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Unos instantes junto a Juan Ramón

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Por obra del instante. Entrevistas

Juan Ramón Jiménez

Fundación José Manuel Lara, 2013

ISBN: 978-84-96824-79-9

496 páginas

25 €

Edición de Soledad González Ródenas

 

 

Rafael Roblas

Tuve un profesor que a menudo me afeaba en los trabajos las citas biográficas y los comentarios de los propios autores, corrigiéndome y aseverando a renglón seguido que la razón de la literatura siempre hay que rastrearla dentro de las obras, ya que lo fundamental reside exclusivamente en el tuétano de la letra. Según él, la etimología nunca fallaba y me urgía a que huyera del anecdotario y de los «auto-testimonios» para centrarme sólo en los textos. Pero se ve que no aprendo y que la portera de guardia que vive en mí me traiciona con frecuencia por cuanto disfruto con todo libro que resalta las facetas más humanas de los escritores que admiro y releo.

Este pensamiento se hace especialmente presente tras finalizar la amena lectura de Por obra del instante. Entrevistas, excelente recopilación de interviús, encuestas, reflexiones e incluso fragmentos de otros autores que giran en torno a la figura de uno de los más importantes nombres propios de nuestras letras: Juan Ramón Jiménez. Como bien comenta Soledad González Ródenas -la recopiladora y editora- en su certero y clarificador prólogo, de la vida y de la obra del «andaluz universal» se ha escrito tanto que, siendo quizás uno de los autores más estudiados del siglo XX, paradójicamente también es uno de los más desconocidos de toda la literatura española. Su obra se yergue airosa, engullida por su difícil carácter. A partes iguales es un poeta tan odiado y vilipendiado como admirado por casi todos. Ángel y diablo. Juan Ramón a secas. Sin embargo, adulterada frecuentemente su producción poética con argumentos subjetivos, sólo en muy contadas ocasiones hasta ahora se había recurrido a la voz del propio Juan Ramón para desmentir equívocos y «defacer entuertos».

De este modo, esa “llama, resplandor y carbón negro”, que es el autor del centenario Platero y yo, aparece en estas páginas más Juan Ramón que nunca, autorretratado en todo su esplendor, rebosante de autenticidad y pugnando en primera persona con su propia leyenda y con algunos clichés externos ya tópicos. Accede así el lector a ese embrionario proyecto amasado por el moguereño en el exilio, cuando en un cartapacio comenzó a reunir diversas entrevistas y cuestionarios publicados en prensa y que hoy se completan felizmente gracias al extraordinario trabajo de la doctora González Ródenas. Y se topa no sólo con un Juan Ramón metapoético, sino también con un español preocupado por las delicadas circunstancias socio políticas de su país, con un ciudadano reflexivo interesado por las cuestiones éticas y morales de su contemporaneidad, con un personaje que trasciende al genio para presentarse como un ser humano más, con sus necesidades físiológicas, con sus sentimentalidades y con sus miserias. Aunque no nos engañemos, que, por supuesto, también encontraremos en estas páginas el retrato de ese terrible amasador de filias y fobias encarnizadas, de ese ser enfermizo y neurótico, de ese devastador hombre-atalaya más allá del Bien y del Mal… porque igualmente hasta ahí llega la arrolladora personalidad de Juan Ramón Jiménez.

El material recopilado, basándose en la idea de aquel cartapacio que se conserva hoy en la Universidad de Puerto Rico de Río Piedras, abarca un recorrido de más de cincuenta años de la existencia del poeta, extendiéndose desde 1901 hasta 1958, año de su muerte, y completándose además con las aportaciones de otros autores -entre los que destacan Gómez de la Serna, Cansinos Assens, Alberti, Carmen Conde o Muñoz Rojas– de cuyas obras, González Ródenas extracta las narraciones que relatan los encuentros, las impresiones o los sucedidos personales acaecidos junto al padre de Platero. Los textos procedentes del cartapacio primitivo, alguna que otra vez aparecen marginalmente comentados por el mismo poeta, que bien aclara los datos y los conceptos allí expresados o bien, en otras ocasiones, afila su agujón mordaz en contra de los autores del cuestionario o de la entrevista anotada. Ni que decir tiene que la editora ha tenido el acierto de reproducir a pie de página dichos anotaciones, auténticos tesoros del Juan Ramón más espontáneo y corrosivo. De igual manera, también al final se insertan, a modo de anexo, cinco interesantísimos borradores inéditos del propio Juan Ramón y cuatro entrevistas realizadas a Zenobia, indiscutible envés del Premio Nobel. El resultado final es un completísimo volumen en el que pueden localizarse juntos una gran cantidad de textos de muy difícil acceso, ordenados según criterio biocronológico.

Pero no acaban aquí las virtudes del volumen. La edición de Soledad González Ródenas destaca por su exhaustiva rigurosidad, aunque también habría que resaltar la limpieza y la pulcritud de su presentación, que lejos de agobiar por un abrumador aparato crítico, apuesta por unos textos que muestran fielmente la documentación y se alejan de cualquier erudición innecesaria. Por ello, nos atrevemos a decir que esta selección de testimonios juanramonianos no sólo constituye un valioso documento filológico, sino también un pretexto para recrearse en el ámbito de lo estrictamente anecdótico y curioso.

En relación con este último enfoque de lectura, destacan aquellas narraciones que ahondan en ese imprevisible carácter juanramoniano o describen rocambolescas situaciones humorísticas que nunca creeríamos como verdaderas de no mediar como protagonistas los ilustres personajes que nos ocupan. Cómo olvidar, si no, ese divertidísimo pasaje de la albertiana Arboleda perdida en el que Juan Ramón actúa como brutal francotirador hacia todo lo que se mueve: Azorín, Pérez de Ayala, Eugenio d’Ors, Ortega y Gasset e, incluso, Antonio Machado, del que se confiesa admirador en otras ocasiones:

Al visitar un día la [casa] de Pérez de Ayala, rompió con él porque le mostró un cuarto con todo el techo colgando de chorizos y longanizas, detalle que le estremeció y no pudo perdonar nunca. […] A Eugenio d’Ors lo detestaba, y sobre todo desde el día en que el pobre filósofo catalán lo saludara costésmente en la calle quitándose un chapeau melon de color gris –un bombín o sombrero hongo, como lo llamamos en España-, prenda que a Juan Ramón le parecía irrisoria”. (pág. 106).

También sorprenden por su lucidez algunos pensamientos y afirmaciones que abordan diversas cuestiones literarias que hoy podrían aplicarse sin el menoscabo de su actualidad, como se aprecia en la entrevista concedida a Miguel Pérez Ferrero para explicar la retirada de sus poemas de la histórica Antología de Poesía Española de Gerardo Diego: “Esto de las antologías de poetas vivos me parece política, aunque no lo parezca”. (pág. 188). O bien, otros diagnósticos certeros rotundamente expresados en su presente inmediato. Y es que, cuando más complicado parece el veredicto sobre el valor innato de una obra determinada, Juan Ramón acierta visionariamente:

En los poetas que viven bajo el presente régimen en España, la poesía ha adquirido un marcado matiz imperialista, retórica y vacía, muy similar a gran parte de la poesía española del siglo XVII. En los poetas disidentes, exiliados, ha llegado a ser mayormente “social”. En ambos casos creo que esta poesía es de circunstancias. Sólo unos pocos poetas libres siguen escribiendo poesía de carácter permanente”. (Cuestionario dirigido a Mr. Hank Meyer en 1941, con traducción de J. Riis Owre). (pág. 286).

Incluso se halla en el volumen un esbozo de poética juanramoniana dictada por su propia voz, constituyendo este documento una interesante aportación a la concepción del trabajo del escritor y del proceso creativo. En este caso, la entrevista se fecha en 1936:

Anoto mis impresiones y lo dejo todo en mis cajas. Más tarde, hojeando mis apuntes, cuando encuentro una cosa que valga la pena, la dicto a máquina a mi mujer.[…] Después que ella lo escribe a máquina, lo vuelvo a corregir para la imprenta”. (pág. 241). A lo que la entrevistadora, Ángela Negrón, añade traduciendo en paráfrasis el espíritu de Juan Ramón: “El poeta no corrige mucho. Contra lo que dicen sus críticos, Juan Ramón Jiménez deja las cosas, casi siempre, como salen la primera vez. Realiza una depuración objetiva. Como guarda sus apuntes originales y no los ve hasta pasado algún tiempo, al encontrarlos de nuevo ya no se acuerda de ellos. Son impresiones frescas. No cambia luego mucho. Las palabras, casi nunca. Lo que hace es leer de una manera profunda lo que escribe, lo olvida por algún tiempo para volverlo a encontrar como una emoción nueva”. (pág. 242).

Sin embargo, reflexiones metapoéticas aparte, personalmente, me quedo con la imagen final de ese Juan Ramón humano -«demasiado humano»- desolado por la muerte de Zenobia y sin ni siquiera el consuelo de haber sido reconocido con el Premio de los premios literarios: “En estos momentos de enfermedad de mi mujer y mía, me entristece [la concesión del Nobel]”. Porque en esa debilidad y en esa aparente derrota es donde realmente se percibe la singularidad del personaje que, sólo en ese momento, hinca la rodilla en el suelo y confiesa el fracaso de su empeño poético al corresponsal Per Persson: “Yo no tengo la pretensión de haber conseguido esa pureza [en el lenguaje] ni aproximadamente. De tenerla sería para mí inexplicable”. (pág. 457). Me conmueve este retrato del poeta, ya con el pie puesto en el estribo, sobre todo al comparársele con la imagen soberbia y altiva del Juan Ramón anterior.

Vida y obra. Texto y anécdota. Primera y tercera persona. Complementos que actúan de contrapeso para componer la perspectiva crítica más ajustada y completa. Puede que mi antiguo profesor no hubiera disfrutado con la lectura de este volumen de testimonios… O no. A lo mejor es cierto que todos tenemos en el fondo cierta querencia hacia el venerable oficio de la portería. Así que si usted, querido lector, comparte conmigo la afición por este tipo de “cotilleo intelectual”, sepa que este Por obra del instante es más que recomendable gracias a su exhaustividad y al notable esfuerzo compilador de su editora. Sólo me queda desearle que lo disfrute tanto como yo.

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