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Una pasión contagiosa

ANA BELÉN MARTÍNEZ | Decía Carmen Martín Gaite (1925-2000) que una de sus pasiones cuando era una niña era la de escuchar hablar a la gente, ya fuera con palabras dirigidas a ella o no.  Advirtió que las conversaciones que no iban dirigidas a ella le hacían sentir más cómoda. «No sé si nacerá de ahí mi afición a la literatura. Mi tendencia a fundirme como espectador en las historias ajenas». El espectador, el interlocutor de una historia —el otro— es para la escritora salmantina el móvil de toda narración. Gaite no escatima en resaltar esta figura. Se escribe para encontrar un destinatario, y por ende, para acabar con la soledad y con la sed de comunicar. 

Todo esto lo cuenta en La búsqueda del interlocutor, un magnífico y completo ensayo que este año ha reeditado Siruela —la primera edición data de 1973—, compuesto por una treintena de textos de variada extensión publicados en diversas revistas y suplementos culturales entre 1958 y 1999. En La búsqueda del interlocutor expone, entre otros muchos temas, sus inquietudes alrededor del mundo de la escritura y el modo en que la concibe. En el camino aparecen travesías que desembocan en semblanzas de amigos y compañeros del viaje literario, como dan fe los textos sobre Ignacio Aldecoa del que confiesa que fue el amigo más antiguo de Madrid y el que más influyó en su vida. De Gustavo Fabra recuerda sus conversaciones sobre la diferencia entre hablar y escribir. Confiesa: «nadie como él me ha dado de forma tan inapreciable y generosa para analizar en alta voz mis problemas frente a la escritura». Fernando Quiñones, «de palabra brillante, audaz y desgarrada», es otro de los escritores a los que Gaite recuerda con cariño y reivindica su obra con recomendaciones de títulos. Lo define como un escritor de raza y alguien fundamental para que El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio —el que fuera su marido— viera la luz. Fernando Quiñones, que era un buen mecanógrafo, se instala en su casa para copiar el texto de un Sánchez Ferlosio en aquel momento roto por la muerte del primer hijo del matrimonio a los ocho meses de edad. «Solamente si con la razón nos arrancaran la memoria, podría olvidarse una cosa así». La amistad, esa otra forma de amor, es un asunto importante sobre el que la Gaite reflexiona, aboga por la generosidad en tal caso: «Al amigo nunca lo asediaremos pidiéndole más de lo que pueda darnos, porque el amor consiste precisamente en entender lo que otro puede darnos y lo que no […] una complicidad que no necesita reclamarse».

La búsqueda del interlocutor conduce a senderos personales de la escritora —su infancia en Salamanca, la llegada a Madrid…— y a otros trayectos de índole filosófica, ética y social como muestran los textos como Recetas contra la prisa y sobre todo los referentes a la mujer. Es ahí donde observamos a una Gaite implacable —y actual—, tan libre de prejuicios pese a su época —todavía machista—, de la que señala cómo la publicidad domestica al ciudadano y en especial a la mujer. «La publicidad está cumpliendo su misión social de reforzar los diques de contención para que nadie se desmande de los raíles del orden y la uniformidad». El miedo a la soledad y la independencia de la mujer es otra rama que asoma entre los árboles del paisaje que forma parte de esta expedición. Aparecen entre las hojas femeninas nombres como Marilyn Monroe y personajes de ficción como Jane Eyre o Madame Bovary.  «O se asumen las ataduras o se asume la soledad. No creo que haya más alternativas», sentencia al respecto. La búsqueda del interlocutor es testigo de su tiempo y es también historia de España. No únicamente la que vivió y narró su autora —la posguerra—, la curiosidad de Martín Gaite nos traslada a siglos pasados. En su texto En el centenario de don Melchor de Macanaz (1670-1760) cuenta cómo este personaje histórico despertó en ella tal necesidad por conocer su historia, que terminó con la escritura del libro El proceso de Macanaz (1970). La autora de obras como El balneario, Entre visillos o El cuarto de atrás —Premio Nacional de Literatura, fue la primera mujer en recibir este galardón en 1978— se detiene, además, a visitar otros universos literarios con reseñas de libros firmados por Gabriel García Márquez, Manuel Vázquez Montalbán o Robert Louis Stevenson

La prosa de Carmiña, como solían llamarla, es riquísima, potente y conmovedora. Su planeta posee una atmósfera tan lúcida y fértil que es preferible no abandonar la nave. El «interlocutor» de este ensayo se convierte en esa niña, que como le pasaba a la propia Martín Gaite, no puede dejar de escuchar y dejar de sentir una pasión contagiosa.

La búsqueda del interlocutor (Siruela, 2021) | Carmen Martín Gaite | 246 páginas | 19,90 € | Prólogo de Manuel Longares

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