
TOMÁS HERNÁNDEZ | Llega esta Sonata del diablo de Sixto Sánchez Lorenzo avalada por el prestigioso premio de novela Ateneo de Sevilla. Nos trae una época, el Settecento italiano, desde la perspectiva y las vivencias de su protagonista, el viejo Lorenzo Ancelli, que fue violinista, tahúr, luthier enamorado. Podríamos decir que el amor es el leitmotiv de este relato, pero un amor que no se expresa con palabras sino a través de la música. Detrás del título está el mito de Fausto, el sueño de un músico, Giuseppe Tartini, que sueña la más hermosa melodía y posee, en el sueño, el virtuosismo imposible para interpretarla. Basta con mirar el índice para advertir la importancia de la música en esta novela y en la vida de su autor, Sixto Sánchez Lorenzo. “Silencio” lleva por título el primer capítulo, quizá porque “la música no es más que sabio silencio entre notas afortunadas”, como escribe Lorenzo Ancelli rememorando las palabras del querido maestro Antonio Stradivari. Rompe ese silencio la “Sonata” de Benedetto Marcello, oímos la música de Marin Marais, el “Fugi dolente core” de Biagio Marini, “Pur ti miro, pur ti godo” de Monteverdi, un concierto de Tartini y, para coronar con alegría el desfile de músicas y cantos, un “Pasacalles” de Heinrich I. Franz von Biber cuyas misas oigo desde que leí esta novela.
Pero de nada serviría esta relación si no llegara a nosotros como una pasión compartida. Porque la música se expresa en el relato, desde la palabra, desde la emoción provocada y la huella que dejó en nosotros, y que el viejo Lorenzo Ancelli sólo puede recrear con la palabra escrita de sus Memorias. De esa misma manera el autor de esta novela traduce a la palabra la música que oye mientras escribe su relato, como una pasión compartida, que dije antes, no como alarde de erudición.
Creo que paralelo a la música nos emociona en esta Sonata del diablo el tono estoico, la voz serena del viejo Ancelli. Hay crueldad en el relato, porque la hay en la vida, hay desengaño, decepciones, deslealtades, pero no hay resentimiento en las palabras últimas del hombre que al relatar su vida no oculta el dolor o la derrota, la indignidad incluso de algunos momentos de su pasado, pero su voz es limpia, como la de quien perdona y se ha perdonado a sí mismo.
Se argumenta el relato sobre dos pilares sólidos. Una exquisita documentación, que no atiende sólo a los sucesos o acontecimientos de la época, sino que se detiene en el detalle de lo mínimo, desde la convención social a las costumbres y usos amorosos; desde las maneras de mesa y de vestir, al ritual de los oficios sagrados. El otro fundamento de esta historia es una preocupación constante por el lenguaje, la conciencia de quien sabe que, en la selección de la palabra, en su exactitud, en su orden, en las relaciones sutiles que establecen entre ellas es donde está la emoción, la claridad narrativa, la verdad de la escritura.
Como en todo relato bien construido, hay en esta Sonata del diablo una galería de personajes y tramas secundarias que iluminan y presentan desde varias perspectivas, desde diferentes relaciones, la vida del estoico narrador Lorenzo Ancelli. Pero esos caminos los dejamos abiertos a la curiosidad del lector.
Tomás Hernández es poeta y la reseña invitada de hoy en Estado Crítico.
Sonata del diablo (Algaida, 2024) | Sixto Sánchez Lorenzo | 424 págs. | 20,95€