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Una puerta de entrada a Zweig

Una historia crepuscular (Stefan Zweig)_cubiertaJUAN CARLOS SIERRA | En Acantilado parece que se han propuesto la feliz e ingente tarea de publicar al vienés Stefan Zweig al completo. Una historia crepuscular es el último de los títulos que la editorial catalana ha puesto a disposición del lector habitual de Zweig y una invitación a introducirse en su obra, si no se conocía con anterioridad. Por mi modesto conocimiento de la narrativa del austriaco, creo que en Una historia crepuscular el neófito puede encontrar una puerta de entrada muy sugerente para introducirse en el universo narrativo de Zweig, ya que en ella podemos hallar los rasgos básicos que lo caracterizan como novelista.

La historia que aquí se cuenta, como en otras de sus novelas -recuerdo ahora a vuela pluma Veinticuatro horas en la vida de una mujer-, comienza con un quiebro, con un esguince en las expectativas del lector. En el caso de Una historia crepuscular nos propone el autor una estructura de aroma clásico: en un ambiente apacible y crepuscular, como indica el título de la novela, alguien le pide una historia al narrador y este se dispone a contarla, pero sin que quede claro porqué precisamente este relato y no otro. Será al final, en la página 58, en un cierre perfecto del libro, en una estructura clásica de ‘ringkomposition’, cuando el lector, junto con el autor-narrador, encuentre la justificación de la historia que acaba de leer.

Por otra parte, se puede disfrutar en esta novelita de otro de los rasgos que caracteriza la obra de Zweig: la habilidad en la introspección psicológica y, en consecuencia, en la construcción de personajes redondos, complejos y, por consiguiente, verosímiles. No se trata de peleles o marionetas que mueva el escritor a su capricho y a quienes mire por encima del hombro. Más bien se aprecia en el autor austríaco todo lo contrario, un respeto hacia sus criaturas de ficción que es como decir un respeto por cualquier individuo, por muy ridículo que pueda parecer su comportamiento, como es el caso del personaje principal de la novela que nos ocupa.

La descripción más trabajada en Una historia crepuscular se centra en el joven Bob, protagonista de esta breve narración. Este se encuentra en esa difícil edad en que uno va dejando de ser niño para ingresar de forma más o menos confusa en la vida adulta. En estas circunstancias vitales, descritas por el autor a lo largo de toda la narración en párrafos certeros y definitivos, nuestro héroe se tropieza, sin haberlo previsto ni planeado, con sus primeros encuentros pasionales con una mujer a la que no conoce. Estos arrebatos él los traducirá inmediatamente en un enamoramiento súbito, enfermizo, ridículo, torpe,… y erróneo. No nos detendremos ni profundizaremos en este asunto porque eso sería sinónimo de destrozar la trama de la novela a quien quiera acercarse a ella. Solo añadiremos en este sentido que Zweig va dejando sutilmente pistas aquí y allá para que el lector levante la vista sobre lo que está leyendo y siga el vuelo de la mosca que esa misma lectura le está colocando detrás de la oreja. La narración se convierte así en un juego entre el autor y sus lectores, una vez que estos han aceptado las reglas y, por ello mismo, anhelan llegar hasta el final.

Y una vez que hemos cerrado el libro, nos queda el regusto agridulce de la historia que hemos leído y la invitación a la reflexión pausada que tienen todas las obras de Zweig que hasta ahora he podido disfrutar, especialmente La impaciencia del corazón y Carta de una desconocida. Lo más importante en este sentido es que los asuntos que trata Stefan Zweig en sus novelas y la perspectiva desde la que los aborda, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde su escritura, resultan de una actualidad que despierta escalofríos, porque uno sale de sus novelas con la sensación de que nada ha cambiado, de que seguimos incurriendo en los mismos errores, de que no hemos aprendido gran cosa con el paso del tiempo. ¿O es que los clásicos poseen una especial sensibilidad diacrónica?

Una historia crepuscular (Acantilado, 2015), de Stefan Zweig | 64 páginas | 11 € | Traducción de Joan Fontcuberta

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