cualquier hombre que deseara una relación saludable.
La luz y los sueños representan el terreno en el que se mueve la novela. Unos sueños en los que siempre la protagonista se ve arrastrada a situaciones que no desea, y una obra que en algún momento aflora uno de los sucesos más traumáticos de la vida de la autora, el suicidio de su padre, el reconocido escritor japonés Osamu Dazai, cuando Yuko apenas tenía un año.
Fue una época en la que todavía no entendía que la muerte de mi padre había sucedido de verdad […]
Fui una niña que nació para sustituir la existencia de su padre.
Osamu Dazai se lanzó a las aguas de uno de los canales del río Tama a su paso por los suburbios de Tokio donde vivía con su familia. Lo hizo atado a su amante, una antigua viuda de guerra, y esta experiencia traumática la describió su hija Yuko en un cuento cuyo título podría traducirse como El reino acuoso.
Termino con un consejo: quienes se acerquen a Territorio de luz deberán hacerlo con calma, con detenimiento. No elijan la noche, es un libro de luz, no lo olviden, para comenzar a leerlo. Ni tampoco abran el libro sin más para iniciar su lectura. Deténganse, cierren los ojos. Acaricien la portada, sientan la rugosidad de sus surcos. Respiren profundamente, relájense, permitan que la calma les invada, no dejen de deslizar sus dedos de derecha a izquierda, de izquierda a derecha. Entonces y solo entonces, estarán listos para absorber la luz que nos ofrece Yuko Tsushima a través de la piel de Impedimenta. Amén.
Territorio de luz (Impedimenta, 2020) |Yuko Tsushima| Traducción de Tana Oshima|200 páginas|20,50 euros.