JOSÉ M. LÓPEZ | Este Marek Hłasko no le tenía respeto a nada. Sí, este polaco rebelde que ya de adolescente fue expulsado de varios orfanatos; este que, siendo ya un escritor de éxito en su país con novelas como El octavo día de la semana (1957) o El próximo en el paraíso (1958) fue denostado entre sus compatriotas por no someterse a recrear en sus libros las virtudes del comunismo, y dedicarse, por el contrario, a reflejar el pesimismo de las desencantadas calles de Varsovia. Mal camarada, insolente librepensador. El James Dean del este, como lo llamaban, que llegó a Hollywood invitado por su compañero de juergas Roman Polanski (otro irreverente), y que, tras empezar a colaborar con Nicholas Ray para escribirle un guión, tuvo que salir por patas porque lo pillaron acostándose con la mujer del realizador tuerto. Marek Hłasko, un bebedor empedernido, un juerguista, un mujeriego. Un tipo triste y solitario, en definitiva, marcado por una infancia traumática, donde podemos destacar la muerte de su padre cuando tenía tan solo cinco años.
Jakub, el irresistible estafador que protagoniza Matar a otro perro (1965), tiene mucho de Marek Hłasko. Él también pasó un tiempo buscándose la vida en los barrios bajos de Tel-Aviv, rodeado de un extraño crisol de pícaros de diferentes razas y religiones, gentuza sin escrúpulos que podría provenir de los suburbios de cualquier calle americana de novela negra. La fauna que puebla el libro ronda lo grotesco desde un punto de vista físico y moral, como ese magnífico secundario, ese jorobado que se aprende la Biblia en la puerta del baño del pequeño motel, y al que todos intentan tocarle la joroba en primer lugar cada mañana, para ver si cambia su suerte.
El libro engancha desde el principio, que bien podría copiar Tarantino para el arranque de su próxima película: ahí tenemos a tres tipos en el asiento trasero de un taxi que se dirige a Tel-Aviv. Uno de ellos, agonizante, acaba de palmarla. “¿Lo conocíais?”, pregunta el taxista mirando hacia atrás. “No”, responde lacónicamente uno de ellos. Pero, junto a esta sordidez que destilan las calles, Hłasko, siempre insolente, impregna la novela de un perfume muy literario. Junto a Jakub, el otro protagonista del libro es Robert. Estos tipos son dos actores de poca monta que se conocieron en la cárcel, y que han ideado una estafa para engañar a mujeres ricas adineradas. Pero no se toman esto como un simple delito, ellos son profesionales que llevan a cabo un depurado método escénico donde Robert escribe los guiones y dirige la escena, y Jakub es el actor que la representa. Los diálogos de estos dos granujas que no tienen más remedio que poner en práctica su arte para estafar son memorables. En ellos se reflexiona, como Hamlet con los cómicos que van a representar en palacio el asesinato de su padre, sobre el proceso de actuar, el tono o el registro adecuados para dotar de verosimilitud cada escena de la obra que conformará ese fraudulento engaño. No hay telón, pero una vez que empieza la función, toda la novela se convierte en un juego –posmoderno, si se quiere– de realidad-ficción, donde Jakub, en permanente estado de melancolía y hastío hacia el mundo, termina, ensimismado, confundiendo acción y actuación, la persona y el personaje. Cínico y dolorido, como Hłasko, también está traumatizado por una infancia horrible que no se atreve a contar porque, como dice en un momento del libro, “nadie me habría creído”. Y es que su verdad es inverosímil e incómoda. Este es uno de los motivos por el que ese tipo eternamente afligido, este muerto en vida, prefiere seguir actuando.
Quizás el profundo dolor que planea sobre la novela sea el detonante del humor negro, incómodo y políticamente incorrecto que destilan cada una de sus páginas Hasta en los momentos más dramáticos irrumpe de repente esa risa burlona y cínica que proviene de parajes realmente oscuros del alma del autor polaco. Como en este fragmento, en el que Robert está asesorando en asuntos legales a un compañero de celda ciego, condenado por violar a su propia hija:
“Saldrás de esta –le dijo alborozado–. Sólo tienes que decirle que no veías a quien te tirabas. Al fin y al cabo eres ciego”.
Matar a otro perro es una joya, un puñetazo en el estómago. Un cóctel explosivo de novela negra, drama nihilista y sátira socarrona. Otra muestra de la insistente falta de respeto a las normas por parte de este enorme escritor polaco. Hłasko murió a los treinta y cinco años, tras ingerir una enorme cantidad de alcohol y de sedantes. Ni siquiera tuvo respeto a su propia vida. Marek Hłasko. El desconocido, el rebelde, el iconoclasta, el inconformista, el sinvergüenza, el genio. Quizás el tipo más triste del mundo.
Matar a otro perro (Malpaso, 2016) de Marek Hłasko | 203 páginas | 18,50 € | Traducción de Jerzy Slawomirski y Anna Rubió
Corroboro palabra por palabra esta reseña tras acabar de leer la magnífica novela. Sólo me quedan ganas de leer más del autor.